Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de octubre de 2012 Num: 920

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Entre Medellín
y Buenos Aires

Laura García entrevista
con Luis Miguel Rivas

Cataluña la
crisis española

Juan Ramón Iborra

A la memoria de
Antonio Cisneros

Marco Antonio Campos

Un peruano en Europa
Ricardo Bada

Bachelard: filosofía
de agua y sueños

Antonio Valle

Gaston Bachelard: una poética de la razón
Xabier F. Coronado

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Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz
Paso a Retirarme
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Alonso Arreola
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Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
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Enrique López Aguilar
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Fidelidad y literalidad (I DE II)

Recibí una carta de Roberto Ruiz, narrador hispanomexicano que vive en Attleboro, Massachusetts, escrita a la antigüita: magnífica prosa y dos cuartillas escritas a máquina con firma manuscrita… De esos placeres que se van perdiendo con el paso del tiempo y los avances tecnológicos. Con motivo de la publicación de unos poemas suyos, particularmente por la traducción de una pequeña serie de ellos escrita originalmente en inglés y francés, me escribió: “Me parece muy bien que haya escogido mis versiones, ya que aparte de cualquier consideración de calidad son más fieles, al ser menos literales. Contra lo que se cree, una traducción de tipo literal no es fiel: se queda en la superficie y elimina el contexto. Además, yo he conservado cierta estructura (en metro alejandrino, el mejor amigo del traductor).”

Le había propuesto algunas traducciones realizadas por otras personas; Ruiz no quedó satisfecho con ellas, así que me envió sus propias versiones. Ofrezco dos versos como muestra de un poema inglés y uno francés para apreciar las diferencias. En primer lugar está la traducción “ajena” y, en segundo, la del autor. Ruiz, lector de su propia poesía, prefiere sus versiones; otros lectores coincidirán con él… o no.

“Angel”:  “I pick her up; I kiss her smiling face,/ Apple-red with exertion and with joy…”.  “La tomo en brazos, beso su rostro sonriente,/ rojo manzana a causa del esfuerzo y el gozo…”;  “La tomo en brazos; beso su rostro sonriente/ ruboroso de frío, de júbilo y de esfuerzo…”

“Au large”:  “Nous n’avions plus d’espoir dans le brick démâte./ Des mouettes sinistres planaient sur l’horizon…”. “El barco destruido, la esperanza perdida./ Las siniestras gaviotas planeando el horizonte…”;  “Desarbolado el barco, perdimos la esperanza./ Las gaviotas cruzaban el siniestro horizonte….”

Soy amigo o colega de traductores muy competentes: Federico Patán, Raúl Torres, Blanca Luz Pulido, Francisco Torres Córdova (no menciono a otros que harían interminable esta lista). He admirado traducciones célebres, como las de Borges y Cortázar, y he abominado otras, como muchas de las que aparecen en la Bibliotheca Scriptorum Græcorum et Romanorum Mexicana. En algunos casos, hasta el lector que desconozca una lengua puede percatarse de esos momentos que Ruiz describe como fidelidad y literalidad. ¿En el ejercicio de ambos casos podría seguirse hablando de “versiones”  y  “traducciones”?

La poesía es un ejemplo extremoso de lo difícil que es la traducción por recursos como el metro, la rima y las figuras retóricas utilizadas en ella, pero creo que toda forma de lenguaje traspasada a otra implica confrontarse con la disyuntiva de fidelidad o literalidad, como el aprieto insuperable de verter a otra lengua una sencilla expresión mexicana como la siguiente:  “vamos a coger un ratoncito”.  No es poesía ni narrativa, sino una frase del lenguaje común, con dos claros niveles de sentido (en donde radica la dificultad para traducirla). Otro ejemplo lo ofrece la película Young Frankenstein (1974), cuando un personaje, aprovechando una situación ambigua, exclama: what a knockers! Los subtítulos dicen: “¡Qué aldabones!”; las imágenes aluden a los llamadores de una puerta, pero también a las tetas de Inga, la protagonista, de manera que la traducción ilustra un caso de literalidad en una situación de doble sentido.

En una carta cibernética cruzada con Francisco Torres Córdova, analizábamos la manera de traducir del alemán esas palabras que Beethoven antepuso al arranque vocal del cuarto movimiento de su Novena sinfonía, antes del poema de Schiller:  “O Freunde, nicht diese Töne!/ Sondern laßt uns angenehmere anstimmen,/ und freudenvollere./ Freude! Freude!”, cuya traducción usual es ‘¡Oh, amigos! ¡Cesemos estos ásperos cantos!/ Entonemos otros más agradables/ y llenos de alegría./ ¡Alegría! ¡Alegría!” La traducción literal debería ser:  “¡Oh, amigos, no más estos tonos!”, o bien “¡Oh, amigos, dejemos estos tonos!”, o bien “¡Oh, amigos, no más en este tono!” El adjetivo “ásperos” no se deduce de las palabras beethovenianas, pero la traducción se encamina hacia la búsqueda de un contexto, donde no es inaceptable proponer liberalmente: “¡Oh, amigos, mandemos esto a la chingada y cantemos de otro modo!”, con lo cual se atiende la idea del compositor de abandonar el tono serio de los tres primeros movimientos para pasar al carnavalesco conocido como “Oda a la alegría”.

Estoy de acuerdo con Roberto Ruiz:  en las traducciones, la fidelidad debe prevalecer sobre la literalidad.

(Continuará)