Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de octubre de 2012 Num: 920

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Entre Medellín
y Buenos Aires

Laura García entrevista
con Luis Miguel Rivas

Cataluña la
crisis española

Juan Ramón Iborra

A la memoria de
Antonio Cisneros

Marco Antonio Campos

Un peruano en Europa
Ricardo Bada

Bachelard: filosofía
de agua y sueños

Antonio Valle

Gaston Bachelard: una poética de la razón
Xabier F. Coronado

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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El sujeto y su libertad

Ricardo Guzmán Wolffer


El nuevo malestar en la cultura,
Hugo José Suárez et al.,
Instituto de Investigaciones,
Sociales de la UNAM/UNAM,
México, 2012.

Establecer que en toda sociedad actual y en cada persona hay un manto de inseguridad y malestar no es novedoso, el tratamiento sí. Cada individuo tiene sus preocupaciones. Muchos sufren por ello: no obtienen la felicidad. Para quienes tienen resueltos los insumos básicos (comida, techo, salud, etcétera), esa dificultad existencial deriva del desajuste con la sociedad y sus requerimientos, lo mismo representados por la familia que por los políticos o por esa red invisible que “lo social” nos coloca encima. Durante siglos, el individuo podía encajar en los sistemas institucionales de control (iglesia, familia, escuela), pero ha dejado de funcionar; peor cuando el sentido de pertenencia a una Patria es obscuro e insuficiente. ¿Qué debe hacer el individuo ante esta sociedad insaciable? Incluso en situaciones extremas (la voracidad delincuencial y la ineptitud-complicidad oficial): comprenderse para situarse ante las posibilidades de su individualidad.

Este notable texto colectivo se plantea tres preguntas: ¿qué es y de dónde viene el malestar cultural?, ¿qué consecuencias tiene?, y ¿qué hacen los individuos para enfrentar ese malestar que se refleja en cada uno?

Con herramientas basadas en el uso de la filosofía y otras disciplinas, iniciamos este indispensable viaje a la interioridad para ir comprendiendo las causas y los efectos de aquello que nos hace sufrir, donde la causa esencial es la falta de comprensión sobre el tiempo y el lugar que habitamos, sobre los requerimientos sociales hacia el individuo de la era digitalizada y subjetivista, y la forma de vivir esa promesa, fallida por genérica, de que todos seremos felices y tendremos acceso a los medios (los derechos culturales: educación, salud, información, alimentación, distracción y muchos etcéteras) que suponemos nos darán el Estado y todos los que nos rodean para estar en posibilidad de lograr ese bienestar personal.

En una secuencia didáctica, cada uno de los textos resulta revelador y reafirma a los anteriores para establecer al entendimiento de sí mismo como base para iniciar ese verdadero camino a la felicidad interior y social. Cada capítulo-ensayo da pauta para mucho análisis, pero tienen la virtud de obligarnos a vernos como individuos que, de muchos modos, no somos los mismos conforme la sociedad cambia, y que esto de sentirse mal no necesariamente significa que, como individuos, estemos mal. Sin duda habrá herramientas útiles para combatir esos mensajes que la cultura nos manda (destaca lo relativo al “garantizado” futuro bienestar; y la sensación de que ni dominamos el presente, ni llegamos a ese futuro), pero es necesario comprender nuestras circunstancias (exteriores e interiores) para empezar un trabajo interior que puede durar toda la vida: tener la felicidad prometida.

Una indispensable recopilación para vislumbrar la ruta interior.


De teatro y mucho más

Antonio Soria


Hugo Gutiérrez Vega,
David Olguín,
Ediciones El Milagro,
México, 2012.

En el número 919 de este suplemento –14 de octubre–, en su columna “La otra escena”, el crítico de teatro Miguel Ángel Quemain dio cuenta de la aparición en librerías de este volumen, preparado y editado por el dramaturgo David Olguín, pero en realidad escrito por la voz de Hugo Gutiérrez Vega; es decir, lo que el lector encontrará es el trasvase de una rica y amplia conversación sostenida entre Gutiérrez Vega y Olguín.

Que haya sido Quemain, en su espacio dedicado a las artes escénicas, quien se ocupara primero de noticiar la publicación del libro, es un hecho de absoluta lógica: el hilo conductor o corriente principal del río de palabras aquí vertido es el teatro y todos sus avatares, en el entendido de que el director de este suplemento ha sido y, aunque ya sus pies han dejado de pisar el escenario, en más de un modo sigue siendo gente de teatro. Lo demuestran todas y cada una de las páginas, los párrafos y las frases, pero sobre todo las evocaciones, los recuerdos, la valoración general y particular, el registro puntual que Gutiérrez Vega realiza, de la etapa que le tocó vivir, como protagonista y testigo involucrado, del ámbito teatral mexicano.

En materia teatral remítase el lector, entonces, a la citada columna –y sobre todo, claro es, al libro mismo–, pero complemente aquella visión, de suyo intensa y vasta, con la que quiere proponerse en estas líneas: tratándose, como se trata, de la voz de uno de los principales protagonistas del ámbito literario e intelectual mexicano, necesariamente sucede que el recuento de sus theater days es, al mismo tiempo, una instantánea o, quizá mejor dicho, un paisaje, pintado al fresco, de dicho ámbito.

A la manera de un proceso deductivo, puede afirmarse que si bien las palabras de Gutiérrez Vega pormenorizan los quién, los qué, los cuándo y los cómo de un flanco luminoso y memorable de la vida escénica mexicana, esas mismas palabras sirven igual de bien para calibrar el espíritu, las rutas y el ritmo seguidos por quienes, abarcando lo mismo al teatro que a las letras, la música, la pintura, etcétera, han tenido a cuestas el quehacer del arte y el pensamiento mexicanos de las décadas más recientes. Apuntala esta afirmación un dato consignado también en el volumen: desde mediados de la década de los sesenta hasta entrados los noventa, Gutiérrez Vega es, en sucesión o todo a un tiempo, diplomático en funciones –consejero cultural, cónsul, embajador–, director y actor teatral, funcionario cultural de la UNAM, catedrático universitario y siempre, fuera y dentro de México, poeta en funciones, por así decirlo.

Tal multiplicidad de perspectivas reunidas en una sola mirada le ha conferido a Gutiérrez Vega la capacidad de ver, como un conjunto y no como una colección de pedacería suelta, el Todo Cultural mexicano del cual, preciso es reiterar, él mismo es actor y testigo privilegiado. Esa es la visión que, paralela o adyacente a la del teatrero, compartirá el lector mientras avanza entre citas, nombres y recuerdos: la visión panorámica de una época o, en términos más eficaces, de un estado de ánimo intelectual, ni más ni menos que ese de donde procede nuestro presente más vivo.

Al mismo tiempo, inevitable y gozosamente, el volumen funciona también a manera de biografía, a la que no ajusta del todo el prefijo “auto” por una sencilla razón: para que le ajustara por completo deberían estar aquí los datos, los detalles, la evocación del propio Gutiérrez Vega, de todo lo otro que no sea teatro, y que es mucho, como es obvio concluir de la ya mencionada multiplicidad de intereses, actividades, responsabilidades y cargos ocupados por este intelectual. Comenzando por el lugar que le corresponde en términos literarios –la lista de sus reconocimientos, larga, se ofrece a manera de apéndice en este libro y es obligado mencionar que ahí destaca la ausencia del Premio Nacional de Literatura, ausencia sólo explicable por ajena ceguera o mezquindad–, siguiendo con sus quehaceres en calidad de diplomático y funcionario cultural, y prosiguiendo con los que corresponden a su faceta de periodista de larga data.

A propósito de lo último, vaya desde estas líneas una felicitación por el reciente ingreso de Gutiérrez Vega como miembro de número a la Academia Mexicana de la Lengua, así como por el Premio Nacional de Periodismo Carlos Septién García 2012, que sumado al Premio de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2010 de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, así como al Premio Nacional de Periodismo 1999, acaso lo vuelve el único poseedor de los tres reconocimientos periodísticos más importantes de cuantos se conceden por estos lares.


Cuando todo está en contra

Jorge Alberto Gudiño Hernández


Teoría de las catástrofes,
Tryno Maldonado,
Alfaguara,
México, 2012.

La importancia del contexto dentro del discurso narrativo está sujeta a la voluntad del autor. Tan es así que no resulta extraño toparse con novelas que se desarrollan en un sitio pero bien podrían discurrir en otro lugar. En ellas, la época y dónde suceden los acontecimientos no tiene mayor relevancia. Existen otras narraciones que, por el contrario, incorporan de forma prominente el cronotopo en el que se desarrollan. Así, el ambiente se vuelve un elemento tan importante como los mismos personajes. Ya serán éstos los encargados de transitar las calles, de observar el color del cielo o de dejarse llevar por las pasiones del resto de los habitantes. Dentro de este particular, cada uno de los elementos externos se va sumando a la carga vital de los protagonistas, de forma tal que la independencia entre ambos se vuelve imposible, de tan enraizados que están los unos con el medio en el que habitan.

Tryno Maldonado (Zacatecas, 1977) siembra a sus personajes en un contexto al que han llegado casi sin querer: el conflicto magisterial de Oaxaca en 2006. Mariana y Anselmo llevan casi tres años viviendo juntos cuando las catástrofes llaman a sus puertas. Ellos nada pueden hacer para evitar los movimientos de los líderes sindicales, sus peticiones absurdas, la violencia del Estado o los grupos de acarreados que se suman al conflicto. Aunque son profesores, viven fuera de los privilegios de los sindicatos. Tanto, que él pronto pierde su trabajo y ella se dedica a dar clases esporádicas. Es un ambiente difícil, propicio para las catástrofes.

Mismas que irán mermando su relación. Más allá de las convicciones de Anselmo que sabe que el amor no dura más de tres años, lo cierto es que tampoco hace mucho para mantenerlo. Primero, porque deja en Mariana la responsabilidad de su sustento. Segundo, porque se integra a un extraño grupo de choque donde se topa con Julia, una muchacha de la que terminará enamorándose. Tercero, porque parece tener una extraña habilidad para meterse en problemas. El contrapunto está en la casa de Roberto y Phailin, un matrimonio extranjero asentado en Etla que les pide clases para Devendra, su pequeño con alguna disfunción cognitiva. Ahí encontrarán la luminosidad, pero iniciarán una odisea que no será sino una prolongada caída al abismo.

Tryno Maldonado sabe sumar catástrofes para integrarlas en una sola línea narrativa. Con ello nos permitirá acercarnos al desgaste que existe entre dos personas que estuvieron enamoradas pero no supieron sobrellevar la cotidianeidad, sobre todo cuando se nutrió de problemas. Además, sumará niveles de lectura entre los que se encuentra una visión crítica del conflicto magisterial, el dibujo de un escenario habitable, un rápido curso de papiroflexia y el diseño de un personaje tan entrañable como inasible. Tryno se confirma, pues, como un sólido narrador que conoce bien el oficio de contar historias.


Arrojar la primera piedra

Raúl Olvera Mijares


Señales debidas,
Guillermo Sheridan,
FCE,
México, 2011.

Ecos de otros libros, fruto de una larga y provechosa carrera como investigador, alternada con la tarea en revistas como fiel y agudo cronista de su tiempo, vuelven la selección de textos, anclada alrededor del eje temático de Contemporáneos (1924-1933), de interés para el estudioso de las letras mexicanas. El volumen que reúne textos sobre José Juan Tablada, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Julio Torri, Jorge Cuesta, José Bergamín, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Bernardo Ortiz de Montellano, Gilberto Owen, José Gorostiza, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Enrique González Rojo y Jaime Torres Bodet. El estilo de los textos es solvente aunque de variada extensión, desde dilatados ensayos de tono académico con las consabidas notas a pie de página y demás referencias bibliográficas, hasta artículos relativamente breves y ágiles pero cuajados de frases candentes y sesudas a un tiempo.

Editor entre otras encomiendas honrosas e incluso redituables del epistolario de José Gorostiza, más tarde también editor de su Poesía completa (1996), Sheridan se detendrá en el carácter taciturno, de profunda melancolía, casi neurótico por parte de Gorostiza; este detalle más la digresión acerca de los “Poemas inconclusos”, descubiertos originalmente e incluso estudiados a fondo por Mónica Mansour, dicen mucho del carácter de Sheridan: por una parte, la consonancia con las ideas de Paz sobre Gorostiza, cuyo tenor fue cambiando con el tiempo, culminando en cierta descalificación, comprensible envidia de cofrade y, por otra parte, el celo profesional respecto de una colega. Célebre por sus juicios lapidarios, formulados en frases subidas de tono, el autor vapulea a Salvador Novo e incluso al editor de sus inacabadas memorias a manera de novela, La estatua de sal (1998), Carlos Monsiváis, por sus compromisos políticos y su adhesión al régimen de Díaz Ordaz durante el conflicto estudiantil de 1968.

Recordando una entrevista publicada en 1965, Sheridan recoge este pasaje de severa autocrítica que exculparía hasta cierto punto a Novo: “Quiero […] confiarle la desoladora convicción de que mi vida como escritor ha sido un verdadero fracaso. […] creo haber sido dotado por la naturaleza y bendecido por Dios con facultades de imaginación, de sensibilidad y de capacidad creadora que no he sabido aprovechar debidamente en la producción de la Obra Maestra con que todos soñamos y con que todo artista debe tender a justificar su presencia transitoria en el mundo.” La lección moral que pretende impartir el hombre de letras es ejemplar: derrochar con el periodismo las dotes que un escritor ha recibido no lleva a nada. Es evidente que ninguno, dedicado a escrutar y discernir la obra ajena, es decir el trabajo de excepción escrito por otros, se halla exento de caer en el cultivo ancilar –no puro– de las propias capacidades escriturarias. Monsiváis, al menos, fue autor de una obra satírica y burlesca, Nuevo catecismo para indios remisos (1982).