Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de marzo de 2013 Num: 939

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Leonardo Padura:
escribir para algo

Gerardo Arreola

Medio Siglo de las luces
Andreas Kurz

La necesaria poesía
Raúl Olvera Mijares entrevista
con Antonio Colinas

Adolfo Sánchez Vázquez Tecnología y
nuevas artes

Carlos Oliva Mendoza

Ciencia, drogas
y penalización

Tim Doody

Mónica Dower.
Estética de la memoria

Ingrid Suckaer

Dos poemas
Athos Dimoulás

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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Adolfo Sánchez Vázquez Tecnología y nuevas artes


Foto: dgcs.unam.mx

Carlos Oliva Mendoza

La obra de Sánchez Vázquez, como se sabe, es más que relevante en la revisión crítica del marxismo y esto, lamentablemente, es sólo reconocido en el mundo del pensamiento en español; se sabe, también, que su trabajo en el área de la estética no sólo es seminal y pionero en muchos aspectos, sino de una vigencia poco reconocida en la actualidad. El filósofo marxista exiliado en México a causa del franquismo español puede ser un excelente índice para conocer el estado de la estética en el siglo XX. Sus debates no sólo se centraron en las tradiciones marxistas, materialistas y formalistas de la estética, sino que debatió puntualmente con las estéticas de corte idealista, las estéticas analíticas y, en los últimos años de su vida, con las estéticas de la recepción. Nunca abandonó, además, los estudios de caso sobre poéticas específicas, en especial, las concernientes a las artes plásticas y la literatura. Bajo la idea de la filosofía de la praxis, en la que una relación vital entre la práctica y el ejercicio de la teoría determina la viabilidad y la demarcada objetividad de nuestros juicios, siempre se preguntó por las condiciones de existencia y recepción del arte, así como las condiciones de socialización del fenómeno estético en lo que consideró el hostil mundo del capitalismo.

Una de sus últimas conferencias, subtitulada La intervención del receptor en nuevas experiencias artísticas del siglo XX y, en particular, en las asociadas con las últimas tecnologías, nos muestra el talante crítico y abierto de este sui generis marxista.

En dicha conferencia, Sánchez Vázquez comienza por hacer un breve recuento histórico de la intervención de las tecnologías en lo que él no duda en llamar nuevas artes. Estas recientes poéticas pueden ser llamadas artes de intervención, y se fundan en los años sesenta y setenta, donde, a decir de Sánchez Vázquez, “se produce una serie de obras que permite y requiere una participación activa del receptor, no sólo en el plano de la interpretación”. Estas artes tendrían una influencia directa de la cibernética y en ellas destacan artistas como Nicolas Schöffer, Nam Jun Paik o Metger. En este contexto es que se dan las primeras formas del “arte por satélite”, en el que participan artistas como Joseph Beuys o John Cage, un arte que como indica Sánchez Vázquez es pionero en acelerar la simultaneidad –y fragmentación, añadiríamos– del participante y la experiencia “multinacional”. Esto es, se trata de las primeras muestras de lo que ahora es la estética desterritorializada, desnacionalizada, simultánea en el espacio virtual que impulsan los grandes monopolios de transmisión de información. Esta experimentación se trasmina, para bien y para mal, de forma muy obvia en la música y en el cine, pero ningún arte le es ajeno y preludia todo el mundo que ahora nos empieza a gobernar, el mundo digital.

Sánchez Vázquez destaca que los desarrollos en el plano de la música –Stockhausen, Luciano Berio, Henri Pousseur y Pierre Boulez– serán la base de la teoría de la recepción que alcanza su mayor desarrollo en la teoría de la obra abierta que postula Umberto Eco. Un experimento extremo de esto en la literatura, habrá que recordar, es el 62. Modelo para armar, de Julio Cortázar.

El marxista estudia en dicha conferencia diversos casos de estas nuevas formas estéticas que florecerán en los años setenta y ochenta, pero nos sorprende al decirnos hacia dónde, realmente, todo esto nos ha conducido. Al final de este periplo, no nos encontramos con el arte exquisito, sofisticado, privativo, caro o frívolo que enlaza las últimas manifestaciones del arte con los desarrollos de la ciencia y la tecnología. Ese arte que para existir y ser comprendido, por ejemplo, implica sacar a un elemento, frecuentemente a un animal, de su contexto natural, intervenirlo, mostrarlo y, por si fuera poco, crear neodisciplinas humanísticas que estudian esos delitos sin riesgo, “delitos de bajo precio”, diría Adorno. No, el verdadero fin de toda esa experimentación está, entre otros lugares, en las artes convertidas en videojuegos y en los viajes virtuales. “Ya no se trata, escribe Sánchez Vázquez, de la participación sólo mental, reivindicada por la Estética de la Recepción, ni tampoco de la intervención práctica, como continuación de la ‘obra abierta’, teorizada por Umberto Eco, sino de la participación que se integra en ella, de tal manera que el receptor con su actividad se siente parte de la obra misma.” El secreto de esta participación se encuentra, como es sabido, en una inversión tecnológica fundamental, lograr que el mundo real sea el artificio virtual.

Sánchez Vázquez da ejemplos muy precisos al referir los videojuegos pioneros: Quake, Blade Runner, Myst y Doom o el conocido viaje virtual The Legible City. Y sus conclusiones son, a la par que antidogmáticas y críticas, muy sorprendentes. Estas nuevas artes, respecto a lo que él considera gran arte –Picasso, Stravinsky, Brancusi o Tamayo–, son pobres, pues el “aspecto semántico, significativo o reflexivo queda arrinconado en la recepción ante esta preeminencia de la sensualidad en su nivel más elemental”. No obstante, lo que este arte digital no aporta en el “plano estético” sí lo hace en el “plano social”, y esto sucede por “la posibilidad que abre al desarrollo de la capacidad creadora, en mayor o menor grado, de cada individuo”; ahí “reside su valor humano” o la “alta función social que puede cumplir”. Sánchez Vázquez no se engaña: “su función social se halla limitada en las condiciones capitalistas que lo hermanan con el arte de entretenimiento o de masas que difunden los medios masivos de comunicación” y, sin embargo, este es un arte que permite “extender la creatividad”. Es una forma estética más democrática que el arte de alta creatividad, hecho “para un público restringido por tratarse de obras difícilmente accesibles, o relativamente herméticas para un sector elitista de receptores. O sea, un arte de alto valor estético y bajo valor social”.