Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 24 de febrero de 2013 Num: 938

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Mo Yan, el histórico
Ricardo Guzmán Wolffer

Escritura doble
Aurelio Pérez Llano entrevista
con Ilan Stavans

El tango en los cafés
Alejandro Michelena

La maldita partícula:
el bosón de Higgs

Norma Ávila Jiménez

Joaquín de Fiore,
historia y humanismo

Annunziata Rossi

Hermenéutica e historia
en Joaquín de Fiore

Mauricio Beuchot

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
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Bemol Sostenido
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Cabezalcubo
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Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
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Zero Dark Thirty: diez años de tortura
y una campaña punitiva criminal (III Y ÚLTIMA)

La visión extremista

La directora Bigelow asegura que en Zero Dark Thirty ofrece una visión casi periodística de la cacería de Osama Bin Laden. No obstante, sabemos que no sólo escogió las versiones que apoyan la efectividad de la tortura, sino que eligió convertir los interrogatorios “mejorados” en el elemento central y fundamental de la investigación (lo cual no han hecho ni siquiera los más rabiosos defensores de la tortura). Bigelow presenta la técnica de la CIA que consiste en doblegar salvajemente a un cautivo para hacerlo creer que, en un momento de delirio, confesó, y después tratarlo amablemente, darle ropa, cigarros y comida como premio. En ese estado entonces se le pide “confirmar” sus declaraciones. En las salas de tortura de la CIA, usualmente se seguía un escrupuloso guión burocrático; el proceso era documentado y videograbado y había médicos asegurándose de que el prisionero pudiera soportar más tortura. Por alguna razón, Bigelow presenta una imagen distorsionada de esas sesiones, ya que introduce correas de perro –un objeto que pertenece a otro tipo de tortura– como aquella a cargo de “contratistas” civiles que se llevaba a cabo por las noches en Abu Ghraib, donde, entre otras cosas, se hacían pirámides humanas, se soltaba a los perros para que intimidaran y mordieran a los presos, se forzaba a los cautivos a tener o fingir que tenían relaciones homosexuales y se les sodomizaba con diversos objetos. Al mostrar la correa de perro, Bigelow quiso explotar la memoria del espectador y evocar las imágenes de la soldado Lynndie England sujetando a un preso. Pero esto provoca una reacción contradictoria, ya que si bien es irritante, también da un falso contexto a aquella imagen infame pues insinúa que pudo ser parte de una importante investigación. Las correas de perro obsesionan a Bigelow; el agente y torturador “Dan”, antes de regresar a Washington, advierte a Maya diciéndole que Obama (quien prohibió la tortura en su segundo día de presidente y a quien Maya ve por la televisión declarando: “Estados Unidos no tortura”) los puede dejar desprotegidos: “Vas a tener que ser muy cuidadosa con los detenidos de ahora en adelante, la política está cambiando y no quieres ser la última persona sujetando un collar de perro cuando vengan los del comité de supervisión.” No sólo es cuestionable la veracidad del recuento, sino que se enfatiza que para Maya y sus colegas no hay vergüenza, remordimiento o  responsabilidad, sino sólo la necesidad de cubrirse las espaldas.

Manipulación o periodismo

Bigelow y Boal podrán creer que su cinta está cerca del periodismo, pero resulta un poco difícil justificar escenas manipuladoras como aquella en que la agente de la cia, Jessica, le prepara personalmente un pastel de cumpleaños a un miembro jordano de Al Qaeda que supuestamente está dispuesto a cooperar a cambio de 25 millones de dólares. La CIA cae en la trampa y el jordano se vuela en pedazos matando a siete agentes. Bigelow trata de mostrar que los fanáticos no se corrompen y, aunque Jessica brinda diciendo: “A las grandes oportunidades y a la gente común que las hace posibles”, veremos que las oportunidades en ZTD sólo vienen en la forma de tortura y no de soborno.

Reveses y burócratas

En ZTD los reveses que sufre EU se deben a atentados de Al Qaeda y no a sus propios y numerosos tropiezos estratégicos y morales. Pero Bigelow no quiere empantanar su nítida narrativa con eso, ni con el caos de la disidencia interna (en el ejército, la CIA y el FBI) en contra de la guerra, la tortura y las prácticas antihumanas. Aquí, como en todas las ficciones probélicas, los obstáculos son los burócratas incompetentes que se oponen a las soluciones más violentas y radicales.

El fin justifica el fin

Se ha elogiado hasta la náusea el asalto al refugio de OBL. Es un ejercicio competente de cinematografía de acción, algo que Bigelow sabe hacer bien. Lástima que no haya sabido cómo transformar esa puesta en escena (donde en un gesto de falso respeto apenas se muestra a OBL) en una explicación de por qué asesinar al hombre más buscado de la historia moderna era mejor opción que capturarlo y tratar de desmantelar su red, entender cómo se organizó el ataque de S-11 y llevarlo ante la justicia. Para Bigelow el asunto es un caso cerrado; la venganza purifica y justifica los medios. No obstante, el intervencionismo violento, el asesinato extrajudicial y la tortura son actos inmorales. Punto. No se puede debatir que la tortura es o no justa –aquí no existe equivalencia moral–, y al hacerlo estamos dándole legitimidad de facto.