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La sucia música sublime del eterno retorno
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Periódico La Jornada
Sábado 26 de enero de 2013, p. a16

Suena una música mística y salvaje en ceremonia iniciática que se renueva cada ciclo lunar: sudan, saltan, exultan los músicos, brincan los escuchas poseídos, devorados por la pasión que forma hoguera. Es como si El Grito, aquel óleo del noruego Edvard Munch cobrara vida y su gesto facial cambiara al de alegría, júbilo, placer orgásmico y entonces escuchamos ese grito mudo que sale de ese hoyo horrendo en ese cuadro convertido –por fuerza de esta música tan brutalmente demoledora– y vertido en el canto de un ángel robusto –el emblema, que no logotipo, de Led Zeppelin– que flota en el aire y nos observa desde arriba: sudamos todos, esplendemos, gritamos, brincamos de alegría porque la ceremonia ha iniciado y volverá a iniciar cada vez que lo queramos: señoras y señores, con ustedes la mejor banda del mundo, en vivo y en directo: ¡¡¡¡ Led Zeppelin !!!!!

En cuanto termina Kashmir, el clamor del público, 18 mil que alcanzaron boleto de entre los 2 millones de suspirantes que no consiguieron entrada, se escucha igual como suena y trepida el piso traspasado por el clamor de una estampida de bisontes en celo y solamente vemos el temblor del frágil pétalo de una orquídea, cercana a la ventana, señal de que algo serio está ocurriendo sala adentro.

Lujurea dulcemente la voz del óleo: Nena, nena, ven, te voy a dar cada centímetro de mi amor/ gonna give you my love/ way down inside, woman... you need... looooooooooooooooooove/ I’m gonna give you my love/ I’m gonna give you every inch of my love...

Canta Plant con el mismo sonar del gemido del momento más sublime del coito, toca la guitarra Page de la misma manera como se danza la danza del amor, ataca la bataca Jason Bonham, hijo del desaparecido trágico, robusto y loco Bonzo, devorado por la pasión, y el maestro John Paul Jones alterna su bronco/ronco/tronco bajo con teclados que rinden tributo a Bach por igual que a la revolución cultural que nació en 1968 y continúa la llama ardiendo.

La muerte los separó en diciembre de 1980 y la muerte los volvió a juntar en diciembre de 2007.

Cuando encontraron muerto al Bonzo Bonham, hace 32 años, los Zeppelin emitieron un escueto y doloroso documento informativo: sin él, ya no podemos. Cuando murió, en diciembre de 2006, Ahmet Ertgun, el constructor de Atlantic Records, la disquera que dio inmortalidad a Led Zeppelin, su memoria logró lo hasta entonces imposible: volver a juntar a los Zeppelin para, de una vez por todas, demostrar –así lo dijo Jimmy Page– que forman la mejor banda del planeta.

Fue así como ocurrió el mejor concierto de muchas eras, el 10 de diciembre de 2007 en la O2Arena de Londres, donde los gladiadores Plant, Page, Jones y el hijo de Bonham dejaron atrás las veces que se juntaron pero parcialmente, o tocaron poquito, o no sudaron como esta noche y no llegaron al orgasmo como ahora, cuando han demostrado que son lo más sublime y lo más salvaje, lo más sereno y enardecedor, lo más puro y sucio en música, la quintaesencia del arcaico, genuino, gineceo magnífico que es la cultura blues, blús, bluuuuus y la buena nueva es que se trata de un concierto donde no estuvimos pero sí estamos, las veces que así lo queramos, porque aquella sesión cumbre que duró 130 minutos ahora circula en formato blue-ray y en sonido 5.1 dts-hd y viene en distintos otros formatos y modalidades, de entre las cuales el Disquero eligió la versión triple de este álbum, titulado Celebration Day: dos cidís de audio y el tercero en blue-ray con el concierto filmado, firmado, flameado y flameante y cada vez que lo ponemos a sonar y a moverse todos ellos en pantalla (Plant plantado en gárgola, Page haciendo mudras con la mano y con la cara y con el cuerpo hace el gesto inequívoco que acude en el acto sexual y Jones haciendo mugir/gemir/jadear su hermoso bajo y Bonham pegándole a los tambores como si fuera el Marqués de Sade nalgueando traseros femeninos) y todos nos ponemos como loquitos, como debe de ser ante una música tan brutal, tan plena de dinamita, tan sexual y sensual y romántica y exquisita y entonces el sofá de la sala se convierte en butaca, qué digo en butaca, en platea, en ese espacio infinitesimal que media entre la primera fila y el inicio del proscenio, porque la filmación del concierto de tan excelso nos pone en vivo en el concierto, que ocurre cada vez que lo pongamos a girar en el tornamesas y sobre la pantalla se despliegue el milagro de un concierto: todos nos convertimos en lo que somos: polvo de estrellas, quimera, partículas flotando en el aire al final de la explosión, polvo enamorado, polvo en el sentido gachupín del término, ángeles sexuados a merced de una música tan mística y salvaje que nos convierte, otra vez, en lo que somos: humanos en ebullición, seres vibrantes devorados por la hoguera de la pasión.

¡Gracias, Page-Plant-Jones-Bonham! ¡Larga vida! ¡Led Zeppelin, Namasté!

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