Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 2 de diciembre de 2012 Num: 926

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Arte chileno reciente: política y memoria
Ana María Risco

Tres poetas chilenos

Carnaval chileno
en Guadalajara

Patricia Espinosa

Doce minificciones

La cultura en Chile,
antes y ahora

Faride Zerán

El libro en Chile, una promesa democrática
Paulo Slachevsky

Calderón y el colapso
de los principios

Augusto Isla

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Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
Jorge Moch


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Enrique López Aguilar
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Mar (in)tranquilo y próspero viaje (I DE II)

Uno de los rostros que ofrece Estados Unidos al viajero es el de un país ordenado, disciplinado y estructurado, amante de la naturaleza y de la convivencia con árboles, bosques y zonas cuidadosamente bellas, sean urbanas o rurales, como las ciudades de Nueva Orleáns, Savannah, San Francisco y Nueva York, o regiones como las del Mississippi y el noreste, más otras muchas que no menciono para no parecer una guía turística. Sobre algunas de esas realidades se han cernido cataclismos como los huracanes Katrina y Sandy en Nueva Orleáns y Nueva York, respectivamente, gracias al cambio climático tan enfáticamente negado por George Bush. En todo lo mencionado llaman la atención el orden y la fragilidad del orden, así como, en sentido inversamente proporcional, esa afición como estadunidense por la destrucción, manifiesta en las guerras y el cine y las armas: destruir lo ajeno sumado a imaginar la destrucción de lo propio.

Nueva York ha sido una ciudad fantasiosamente devastada en el cine cientos de veces, hasta que llegó el 11 de septiembre de 2001 con su devastación in situ: no ha dejado de ocurrir que toda película “espectacular” incluya la parálisis de la Gran Manzana y sus alrededores. Una pregunta que se hace cualquier viajero es:  “¿Por qué ese afán de ordenar en la realidad lo que la imaginación desea destruir?” Monstruos sobrecogedores y prehistóricos, invasores extraterrestres, adefesios creados por científicos locos: si por ellos fuera, Nueva York y muchas ciudades estadunidenses estarían reducidas a escombros, como Berlín, Gaza y Damasco, o Ciudad de México después del temblor. Quienes hemos visto de cerca la destrucción “de a de veras”, nos preguntamos cuál es el chiste de ver reducidos a escombros lo que fueron casas y edificios de lugares un día firmes y hermosos.

El noreste de Estados Unidos es un ejemplo peculiar del orden y la belleza donde natura y urbanismo parecen haberse dado la mano para dejar constancia de la impronta fundacional de las Trece Colonias con que inició su crecimiento la futura fuerza planetaria prevista por Alexis de Tocqueville. Durante el otoño, los árboles modifican sus colores de una manera un tanto imprevisible para la “eterna” primavera mexicana: verdes, dorados, ocres, cafés, rojos y rosas son algunos de los colores de las hojas con que se pintan bosques y arboledas de la zona, de donde no es inverosímil la salida de venados hacia densas carreteras que enlazan destinos como Easton y Filadelfia (en Pennsylvania) con Newark (en New Jersey).

Ignoro las estadísticas demográficas para saber cuánta gente se moviliza desde las afueras hacia sus lugares de trabajo. En Ciudad de México, los trabajadores que viven en Azcapotzalco viajan hacia Cuautitlán, el Centro y el sur. Los oficinistas del sur viajan hacia el Centro, Azcapotzalco y Santa Fe… En Nueva York nadie vive en Nueva York, salvo los ricos más ricos, en los alrededores de Central Park, o en el Village: trabajadores y oficinistas viven en las ciudades de los alrededores. En horas pico, el Metro se encuentra atestado. Después de las 9 de la mañana, cualquiera encuentra lugar para sentarse en todos los vagones… hasta la siguiente hora pico. Los trabajadores y neoyorquinos no se detienen a mirar el edificio Chrysler, ni Broadway: eso es asunto de turistas; y por Central Park sólo corren los ricachones de los alrededores. Nada que ver con Los Viveros de Coyoacán, espacio más democrático, si cupiera decirlo.

Allá el dinero en efectivo es una recordación de la prehistoria: todo se paga con tarjetas (los taxis, los puntuales autobuses urbanos y el Metro) y el universo electrónico se pone en marcha a la hora de recoger boletos reservados de tren, de avión, de autobuses interestatales, de teatro, más las reservaciones en restaurantes. Pareciera que nada hay descobijado por la cibernética, la electricidad y la eficiencia, de manera que el Amtrak que viaja desde Penn Station (en New York) hacia New Haven (Connecticut), al norte, es una delicia de puntualidad y eficiencia que obliga a recordar esa manera como Ernesto Zedillo reventó el sistema ferroviario mexicano para privilegiar el comercio trailerizado.

Bosques por todos lados: en Orange (Connecticut), en la zona norte neoyorquina (donde están Los Claustros), en Central Park: árboles y árboles, a diferencia de esa mexicana vocación talamontera: rapar el Ajusco, tirar los árboles de camellones y glorietas para edificar segundos pisos…

Cuánta naturaleza viva en un primer mundo que depreda la selva amazónica e impulsa a un GDF amante del color más gris.

(Continuará)