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Toros

En la cuarta corrida, un boyante tercero salva el deslucido encierro de La Estancia

Dos orejas al sevillano Daniel Luque por inspirado trasteo a un toro de la ilusión

Afanosa reaparición de Ignacio Garibay

Alejandro Amaya, sin proyección elocuente

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Daniel Luque, triunfador de la cuarta corridaFoto FotoNotimex
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Defensores de animales intentaron bloquear las taquillas de la Plaza México, por lo que se enfrentaron con policías que intentaron retirarlosFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Lunes 19 de noviembre de 2012, p. a38

En el cuarto festejo de la temporada como grande en la Plaza México hicieron el paseíllo el capitalino Ignacio Garibay, el tijuanense Alejandro Amaya y el sevillano Daniel Luque, para enfrentar un encierro de la ganadería de La Estancia, si bien decorosamente presentado y bien armado, acusó, como la inmensa mayoría de los hierros mexicanos –¿o del mundo?–, discreta bravura, sosería y debilidad, a excepción del tercero, Luna brava, con 485 kilos, el más cómodo de cuerna, tocado del pitón izquierdo y poseedor de una boyantía excepcional, de una bravura sin nervio y una acometividad sin complicaciones.

Le tocó en suerte al diestro sevillano Daniel Luque (23 años, cinco y medio de alternativa y más de medio centenar de corridas en la pasada temporada española), joven con gran potencial que suma triunfos en plazas de su país y, lo más importante, afina un estilo lleno de matices y de recursos expresivos, sin caer en barroquismos efectistas o acarmenados.

Alegre, pronto y sin resabios desde su salida, Luna brava, a diferencia de sus hermanos, embistió con claridad en las verónicas y los delantales de inicio, permitiendo el remate a una mano y una media de lujo. Como el resto de la corrida, recibió un puyazo de trámite pero permitió a su matador unas chicuelinas ceñidas y dos remates embarullados.

Lo verdaderamente expresivo –el toreo posmoderno más que dominio exige expresión– vino con la muleta de un Luque imaginativo y mesurado que supo combinar y ligar una sucesión de muletazos gozosos y precisos, ya con dosantinas, trincherillas, desdenes, cambios de mano y de pecho, ya con tandas breves con la diestra o de seis o siete naturales. La magia apareció cuando Daniel tiró el ayudado y combinó muletazos por ambos lados, convencionales y con el reverso de la muleta, en una secuencia vistosa más que emocionante, pues la increíble bondad del toro lo impedía. Cobró una estocada hasta la empuñadura y cortó dos merecidas orejas, mientras los despojos del nobilísimo animal recibían los honores del arrastre lento.

Con su segundo, muy bien armado, que ya no fue de la ilusión y sí tardo y resabiado en la muleta, Luque mostró el sitio que da torear una o dos veces por semana. Aun así se puso pesado con la espada.

Ignacio Garibay (37 años, 13 de matador y 17 corridas este año), que reaparecía luego de cinco años en Siberia, es decir, sin venir a la Plaza México por diferencias, mostró el pundonor que lo ha caracterizado aquí y en España. Se topó primero con un toro muy serio, gazapón y de escasa transmisión, al que con empeño y aguante sacó meritorios muletazos por ambos lados. Dejó una delantera y caída de efectos inmediatos y saludó en el tercio. Con afición y celo se fue a los medios a recibir de rodillas a su segundo con una comprometida larga cambiada. En medio de fuerte viento su desigual trasteo tuvo la estética de la ética, cuando el toro pedía más estructura y mando. Tras una entera trasera volvió a salir al tercio.

Alejandro Amaya (35 años, 11 de alternativa y 20 corridas toreadas este 2012), salió con un bello terno azabache con pasamanería negra en señal de luto por la muerte de su madre, al igual que lo hiciera José Gómez Ortega Gallito hace 93 años y cuyo terno se exhibe en el museo taurino de la Monumental de Barcelona. Pechó con el peor lote pero además sigue sin lograr decir y sin hacerse de los toros. Tiene valor e idea, pero le falta proyectar una expresión más elocuente o menos impersonal.