l paquete de política económica enviado por el nuevo gobierno al Congreso pretende estar organizado alrededor de un objetivo central: la estabilidad macroeconómica. Así, el programa económico para 2013 confirma las prioridades neoliberales que en materia de política fiscal y monetaria han regido en nuestro país por lo menos desde 1989.
Para el nuevo gobierno la estabilidad macroeconómica sigue siendo el factor clave de todo: crecimiento, empleo, reducción de pobreza, etcétera. Por supuesto es absurdo sostener que el desarrollo económico fluye automáticamente de la estabilidad macro, pero cabe otra pregunta: ¿acaso es cierto que se ha consolidado en México la mencionada estabilidad macroeconómica?
En materia fiscal esta estabilidad macro es ilusoria. La distorsión en los ingresos fiscales se ha mantenido ya muchos años y el ‘nuevo’ paquete económico no altera las cosas: 34 por ciento de los ingresos fiscales totales provienen del petróleo. Esa característica del presupuesto federal de egresos no es algo que se parezca a un esquema de armonía y equilibrio que entrañaría una verdadera estabilidad macroeconómica.
Al nuevo secretario de Hacienda le gusta decir que su presupuesto es de déficit cero
. ¿Es cierto?
La Ley federal de presupuesto y responsabilidad hacendaria (LFPRH) señala que el gasto neto total en el proyecto de presupuesto de egresos deberá contribuir al equilibrio presupuestal
(artículo 17). Es decir, el componente del presupuesto que se refiere al gasto programable (neto de cargas financieras) deberá constituir una aportación al equilibrio fiscal. Y ese es el caso del nuevo presupuesto: el balance primario generará un pequeño superávit de 24 mil 562 millones de pesos. Pero una vez que se toma en cuenta el gasto programable, que incluye el costo financiero del sector público (superior a los 350 mil millones de pesos) se obtiene un déficit en lo que se denomina el balance económico de 326 mil millones de pesos (equivalente a 2 por ciento del PIB).
A los funcionarios neoliberales les encanta el mito de que el gobierno es como cualquier otro agente y, por lo tanto, debe cerrar sus cuentas de la misma manera que lo hace, digamos, una familia. Hay muchas razones por las cuales esa mentira no se sostiene, comenzando por el hecho de que las familias no pueden cobrar impuestos para allegarse recursos. Pero recurriendo a esta analogía que tanto gusta a los neoliberales, no conozco ninguna familia que se ufane de haber generado un superávit reduciendo su ingesta de alimentos, recortando su gasto en salud y restringiendo el acceso a la escuela de los chicos para después dedicar ese superávit primario
al pago de los cargos en sus tarjetas de crédito derivados de francachelas en el pasado no tan remoto.
Sería mejor dejar de hablar de déficit cero
y reconocer que existe una brutal distorsión en las finanzas públicas: tenemos ya dos décadas de estar generando un superávit primario para cubrir cargas financieras en detrimento del gasto en educación, salud, vivienda, infraestructura, agricultura, transporte, medio ambiente, ciencia y tecnología, etcétera. El desvío de recursos se acompaña de un rezago acumulado en todos estos rubros que corresponde al sacrificio de una generación. Estas aberraciones no tienen nada que ver con una verdadera estabilidad macroeconómica.
En materia monetaria el tema de la famosa estabilidad macro se expresa sobre todo en el control de la inflación. Y es cierto que la presión inflacionaria ha sido más o menos dominada, pero eso se ha logrado a costa de deformar la estructura de la economía mexicana. En el modelo neoliberal de economía abierta el manejo de las presiones inflacionarias se consigue a través de la contención salarial, la sobrevaluación cambiaria y de posturas restrictivas en materia fiscal y monetaria. Esa combinación ha sido letal, pero se sigue alabando la supuesta estabilidad macroeconómica. Lo peor es el estancamiento y la pobreza generalizada. La corona del pastel son las reservas en el Banco de México asociadas a los flujos de capital, así como el crédito contingente otorgado por el Fondo Monetario Internacional para dar seguridad a los dueños de esos capitales.
En ese estado de tranquilidad relativa que los gobiernos neoliberales llaman estabilidad macroeconómica no se sientan las bases del desarrollo. Sólo se dan las condiciones para generar una nueva crisis, tal y como pasó entre 1990 y 1994, cuando el laboratorio neoliberal le explotó en la cara a los funcionarios salinistas. En su soberbia esos personajes subestimaron el proceso de reversión en el flujo de capitales que había mantenido artificialmente la estabilidad
. El sexenio que comienza podría ser parecido ya que, entre otras cosas, los criterios generales de política económica han subestimado la profundidad y gravedad de la crisis mundial. Claro, con su cárcel mental los macroeconomistas neoliberales no creen en la crisis, aunque se estén ahogando. Pero eso no quiere decir que les perdonemos cuando hablan de déficit cero o de estabilidad macroeconómica.