Opinión
Ver día anteriorLunes 19 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La caída del muro de Berlín y el fin del estalinismo
E

n la lectura del libro, coordinado por Elvira Concheiro, Massimo Modonesi y Horacio Crespo, El comunismo: otras miradas desde América Latina, publicado por el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, se encuentra un rico material de reflexión que plantean los distinguidos investigadores autores de alrededor de 30 ensayos del libro.

Como es evidente, la mayoría de los ensayos se refiere a la situación del comunismo en América Latina, pero también hay una amplia sección inicial que trata de ciertos problemas teóricos que deja pendientes la experiencia comunista del siglo XX, abriendo un buen número de interrogantes que, por cierto, siguen abiertas a la reflexión.

Tal vez una de las más interesantes preguntas que surgen se refiere a la caída del muro de Berlín (1989), que muchos han interpretado como el fin de la historia, que tantas críticas justificadas ha recibido, o al menos como el fin del comunismo, que ha recibido también objeciones incontestables. Tenemos, por ejemplo, el hecho de que alrededor de “una quinta parte del género humano vive en Asia bajo regímenes que se proclaman comunistas, y que no admiten –en el papel– otra forma de ideología y de organización política; a 70 millas de la costa de Estados Unidos, la Cuba castrista sobrevive…, pese a un bloqueo económico sofocante y a las profecías de su inminente derrumbe”. Además de que en la propia Europa hay fuertes tendencias políticas y sociales que se definen como comunistas y que no reniegan de ese tronco… (las citas e ideas anteriores en el ensayo Un balance de los comunismos, del investigador italiano Aldo Agosti, que encabeza los escritos del volumen).

En un artículo por necesidad breve me es imposible discutir el conjunto de razonamientos que aquí aparecen. Sin embargo, me parece oportuno hacer énfasis en una idea fundamental que no veo resaltada en el grado que merece y que probablemente centra la cuestión de un debate ya viejo de dos décadas: La caída del muro de Berlín significa para el socialismo, en una comprensión amplia, desde luego no la muerte o el fracaso del comunismo, como han querido hacerlo aparecer diversos comentaristas, sobre todo occidentales, claramente militantes de la derecha, sino más bien la muerte o fracaso del estalinismo, esto sí, con muchas opiniones convergentes. En otras palabras: de una amalgama que se desea hacer entre socialismo o comunismo y estalinismo debería hacerse un esfuerzo serio por distinguir entre ambos términos, llegándose a la conclusión de que el estalinismo sólo fue la manera que asumió el socialismo en su primera versión o ensayo histórico real (es verdad, en un inmenso país como la Unión Soviética), pero que de ninguna manera el estalinismo abarca o comprende necesariamente al socialismo o al comunismo, en sus distintas posibilidades a partir de la obra de Marx y de los otros fundadores de la teoría socialista (Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo, Trotsky o Gramsci). Y, por supuesto, que de ninguna manera pueden amalgamarse o confundirse tales términos.

¿O acaso el comunismo –se pregunta pertinentemente Aldo Agosti– “fue solamente una ‘ilusión’ destrozada por el fracaso de la URSS…? ¿O fue sólo la galería de horrores dictatoriales y de miseria moral y material a la que hoy se tiende a reducirlo? La respuesta es claramente no”.

Es verdad que las diferencias entre los socialismos o comunismos del siglo XX se debieron esencialmente a la diversidad de situaciones históricas en que se desarrollaron y afianzaron, tanto en lo nacional como en lo internacional, pero también resulta indiscutible que el peso e influencia de la URSS dejaron una huella profunda en prácticamente todos los comunismos que ejercieron el poder a lo largo del siglo pasado. Para explicar en serio el fenómeno son indispensables, y tal es el reto, análisis históricos, sociales, económicos y políticos que expliquen el origen de los comunismos del siglo XX y que se aproximaron de tal manera al soviético, pero de ninguna manera interpretar tales características como si fueran la esencia misma del sistema socialista o, si se quiere, como si la práctica de los socialismos reales se desprendiera necesariamente de los principales atributos teóricos del socialismo. Aquí la amalgama se convierte en una confusión pervertida, en una ignorancia supina o en una mala fe manifiesta.

En realidad, podría explicarse con relativa facilidad hasta qué punto los perfiles más desdichados del estalinismo se contraponen claramente o contradicen los postulados y razones más claros del socialismo teórico. Como también pueden explicarse las características del estalinismo por las circunstancias históricas en que apareció. El hecho es que la caída del muro de Berlín ha sido aprovechada por un buen número para desacreditar la teoría socialista y sostener que necesariamente conduce a prácticas aberrantes. Decía, nada más falso que por fortuna hoy, a cierta distancia de los acontecimientos de los años 90 del siglo pasado, y a pesar del veneno que todavía se destila, se ha aclarado el panorama en buena medida.

Pero lo que me interesa subrayar aquí es el modo en que la caída del muro de Berlín pudo significar o representar, no la muerte del comunismo, sino la muerte del estalinismo, de los regímenes del socialismo real que se hayan levantado a imagen y semejanza del estalinismo, y que tal cosa sí resulta sin duda un avance histórico espectacular y promisorio para el futuro. Hoy sería prácticamente imposible que alguien se levantara en nombre del estalinismo para implantarlo; en cambio sigue plenamente vigente la idea de las posibilidades teóricas y prácticas de un socialismo o comunismo profundamente democrático. También ha servido para evitar que las revoluciones socialistas o comunistas del futuro repitan las aberraciones más oscuras del estalinismo. Y para que se reconozca a la teoría socialista el aspecto profundamente democrático que contiene por necesidad. Y que se insista en ello.