Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 2 de diciembre de 2012 Num: 926

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Arte chileno reciente: política y memoria
Ana María Risco

Tres poetas chilenos

Carnaval chileno
en Guadalajara

Patricia Espinosa

Doce minificciones

La cultura en Chile,
antes y ahora

Faride Zerán

El libro en Chile, una promesa democrática
Paulo Slachevsky

Calderón y el colapso
de los principios

Augusto Isla

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
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A Lápiz
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Ana García Bergua

Lo que usté me diga está bien

Qué extraña es la memoria que casi siempre se pierde. Y luego, cuando de repente aparece, lo hace de la manera más extraña, alumbrando cosas que ni venían a cuento, cosas que ni nos acordábamos de que ya no nos acordábamos.  En el fondo no me gusta, aunque alimente y engorde la añoranza y la melancolía, estar recordando episodios de los cinco años y olvidar, al mismo tiempo, si la estufa se quedó encendida, qué hice ayer, qué debo hacer hoy, quién soy a fin de cuentas.

De repente pasa uno días enteros recogiendo retazos de historias, conversaciones, pendientes olvidados, víctima de la falta de memoria inmediata, y evocando situaciones añejas que nada tienen que ver con la vida cotidiana. ¿Qué le dije, qué me dijo, cuándo y dónde iba yo a hacer qué? Los asuntos pendientes danzan a nuestro alrededor como un racimo de globos que se escapan en un parque de diversiones. Nos acostumbramos a dejar pistas perdidas que saltan de repente, como la frase que nos permite retomar la trama de la novela que estamos leyendo, pero no siempre tenemos esa suerte. Ahora nos pasó al zapatero y a mí.

Este ya no es el mismo zapatero de siempre, el zapatero barbón y siempre malhumorado que atendía en el centro de  Coyoacán hace algunos años. En su changarro, con la cortina de agujetas de colores que pendía encima del mostrador y los estantes llenos de zapatos arreglados o a medio arreglar, tenía una página de periódico pegada a la pared con la foto de un hombre también de barba, muy parecido a él. Nunca supe si era él mismo o su hermano gemelo y menos me atreví a preguntarle, porque sus respuestas solían ser tan absurdas como furiosas (¿cómo quiere que tenga sus zapatos, si no pasa por ellos el día que le digo?). Eso sí, era muy bueno en su oficio. Un día su local simplemente desapareció, con todo y fotografía, devorado por un mini súper. Ahora tengo dos zapateros aquí cerca, ambos en locales mucho más pequeños; uno se encuentra junto a otro changarrito de plomería y me temo que el plomero y él se contagian mutuamente la flojera: ¿Puede pintarme estos zapatos?  Uy no, ésos no se pintan, total así se ven bien. ¿Podría venir a terminar de componerme el horno? ¿Cómo cree?, esos hornos ya no se arreglan, así quedan... Por eso le llevo mis zapatos al otro, al viejito que está más a la vuelta, quien además trabaja mucho mejor. Lo malo es que la desmemoria del viejito y la mía se complementan muy bien.

–Vine por unas botas, ¿se acuerda?, las de la suela corrida que le traje antier.

–Ah, sí, ¿son éstas?

–No.

–¿Éstas?

-Tampoco.

–A ver, búsquele usté, yo no me acuerdo.

Imposible encontrarlas entre tanto zapato amontonado, pero las logro distinguir.

–Ésas. Se las traje con los zapatos azules, ¿se acuerda?

–¿Cuáles?¿Qué le dije que le iba a cobrar?

–¿No lo apuntó?

–Sería en las suelas de los azules, no ve que se las cambié. Ya se los entregué.

–Chin, ya hasta me los puse. ¿Y qué decía?

–¿Qué me dijo?

–¿Qué le debo?

–Son ciento cuarenta y cinco, aquí adentro le puse, mire.

–Pero le adelanté algo, ¿no?

–Pues usté dígame, ya se me olvidó.

–¿No lo apuntó?

–¿Usté no se acuerda?

–¿Cien? No, no creo. Creo que le di cincuenta.

–¿Cincuenta? Creo que sí, no me acuerdo.

–Sí quedamos, ¿no? …         

–Lo que usté me diga está bien, ya le dije que no me acuerdo.

–Se me hace que fueron cincuenta... ¿o qué?

–Tons me debe noventa y cinco.

–Sale, pues.

Estoy segura de que los dos nos sentimos transados, pero ya ni modo. Les puso a mis botas unas suelas que no son iguales a las que traían. Pienso si reprochárselo y me imagino la respuesta: ¿cómo eran las que traían?, ya no me acuerdo, como usté me diga está bien. Igual estarán más cómodas, concluyo mientras me alejo y le echo una ojeada al changarro del otro zapatero con sus cinco zapatos perfectamente alineados. Dudo sobre si debí mejor llevárselas a él y me imagino su probable respuesta: Uy, no, estas suelas no se cambian. Inevitablemente recuerdo al otro, al del centro de Coyoacán, el de la foto en el periódico, con sus reproches y sus gruñidos, y trato de hacer comparaciones, siempre inútiles, siempre pendientes de la memoria, que tanto a mí como al viejito se nos va. En el fondo por eso me cae bien, aunque seguramente los dos perdemos siempre algo en esto. Cuando llego a casa con las botas, me doy cuenta de que no pasé a pagar el teléfono. Igual se me olvidó el recibo. Pero qué bien me acuerdo de esta negociación de locos. Lo que yo me diga está bien.