Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de octubre de 2012 Num: 920

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Entre Medellín
y Buenos Aires

Laura García entrevista
con Luis Miguel Rivas

Cataluña la
crisis española

Juan Ramón Iborra

A la memoria de
Antonio Cisneros

Marco Antonio Campos

Un peruano en Europa
Ricardo Bada

Bachelard: filosofía
de agua y sueños

Antonio Valle

Gaston Bachelard: una poética de la razón
Xabier F. Coronado

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Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz
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Ana García Bergua
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La Jornada Virtual
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Gaston Bachelard
una poética de la razón

Xabier F. Coronado

Todo lo más que puede esperar la filosofía
es llegar a hacer complementarias la poesía
 y la ciencia, unirlas como a dos
contrarios bien hechos

Bachelard

Gaston Bachelard (1884-1962) es un pensador inquietante. Su trayectoria intelectual parte de las ciencias puras y transita desde el racionalismo aplicado, “una filosofía comprometida que ya no es esclava de su primer compromiso”, hasta el irrazonable mundo onírico.

Más allá del racionalismo

El conocimiento de lo real es una luz que siempre proyecta alguna sombra
Bachelard

A través de más de una veintena de libros, la obra de Bachelard trata dos temas fundamentales: la racionalidad científica y la creación poética. Enlaza ciencia y poesía, que para él representan los dos polos del psiquismo humano, y sigue una ruta intelectual que recorre de la epistemología a la estética, de la física a la poesía.

En la primera etapa de su trayectoria académica, Bachelard escribió una serie de ensayos (Étude sur l’évolution d’un problème de physique, 1928; El valor de inducción de la relatividad, 1929; El pluralismo coherente de la química moderna, 1932) que se adentran en la filosofía crítica de las ciencias. Su ruptura con el racionalismo se produce al plantear un nuevo concepto, el super‑ racionalismo (surrationalisme), que se emancipa del razonamiento encorsetado y “devuelve a la razón humana su función turbulenta y agresiva”. Retoma las formas racionalistas para “llenarlas psicológicamente, ponerlas de nuevo en movimiento y devolverles la vida”. El pronunciamiento racionalista del pensador francés rescata para la ciencia fundamentos y métodos que la epistemología relegaba y rompe con los prejuicios de la razón pragmática: “Enseñando una revolución de la razón, se multiplicarían las razones para realizar revoluciones espirituales.”

La llama de una vela iluminó la mente de Gastón Bachelard, alumbrando el camino que une ciencia e imaginación, un territorio inexplorado por la razón científica. Atravesó los senderos del ensueño teniendo a los elementos como guía de una investigación inédita, pasando del fuego a la tierra, del agua al aire. Sus libros despiertan la razón aventurera, sedienta de horizontes menos predecibles, de conocimientos libres de esas imágenes que todos compartimos y que están aprisionadas en la correspondencia unívoca y taxativa. La ciencia dialoga con la experiencia, pasa de ser representación a ser acto; el observador modifica lo observado y los conocimientos científicos ya no son absolutos: “Nada es evidente. Nada está dado. Todo es construido.”

La poética de la razón: imagen y ensueño

¡Ah, cómo se instruirían los filósofos si consintieran leer a los poetas!
Bachelard

A partir de entonces, la obra de Bachelard trasciende el modelo temporal y descubre “la total igualdad del instante presente y de la realidad” (La intuición del instante, 1932); se reconoce en contra de un conocimiento anterior y para poder dar el salto hacia otro planteamiento científico (El nuevo espíritu científico, 1934) y lograr el tránsito del pensamiento concreto al abstracto, “deberemos probar que la abstracción despeja al espíritu” (La formación del espíritu científico, 1938).

Bachelard analiza la esencia del fuego elemental (Psicoanálisis del fuego, 1938), y nos muestra ese “dios tutelar y terrible, bondadoso y malvado que puede contradecirse y por ello es uno de los principios de explicación universal”. En los espacios profundos coincide con los que transitan por realidades ocultas, la obra del Conde de Lautréamont le pone en contacto con una poesía de imágenes de oscura luminosidad, donde encuentra “una línea de fuerza de la imaginación”, (Lautréamont, 1939). Desde ese momento, la negación de lo preestablecido se implanta en su filosofía con lucidez visionaria (La filosofía del no, 1940).

Bachelard elige el mundo del ensueño, se sumerge en el agua elemental e imagina la materia en la fuente presocrática que fluye sin límites (El agua y los sueños, 1947). Para Bachelard, el término que corresponde a la imaginación “no es imagen, es imaginario”, y gracias a lo imaginario la razón es abierta y evasiva. Descubre que la literatura es el medio donde la imaginación se hace más activa, incluso más que en la pintura; “una imagen estable y acabada corta las alas de la imaginación”, que vuela sin anclajes en la poesía, porque “el poema es un racimo de imágenes” (El aire y los sueños, 1943). Bachelard nos confirma lo que W. Blake ya nos había comunicado: “La imaginación no es un estado, es la propia existencia humana.”

La obra de Bachelard regresa a la tierra sin dejar de ensoñar la razón y la poética del ser humano (La tierra y las ensoñaciones del reposo, 1946, y La tierra y los ensueños de la voluntad, 1948); y encuentra las claves para manejar el racionalismo de manera menos racional (El racionalismo aplicado, 1949, La dialéctica de la duración, 1950, y El materialismo racional, 1953).

La llama de una vela

Se renueva el sueño de un soñador en la contemplación de una llama solitaria
Bachelard

Después de este intenso recorrido, Gastón Bachelard se da cuenta de que “imaginar es ausentarse, es lanzarse hacia una vida nueva”, y que “el soñador entra en el mundo de los poetas”. Esta certeza le lleva a cortar definitivamente con todo lo anterior, porque “un filósofo formado en el racionalismo debe olvidar su saber, romper con todos sus hábitos de investigación filosófica si quiere estudiar los problemas planteados por la imaginación poética”. Entonces desarrolla La poética del espacio (1957) y La poética del ensueño (1960), obras generadoras de ámbitos repletos de imágenes que se transmiten gracias a un latido esencial, que muchas veces se nos extingue en los laberintos de la razón humana.

Al final de su largo viaje, Bachelard vuelve al origen, a la fuente de reflexión que supone la luz que proyecta una vela (La llama de una vela, 1961), razón de ser de imágenes que habitan más allá de su luz y de su sombra: “Lo que uno percibe al mirar la vela no se compara con lo que uno puede imaginar mientras la mira”.