Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 2 de diciembre de 2012 Num: 926

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Arte chileno reciente: política y memoria
Ana María Risco

Tres poetas chilenos

Carnaval chileno
en Guadalajara

Patricia Espinosa

Doce minificciones

La cultura en Chile,
antes y ahora

Faride Zerán

El libro en Chile, una promesa democrática
Paulo Slachevsky

Calderón y el colapso
de los principios

Augusto Isla

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
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Germaine Gómez Haro

La naturaleza vigorosa de Pedro Diego Alvarado

Captar la naturaleza, en la pintura de Pedro Diego Alvarado (México, DF, 1956), es sumergirse en un universo idílico que nos transporta a parajes raramente visitados por los artistas contemporáneos, tan imbuidos hoy en día en los discursos de índole política y social. Pintar la belleza, en cualquiera de sus acepciones, ha dejado de ser interesante para muchos creadores que más bien optan por seguir las modas y pugnan por conquistar un lugar en las primeras filas del mainstream internacional, cuyos derroteros parecen confluir principalmente en los bajos fondos de nuestra sociedad actual. Tal pareciera que posar la mirada en el mundo natural fuera una banalidad, y recrear su belleza para el mero disfrute de los sentidos, un acto intrascendente: plasmar paisajes, flores y frutas resulta para muchos intelectuales del arte una práctica de aficionados que no merece otro espacio de exhibición que el “jardín del arte”. Más o menos así se comporta la intelligentsia del arte contemporáneo, ejerciendo toda una retórica gastada y pretenciosa que hace sentir al espectador no especializado que, sin esa retahíla de explicaciones tan incomprensibles como inconsistentes, no hay manera de conectarse con la creación contemporánea. La mayoría de las exposiciones que se presentan en museos siguen de una u otra forma esta críptica dinámica, en tanto que las prácticas artísticas que propician el goce visual o el placer sensorial son tildadas con simpleza como “decorativas”. Por esto resulta importante y propiciatorio que el Museo del Antiguo Colegio de San Ildefonso, cuya programación hace ya muchos años ha sido de una constante excelencia, presente una muestra retrospectiva de Pedro Diego Alvarado, pintor de la naturaleza mexicana, quien principalmente se ha centrado por tres décadas en la recreación de flores, frutos y paisajes que evocan la exuberancia y voluptuosidad de nuestro patrimonio natural, un tanto denostado en el ámbito de las artes visuales a favor de la vorágine tecnológica.


Magueyes con cielo nublado

Forma y metáfora se titula la exposición retrospectiva integrada por alrededor de sesenta pinturas que abarcan el quehacer artístico de Pedro Diego entre 1983 y 2012, una amplia muestra espléndidamente museografiada que da cuenta del desarrollo de este artista que ha permanecido fiel a sus inquietudes y pasiones a lo largo de tres décadas. A manera de variaciones sobre un mismo tema, Alvarado va y viene en la recreación de sus paisajes y naturalezas muertas, jugando con los encuadres y las perspectivas para crear amplios espacios abiertos o francos acercamientos que en ocasiones barruntan la abstracción. No es casual que en sus inicios se haya inclinado por la fotografía, habiendo tenido el privilegio de ser discípulo de Henri Cartier-Bresson en París, de quien se palpa la influencia en el encuadre fotográfico de muchas de sus composiciones que, llevadas al lienzo, alcanzan sus últimas consecuencias.

Pedro Diego se formó en la Escuela de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda y en la Academia de San Carlos, y fue discípulo de Gilberto Aceves Navarro y Ricardo Martínez, y de ellos aprendió el rigor en el oficio y la maestría técnica, virtud también practicada en el taller del pintor nicaragüense Armando Morales, de quien fungió como asistente. Esa delicada y mesurada pincelada que caracterizó la pintura de Morales se percibe en las superficies suavemente texturadas y matizadas de Alvarado, aunque este último hace alarde de una paleta encendida y atrevida para dar vida palpitante a sus flores y frutos, mientras que el nicaragüense optó por un cromatismo callado que envuelve sus escenas en un halo de turbio enigma diametralmente opuesto a la voluptuosidad ígnea del mexicano. La naturaleza que pinta Pedro Diego es vigorosa por su fuerte carga expresiva, lograda a través de un ejercicio de observación y contemplación del entorno natural que recrea con pasión y deleite. Su diálogo con la naturaleza es un homenaje a la vida, una invitación a la re-conciliación con la sencillez de lo fortuito que tanto hemos descuidado por privilegiar el universo de la tecnología y la robótica. Las pinturas de Pedro Diego Alvarado nos devuelven la frescura de una mirada que se regocija con los orígenes y propicia el placer de los sentidos.