jornada


letraese

Número 199
Jueves 7 de Febrero
de 2013



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

Salud y ópera

El doctor A. Téllez es un excelente gastroenterólogo, él me ha ayudado a mantener controlada una colitis ulcerativa de pronósticos severos. Téllez es dueño de un habla serena y dulce, con un temple insólito en los ambientes mataperros de la medicina pública. Su estilo de trabajar es el de un fino artesano. Le brillan los ojos cada vez que paso por su consultorio y le doy razón sobre mis furibundas tripas. El concepto “compasión” se encarna plenamente en su lenguaje corporal cuando me escucha describirle los avances y retrocesos de un padecimiento crónico, degenerativo, incurable, terrible. Este síndrome, que se ha venido a sumar a mis otros grandes males, tiene un apellido infame. La ciencia no da razón por qué diablos se activa el CUCI, ni por qué de pronto desaparece como si nunca, como si jamás me hubiera sorrajado diarreas, hemorragias, cólicos, fatigas, inapetencias, flatulencias y malgenio.
Cada tres meses voy a ver a Téllez para que me prescriba medicamentos y estudios. Con su sapiencia y humanismo me escucha atentamente y luego garabatea unos signos extraños en mi expediente. Si entre lágrimas y pataleos le describo un sangrado profuso seguido de tirones en el vientre de pronto sube un poco la voz y exclama: ¡pero si va usted respondiendo bastante bien al tratamiento! Y me despacha de su consultorio con ánimo de entrarle al mole oaxaqueño y morirme en la raya de una vez y para siempre. Milagrosamente los síntomas se desvanecen y yo me tengo que morder los labios y apretar los puños para no creerme tanta gracia. ¿De dónde saca el señor Téllez su optimismo inquebrantable? Un día, de pura casualidad, descubrí su secreto.
Tengo un sobrino que estudia en la Escuela Superior de Música y Danza. Su dedicación a la música clásica lo ha llevado a participar en los ensambles corales que acompañan a las puestas en escena de importantes óperas. El sobrino nos obsequia boletos de cortesía. Más por apoyar al muchacho que por afición al bel canto fuimos mi mujer y yo a ver Il Trovatore. Desde la fila de taquilla, bajo el rabioso sol de Monterrey, vimos acercarse al doctor Téllez con su pasito leve y su aura afable. Nos saludamos y platicamos de lo típico entre adultos educados: sobre el clima y sus veleidades. Entonces Téllez se abrió de capa y preguntó si acudiríamos a ver Un baile de máscaras, que dentro de unos días transmitirían desde el Met de Nueva York. El evento se podría apreciar en una pantalla gigante en el Tecnológico de Monterrey. ¡Gulp! Por no parecer más guarro y descastado de lo que soy le respondí que seguramente allí estaríamos. Y desde entonces no dejamos de asistir a la terapia sagrada de los divinos médicos: Mozart, Händel, Verdi, Puccini, Donizetti…
Téllez es un apasionado de la ópera. No cualquiera es capaz de invertir cuatro horas de su preciosa vida para chutarse las rijosidades entre mezzos, barítonos, sopranos y tenores. Por eso este hombre va por la existencia como sobre un adagio, nos mira a través del imperio de las pasiones sublimadas por terremotos orquestales y sabe proveer esperanza y consuelo a sus pacientes, como el solista que se juega el destino en un aria que puede derrotar al tiempo y sus desdichas.


S U B I R