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Verónica Murguía
Nuevo español mexicano
Sé que los devotos del español estamos destinados a sufrir como perros bajo el granizo. Sé también que, como escribió Javier Marías, torres más altas que el castellano han caído; el latín cayó, señala con razón, y de sus ruinas se levantaron los idiomas romances, entre los que se cuenta esto que hablamos hoy. Ahora que los mexicanos acabemos con el español o con la parte de él que nos toca, sabrá Dios qué bicho extraño se alzará de la devastación. Farfullar e impacientarse no sirve más que para adquirir fama de pedante.
Pero qué quieren, estoy hasta la coronilla de leer y escuchar burradas escritas o dichas con aplomo y sonriente condescendencia por locutores que conjugan los verbos como si estuvieran pelando una manzana con una motosierra. Estoy convencida de que nuestra relación con el lenguaje es esencial, aunque esto parezca ocioso en este país donde no lee nadie y muchos creen que preocuparse por los acentos es más elitista que jugar polo. El lenguaje es un sistema de conocimiento, caray.
Hay ciertos trabajos, entre los que se cuentan el periodismo y la locución, que requieren de al menos un poco de habilidad y eficacia al usar el idioma. Ojalá también fuera menester la pasión por la sencillez pero, ay, escasea. La regla tácita es: si puedes decirlo con una palabra, no seas flojo, dilo con tres. Y que suenen domingueras, si no, qué chiste. Hasta Antonio Alatorre, un sabio que supo ser al mismo tiempo un pozo de sabiduría, un erudito de manga ancha y un señor con sentido del humor, tenía sus bestias negras. No le gustaba la ubicua palabra evento, comodín de cuanto político se acerca a un micrófono.
En el súper, la cajera le desea a uno un excelente día y el pobre gerente del Sanborns pregunta evidentemente por consigna, si nos agradaron nuestros alimentos.
Si escucho a un peluquero que tiene un programa radiofónico hablar del “statu tras el cual andan la gente interesada”, me da risa, pero a lo largo de la misma hora me toca también un opinador con ínfulas que repite diez veces lo que es en lugar de es; generar en lugar de crear; accionar en lugar de actuar; expresar en lugar de decir; realizar en vez de hacer; peso específico por importancia y me irrito. Los futbolistas ya no juegan bien, ahora son factor. Nadie tiene ideas. Es más lucidor tener conceptos y las cosas no son bonitas, son estéticas. Todo el mundo subraya sus opiniones con la fórmula de hecho. De hecho, a mí me choca esa muletilla.
Hay una señora que lee cápsulas de autoayuda quien repite melifluamente una y otra vez las expresiones vivir en plenitud o vivir en depresión como si lo primero fuera Cozumel y lo segundo Almoloya.
Bueno, hace diez minutos, para documentar este artículo, revisé la primera página del Reforma. Allí leí esta nota: “Lanzan banco de leche materna. Gracias a este proyecto en el Edomex 80 bebés son alimentados a diario con el lácteo donado por voluntarias.” Hasta la persona más distraída notará que es una formulación un poco ambigua. “Lanzar un banco”, con la pena, suena como arrojar un mueble. “El lácteo donado por voluntarias” podría ser un pedazo de Roquefort o un yogurt. Esta muestra fue tomada de una página cualquiera, un día al azar.
Igual con las frases hechas, falaces y cursis. Ya nadie, por lo menos en el radio, dice México, así, con sencillez. Todos dicen nuestro querido México, como si este país impresentable fuera un tío rico y generoso.
Los hostigados centroamericanos que se ven obligados a atravesar el territorio nacional para llegar al otro lado, victimados por agentes migratorios mexicanos y narcos ídem, son nuestros hermanos. La UNAM es, igual, nuestra querida universidad. Todo esto suena falso, tonto, etcétera, pero está en el aire y no se va.
Además, rafaguear no es un verbo, por más que individuos horrorosos vayan tras otros y los maten con cuernos de chivo y armas largas. Ejecutar no es lo mismo que asesinar. Ejecutar es matar a una persona condenada a muerte y, hasta donde recuerdo, en este pobre país no hay pena capital.
Coadyuvar es un verbo que sí existe, pero es tan feo que propongo que no lo usemos y se lo dejemos a los políticos, para que hagan con él lo que puedan.
Mientras, me voy a leer. No vivo en plenitud –ni en depresión–; vivo en el DF. No coadyuvo, ni soy estética. Tampoco soy factor, pero de hecho, recuerdo la fórmula: sujeto, verbo y complemento.
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