Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 9 de diciembre de 2012 Num: 927

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Dos poemas
Lukás Theodorokópoulos

La fiesta del teatro
Mariana Domínguez Batis

Puebla, nuevo espacio nacional para el
teatro internacional

Miguel Ángel Quemain

Héctor Azar, el
hombre y el teatro

Jorge Galván

El tío vania de
David Olguín

Enrique Olmos de Ita

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Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Ilan Stavans
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Jair Cortés
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Twitter: @jaircortes

DINO BUZZATI Y LOS HOSPITALES MEXICANOS:
ESPERAR LA NADA

La extensa producción literaria del italiano Dino Buzzati (nacido en Belluno, en 1906 y fallecido en Milán, en 1972) cifra su esencia en el tema de la espera y en las diferentes fases que acontecen mientras ésta transcurre: la esperanza, el aburrimiento, el hartazgo, la desolación, el miedo y, finalmente, la nada. Buzzati es dueño de una prosa abundante en descripciones, en ambientes que recurren a la palabra poética para sublimar la desgracia, en la creación de personajes sencillos pero entrañables; todo esto enmarcado en fascinantes historias. Jorge Luis Borges dijo acerca de la obra de Buzzati que: “Hay nombres que las generaciones venideras no se resignarán a olvidar. Uno de ellos es, verosímilmente, el de Dino Buzzati […] Su vasta obra, no pocas veces alegórica, exhala angustia y magia. El influjo de Poe y de la novela gótica ha sido declarado por él. Otros han hablado de Kafka. ¿Por qué no aceptar, sin desmedro alguno de Buzzati, ambos ilustres magisterios?”  Puedo especular que Buzzati influyó en Esperando a Godot de Samuel Beckett, ya que en la década de los cuarenta Buzzati fue traducido a casi una decena de idiomas, entre ellos el francés.

Dino Buzzati no lucha contra las fuerzas invencibles que terminan por devorar a sus personajes, simplemente se abandona a ellas y de ahí surgen cuentos memorables como “Siete pisos”, en donde un hombre es ingresado a un hospital por un mal menor. En ese hospital los pacientes son internados en un piso según la gravedad: el séptimo es el de menor riesgo; en el primero se encuentran los desahuciados. La burocracia, la ineptitud de los médicos y enfermeras, la falta de camas y una larga lista de pretextos, provocan que el hombre descienda de manera paulatina por los diferentes pisos. La angustia se incrementa, el desasosiego acompaña al hombre que, irremediablemente, depende de situaciones que escapan a la razón y que lo llevan al primer piso…

Pero lo que en la obra de Buzzati es surrealismo o absurdo, en los hospitales mexicanos del servicio de salud pública es realismo. Conozco el caso de un hombre al que le amputaron la pierna saludable, terminando por cortarle ambas. Muchos médicos, enfermeras y trabajadores del sector salud, que cobran sus sueldos gracias a los impuestos que la población paga, creen “hacernos el favor” de cuidar a nuestros pacientes (cuya palabra tiene su origen en el latín pati, entis, de pati: padecer, y que ejercen la paciencia a un extremo prodigioso). Los hospitales mexicanos no tienen rostro y, por lo tanto, no hay quien sea responsable. Siempre hay un enjambre de doctores en pláticas extensas, entre risas, bromas y tortas de tamal, lejos de las camas de los enfermos. Recuerdo, ya no sé si con tristeza o rabia, estar en una sala de espera en donde algún empleado del hospital tuvo la gran idea de programar como música de fondo, para “pasar el rato más ameno”, “Las hojas muertas” y “El amor es triste”, dos piezas musicales que son la banda sonora perfecta para la deshumanización a la que hemos llegado.