Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de octubre de 2012 Num: 918

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

2 de octubre:
memoria y presente

Elena Poniatowska

Una amistad ejemplar: Westphalen y Arguedas
José María Espinasa

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Contrastes (I DE II)

El lector de noticias mira fijamente a cuadro, o sea, a usted televidente, el receptor pasivo que atiende, escucha y mira sin rechistar, sin poder levantar la mano y decir: oiga, es usted mentiroso, prepotente, adulador, cómplice vil de la diaria mentira, de la propaganda ruinosa, compinche del negociazo de la información manipulada en México. Aparece la imagen anunciada. El secretario de Seguridad Pública ante micrófonos, cámaras y un nutrido público de uniformados y corbatas, todos, absolutamente todos, pagados por el mismo supremo gobierno que cobija a ése que, engolado, sentencia:  “Hoy la nación requiere del concurso de los diferentes órdenes de gobierno para atender el reto del sistema penitenciario en el país. Ninguna entidad federativa puede estar fuera de este esquema y más aún considerarse al margen de la Federación.” Los presentes aplauden, con firmeza. Lamen suelas.

Nada dice el orador de la pendiente fuga del narcotraficante más poderoso y rico de México y el mundo, el que tenemos el honor de haber puesto en la lista de los más ricos del globo según la revista Forbes. Nada dice de las ya usuales fugas de cientos de reos ligados a los violentos cárteles de la droga. Nada dice del aumento en los picos de consumo de narcóticos en México y en Estados Unidos, de que la estrategia antidrogas de todo un sexenio es una de las peores y más caras pifias policiales en la historia del país y en la historia de la institución en cuya silla cupular, contra viento y marea y evidencias de turbiedades muchas, lo mantuvo el tartufo espurio.

Corte a un anuncio, uno de tantos, donde la voz profunda, cuidadosamente escogida de un locutor acompaña escenas de policías federales armados hasta los dientes, apenas distintos de un soldado en campaña por el azul marino del uniforme y las siglas de las insignias; vemos helicópteros –de ésos de licitación misteriosa–, drizas por las que se deslizan ágilmente los agentes. Los emblemas y la cortinilla de cierre buscan llenar el corazón de paz: toda aquella parafernalia existe en pos de nuestra tranquilidad. Afuera, en la calle, es distinto. Los robos a casa habitación han aumentado. Las balaceras siguen, aunque no las reporten en las noticias. Cae un narco y surgen cuarenta. La corrupción, galopante, es el meollo de todo el asunto nacional, desde la narcotiendita protegida por la policía municipal hasta el director del penal por cuya puerta salen caminando tranquilamente más de cien sociópatas procesados por homicidio, narcotráfico y lo que guste usted sumar.

En un acto ceremonial con lo más granado de la soldadesca presente, incluido el petimetre comandante supremo, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, el secretario de la Defensa endereza un elocuente discurso acerca de la educación en las fuerzas armadas. Vagamente se refiere al contexto de Estado fallido en que se inserta la actuación lamentable del Ejército y la Armada, convertidos en policías militares y potenciales enemigos de cualquier civil que se les cruce en frente. Ausente desde luego, en su discurso, la cauda de acusaciones de abusos y uso excesivo de fuerza, de desapariciones forzadas o hasta de documentados secuestros y asesinatos cometidos precisamente por aquellos que “fueron sacados de los cuarteles para combatir la violencia contra la población inerme”. En su discurso, el secretario adorna su vocabulario con palabras propias de erudito, como “discentes” o “frustránea”. El alto espíritu castrense vuela estratosférico. El público asiente, grave, y aplaude.

No dice nada el secretario, empero, acerca del hijo de mi vecina, desaparecido por esos días una noche en que acompañó a dos amigos suyos a la central camionera y, dicen, toparon con un retén. Su madre, desesperada, envió mensajes a otra lectora de noticias, Adela Micha, súplicas de madre trágica:  “Ayúdeme a encontrar a mi hijo, usted, que está en los medios, algo puede hacer, a alguien ha de conocer…”

La respuesta de la lectora de noticias es el silencio. Ni siquiera un mensaje de condolencia. La nada. La implícita explicación:  “Es que debe estar muy ocupada” –en Veracruz, el gobierno desastroso de Javier Duarte obsequia a Micha un doctorado honoris causa de pacotilla; a la salida del acto un grupo de jóvenes le tira huevos. Lo suyo, cabe especular, no es la investigación de desapariciones, sino dar las noticias como se debe, como manda el canon, como dictan los jefes.

Y si la realidad se empeña en transitar por otro camino, ése francamente no es su problema.

Sino el nuestro.

(Continuará)