Opinión
Ver día anteriorLunes 19 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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ace unos días, al prepararme para conversar con un grupo de estudiantes universitarios, regresó a mis manos una fotografía de La perla, película de Emilio El Indio Fernández, fotografiada por Gabriel Figueroa. Esa foto sola me causó un remolino de pensares que me llevaron y trajeron en fiebre y desvarío.

Cuando la filmaron en el Acapulco de 1945, el cine mexicano aprovechaba la caída en picada de la producción estadunidense de Hollywood a causa de la guerra, la segunda llamada mundial. Después de haber producido 27 en 1940, en 1945 se realizaron 82 películas en una curva que no dejó de ascender hasta 1958, cuando el cine mexicano alcanzó su cima histórica de producción al llegar a 135 cintas. La industria funcionaba con pretensiones de relojería y los mestizajes, aquellos que quizá sólo hace posible el arte, se alimentaban de los más grandes creadores de la pintura, la música, las letras. Los linderos entre disciplinas se borraban con fascinada pasión y las fronteras casi dejaron de existir.

La perla ya es un icono de esas maneras de crear. Igor Stravinsky, maravillado al verla, quiso escribir la música para ella pero finalmente aceptó que no contaba con las bases del lenguaje cinematográfico para hacerla. Fue producida por Oscar Dancigers y escrita por John Steinbeck, autor de Las viñas de la ira, Al este del paraíso y Premio Nobel de Literatura en 1962.

La fotografía de Gabriel Figueroa alcanzó en La perla su mayor grandeza y aprovechando su enorme conocimiento del arte mexicano, seducido por él, fotografió en movimiento las obras de José Clemente Orozco, su admirado amigo. Así lo expresó muchos años después, cuando abrió sus Memorias en 2005 diciendo: Recuerdo en estos momentos a hombres de la calidad de Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Leopoldo Méndez, glorias de la plástica mexicana, amos del color y de la luz, maestros míos en el modo de ver a los hombres y las cosas. Ya nueve años antes, en 1996, se había puesto a la vista de todos esta hermanada conexión en la exposición Gabriel Figueroa y la pintura mexicana, en cuyo catálogo podemos aprender las mil y un formas de relación de la plástica de México, incluida esa tarea de aprisionar no sólo los colores, las luces y las sombras, sino el movimiento que es la vida.

Hoy es claro, el manejo de la luz y las texturas de los personajes y los paisajes mexicanos en Figueroa está tan cerca de Orozco como del primer Ramón López Velarde o del Agustín Yáñez de Al filo del agua. Todos ellos, la industria cinematográfica mexicana completa –pintores, directores, escritores, diseñadores de arte, fotógrafos–, buscaban alcanzar la máxima excelencia plástica. Sostenidos en su fortaleza creativa no dudaron en integrar a sus proyectos cinematográficos a los mejores del mundo. En sus conversaciones y quimeras borraron las fronteras. Escogieron el sueño de ser universales. Y lo lograron. Gabriel Figueroa obtuvo con La perla el León de Oro a la mejor fotografía en el Festival de Venecia, el Premio a la mejor fotografía en el Festival Internacional de Cine de Madrid, y el Globo de Oro que lo galardonó como el mejor fotógrafo en Estados Unidos.

Esa época me recuerda a la realidad del sueño que vive la cinematografía mexicana de hoy. Con una producción anual que ronda las 70 películas en los últimos años y habiendo obtenido más de 634 premios y galardones en la última década, las obras mexicanas han generado más de 17, 500 empleos directos y asisten con ya tradicional regularidad a Cannes, Venecia, Berlín, Toronto, San Sebastian… donde las Palmas de Oro, los Leones de Oro, los Oscares, ya son parte de la normal vida cotidiana de nuestra industria. Es tan vigoroso el universo cinematográfico de México, que si uno mira la filmografía de los últimos tres años podemos saber que cineastas consolidados conviven con creadores en ascenso; amplias trayectorias y operas primas coexisten sin mayores dificultades.

Hoy una nueva realidad irrumpe en esta ascendente curva que ha consolidado nuestra cinematografía. La crisis económica que vive Europa golpea de forma descarnada las industrias culturales del continente, sobre todo en España, con quien compartimos lazos y nuestra lengua común. Músicos, actores, directores, técnicos, fotógrafos, guionistas, comienzan a pensar en la emigración a nuestros países para poder ejercer su oficio, sus sueños. México, con su industria del cine en ascenso, es un lugar de privilegio para hacerlo. ¿Estamos preparados para integrarlos?

Para Beatriz Rojas, por sus más que buenas invitaciones

Twitter: cesar_moheno