as expectativas de mejores tiempos para los mexicanos inducidas por el priísmo triunfante se erosionan, al parecer, con el simple paso de los días. El empeño de crearlas a través de la difusión orquestada conduce a la nueva administración de Enrique Peña Nieto hacia un torbellino de realidades que las golpean sin clemencia. El cuidado que pretendieron instrumentar para el día inaugural del sexenio entró, a golpes de toletes, patadas, gases, cercos con vallas y pedradas, a una peligrosa zona de violencia que ya lo contaminó. Las alarmas, de inmediato, sonaron desde distintos ámbitos de la sociedad. Imágenes y temores de un pasado autoritario, de mano dura ante aquellos que no se someten a los acuerdos y mandatos desde arriba, retrae el feo rostro provocador y represivo harto conocido.
La envoltura modernizante, tan cuidadosamente amparada en la combinación de montajes escénicos, ha sufrido cuarteaduras de sumo cuidado. Ni los soportes ensayados por la cotidiana vocería, bien capturada por los distintos oficialismos antecesores de similar catadura ideológica, ha podido ocultar las raspaduras. Pero lo más preocupante del desgaste mencionado sea el que acarrea la continuidad del modelo de gobierno hasta ahora vigente. Una a una las zonas programáticas, puestas en suerte en este rejuego inicial, encajan y se amoldan a los estrechos límites del conocido y frustrante cauce neoliberal. No hay pragmatismo que valga ante la rigidez que se refleja entre los rostros ya vistos y las historias personales de los actores que van apareciendo en los entretelones del poder.
Puede tratarse del paquete presupuestal (con su ley de ingresos) para 2013 ya presentado ante la Cámara de Diputados o los enunciados de la reforma educativa, la ruta que llevan apunta hacia similar destino. Uno, el presupuesto, porque es inercial en sus ingresos y en sus gastos. Los inmensos recursos disponibles serán empleados con apego a lo ya marcado de antemano y encallarán, qué duda, en un crecimiento por demás mediocre. Ese que ronda 2 o 3 por ciento del PIB como promedio anual. No se intenta, siquiera, alguna modificación que apunte hacia horizontes diferentes. Seguirá el estancamiento estabilizador que tanto auxilia al injusto reparto establecido de la riqueza y las oportunidades.
Enrique Peña Nieto se ha constreñido a emplear, cuando mucho, los restantes cinco años para emprender el vuelo prometido de alcanzar crecimientos mayores a 6 por ciento del PIB. Por lo pronto, se echará mano del fondo de estabilización para apuntalar la caída en ingresos. Recursos provenientes de fuentes no renovables para usarlos, una vez más, en gasto corriente.
La educación no pinta, por su parte, un panorama de mejor tesitura. Encajonado en la propalada lucha de trincheras con la cúpula del SNTE y su decadente lideresa, el secretario y adláteres no se atisban con arrojos, ni ambiciones, para emprender la ansiada cita con un cambio sustantivo de calidades y coberturas. Para movilizar las energías, el entusiasmo y la creatividad que tal aventura requiere tal vez fueran convenientes otras biografías. Las que se han mostrado al país como encargados no aportan las seguridades deseadas para, en verdad, trabajar hacia un futuro promisorio. Para encender ánimos y movilizar las inventivas exigidas por la globalidad es preciso refinar mucho más los talantes y las propuestas adelantadas.
México, su niñez y juventud, exigen que las motiven y encaucen dentro de una cruzada de gran envergadura y no las sometan a ensayos burocráticos o, peor aún, los dejen a descampado de pleitos y maniobras entre encumbrados. Por ahora es fácil vislumbrar la posibilidad de que, los protagonismos, celos, enojos e inconformidades desemboquen en escaramuzas, marchas, sentones y plantones callejeros, peores a los acostumbrados por la actual disidencia magisterial.
La educación de un pueblo, bien se sabe, es el vehículo ideal para avanzar en la igualdad social, económica, política y cultural. Nada hay en el planteamiento de la reforma recién signada por los pactistas que incluya los urgentes remedios en esa dirección. Las 40 mil escuelas de tiempo completo, por ejemplo, debían ser instaladas en las zonas de mayor rezago y no, como seguramente se piensa hacer, en zonas urbanas. Ahí donde no se cuenta con agua corriente, baños, más de un profesor, techos de concreto, ventilación, pupitres, paredes y, no se diga, corriente eléctrica y, menos aún, facilidades de interconexión.
No se puede permitir la dicotomía actual de dos mundos educacionales: uno para la marginación, otro para la clase media. Esta lacerante realidad es el eslabón que perpetua el ciclo perverso de la pobreza. Las becas no pueden terminar financiando, como se ha propuesto con anterioridad, a las escuelas particulares. Existen, ahora mismo, miles de bocetos irregulares, primitivos salones de clase, de escuelas enteras, carentes de casi todo. Ahí asisten niños de comunidades que más tarde quedarán incapacitados para incorporarse al desarrollo.
La desigualdad en el trato a de-siguales es lacerantemente injusta y choca con el ideal igualitario. Nada de esto se colige del pacto firmado por actores que no tienen, a pesar de lo que se afirma, la representatividad de, al menos, un enorme sector de la comunidad mexicana. Esa parte de ella que también ve hacia abajo, la que se interesa en los desiguales. Los alardes de los personeros reunidos en el ceremonial oficialista del pesaje, los aplausos mutuos, los micrófonos y las firmas, así como los encargados de la tarea presumidamente reformadora, se irán diluyendo con los enfrentamientos por venir. Las correas de transmisión con la sociedad, largamente entregadas al corporativismo corruptor, se han erosionado hasta hacerse inoperantes. Rescatarlas de esas manos es sólo un inicio. Para el resto hay que poner el talento y el espíritu reivindicativo que no se atisba por lado alguno.