Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de octubre de 2012 Num: 918

Portada

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

2 de octubre:
memoria y presente

Elena Poniatowska

Una amistad ejemplar: Westphalen y Arguedas
José María Espinasa

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Literatura juvenil y sociedad

Barbara Bonardi


Operativo nini,
Jaime Alfonso Sandoval,
Grupo Editorial Norma,
México, 2011.

Los datos divulgados recientemente por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico colocan a México como el tercer país, entre sus miembros, con más ninis, jóvenes que no estudian ni trabajan,y vuelven a encender el debate alrededor de este alarmante problema social. En la colección para jóvenes Zona libre de editorial Norma, cabe señalar la novela Operación nini, del autor mexicano Jaime Alfonso Sandoval, que aborda el tema de manera original y sorprendente. Este libro ganó la tercera emisión del Premio Nacional de Literatura para Jóvenes, convocado por la Feria Nacional del Libro de la ciudad de León, Guanajuato, y editorial Norma.

Desde la primera página, el lector queda atrapado en el delirante relato autobiográfico de un joven, nini sin remedio según la aguerrida hermana, “muchachito muy responsable que tarde o temprano encontrará su camino”, según su bondadosa madre, en el que se mezclan sueños de grandeza y la desarmante sinceridad de quienes saben reírse de sí mismos. Paulo Simancas lleva cinco años de haber salido de la secundaria y todavía no sabe qué hacer con su vida; sus largas jornadas ociosas no parecen preocuparlo demasiado, hasta que recibe la invitación a una reunión de generación de su escuela y siente la impelente necesidad de encontrar un trabajo para presumir. Quizás flojo, pero ingenioso y con una indudable predisposición como orador, este carismático antihéroe asombra por su capacidad de narrar la historia de sus logros y sus derrotas sin nunca caer en la auto conmiseración. Un envidiable optimismo y un inagotable entusiasmo lo llevan a embellecer la realidad, al punto de describir su esclavizante trabajo en Wopi Burger como un interesante “puesto en la industria alimenticia”. Cuando, después de experimentar la crueldad del mundo laboral, Paulo decide que la única solución es explotar uno de sus mejores talentos y montar su propio negocio, un remolino de acontecimientos hilarantes arrastrarán al lector hasta un final algo emotivo e indudablemente realista. Las ocurrencias del protagonista y de sus entrañables amigos, las situaciones tragicómicas en las que se ven involucrados, provocan risas inesperadas sin que la seriedad del tema resulte comprometida. Entre líneas, destacan el miedo a ser considerado un perdedor, la presión social y familiar, la deprimente carencia de oportunidades, la crisis de identidad consecuente a la falta de un empleo, pero también se delinea la personalidad de estos jóvenes a quienes, aunque inteligentes y voluntariosos, les cuesta crecer y responsabilizarse.

Operativo nini se propone como una lectura sumamente entretenida en la que se aprecia una buena dosis de ironía sagaz, un estilo muy personal y una impecable estructura narrativa. Jaime Alfonso Sandoval suscita carcajadas y reflexión, confirmando ser, como ya había demostrado con su cáustico República mutante (SM), un excelente observador de nuestros tiempos.


Suplicio nostálgico y frío

César Arístides


Melodías del suplicio,
Ricardo Muñoz Munguía,
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla,
México, 2011.

La poesía de Ricardo Muñoz Munguía es una reflexión profunda sobre la muerte, el abandono y la cotidianidad sorprendida por la tragedia. Sus versos ofrecen los rincones y destellos de la caída, la soledad y la pérdida; de la separación dolorosa, del deterioro que provoca la muerte de un ser entrañable, cercano a nuestros afectos: “Un hombre, yo mismo./ De pie sobre mis muertos,/ en el cementerio de lo que he amado./ Enmudecidas mis palabras/ te llaman con señales/ de una mirada sorda/ en instantes detenidos./ Fragmentos de cualquier sitio/ son sueños que también sobrevuelan/ tras la muerte.”

Los poemas hablan del adiós nostálgico a la niñez o a la iluminación erótica, nos confirman que los días se han extraviado y sólo los mensajes del dolor o las tribulaciones de un suceso que rasga nuestra rutina revelan la fragilidad de nuestra vida; la añoranza de la caricia eleva un anhelo gris que revela los perfumes del amor y la distancia.

Melodías del suplicio canta con dolor y nostalgia a los árboles, a los muertos amados, al paisaje que se pierde en nuestros sueños, al oficio terrible de vivir. Poemas a la ciudad agobiante, a la tragedia que de pronto se asoma en las calles, a los pájaros y días soleados que se confunden con la infancia.

El poeta recorre las estancias de la amargura para buscar su rostro, avanza en la penumbra para tentar a los recuerdos, adueñarse de los gestos de la ensoñación y la pesadumbre, la angustia y la tristeza, para acomodarlos en sus versos; con ellos elabora una suerte de diario de confesiones (“los sueños son un precipicio hambriento”), una reflexión viva y súbita sobre las estelas –o heridas– del amor (“cada noche en que pasas se planta un vértigo”), señales grises de la aventura que implica enfrentar el rigor de las avenidas (“calles desérticas de antiguo resplandor”).

Autor de Amanterio y Polvo de pabilos, Ricardo Muñoz Munguía comparte un cúmulo de imágenes que arden, lastiman y se integran a nuestras reflexiones. La apuesta del poeta es compartir los pensamientos derivados de un suceso triste, reflexionar con tensa serenidad sobre penurias y derrumbes. El dolor en el poeta es contemplación profunda, mirada fija en el acto amargo; templados por el coraje y el riesgo, sus versos hablan del padecimiento con el grito suspendido, con el llanto atorado en la furia y la filosa remembranza.

Compuesto por las secciones Sacrilegio de cicatrices, Estuario, Plegaria por las ciudades y Luciérnagas núbiles, el poeta quiere ser la música del duelo y se arroja al abismo de los recuerdos, así conforma/confirma su propia sinfonía del desaliento y la frialdad. Los pormenores del derrumbe que vive o contempla, que desmenuza o advierte en sus desvelos, se acomodan en un encabalgamiento libre y arriesgado donde la mirada abatida prevalece.

Fría es la tristeza de una mañana en la que el sol tiene miedo, fría es la separación de los amantes, fría es la noche cuando la soledad nos arrulla: “La calle se oxida con la sangre,/ cada vez rechina más el día al abrirse/ y los periódicos circundan ese dolor de bisagras./ La noche tiende su frío canto mortuorio/ mientras teje la cotidianidad/ con que miran los cuchillos.” Es cierto: fría es la vida cuando la bañan las lágrimas, fría es la muerte con todos sus fulgores, y todo esto lo sabe bien nuestro poeta nacido en una región fría de Puebla, México, por eso su conocimiento de la baja temperatura; el desánimo y la melancolía le permiten acercar a nuestros ojos ensueños grises, remembranzas, anhelos del dolor y de la noche. Un suplicio nostálgico y frío...


Escrito por mujeres en lenguas indígenas

Rocío González


Blanco Móvil,
varios autores,
número 120,
México, 2012.

Este número de Blanco Móvil está dedicado a un tema insoslayable, pero de difícil confrontación; por un lado luce muy bien hablar de las culturas indígenas pero, por otro, casi siempre se aborda de manera superficial, conflictiva y hasta un tanto ingenua. No conforme con eso, Eduardo Mosches decidió que este número se tratara únicamente de escritoras. Ya conocen el cliché: mujeres e indígenas igual a pobres; bueno, depende de lo que se entienda por pobreza y por indígena, como intenta exponer críticamente esta pequeña muestra de autoras y voces.

La primera dificultad al hablar de las escritoras indígenas es el tiempo histórico en el que viven y el que describen, pues aunque se reconocen como mujeres de su tiempo –y muchas veces lo expresan abierta y claramente–, han asumido el mandato de recuperar la memoria ancestral de sus pueblos, o bien de recrearla. En su texto, titulado “Poesía y voces indígenas, mujeres del sur que escriben”, Luz María Lepe Lira establece tres vertientes en la poesía indígena contemporánea: 1. La literatura de recuperación de la memoria. 2. La literatura de recreación de la tradición, y 3. La literatura indígena híbrida, que describe como aquella que “se enfoca en el registro de las nuevas identidades y de las configuraciones del lenguaje y estética de los indígenas inmigrantes en las grandes ciudades o en los nuevos territorios ocupados por todos los ‘otros‘ que están en el margen.” Me parece importante este esfuerzo de clasificación; sin embargo, creo que es una reflexión secundaria frente a lo que se juegan las escritoras y escritores indígenas al expresarse y buscar su lugar en el panorama cultural del mundo globalizado, pues las preguntas son: ¿cómo comunicarse?, ¿con quién o de qué hablar?, ¿aceptar la diferencia o postular la igualdad?, ¿cuál es el costo simbólico de cualquiera de estas elecciones? Lo que los siglos han transformado es inmenso. ¿Cómo heredar esos relatos cuando hemos perdido su significación? Es como hablar de mundos que ya no existen con los medios electrónicos más avanzados; así es como enfrentamos en realidad nuestras literaturas indígenas actuales.

Una de esas enormes transformaciones, de acuerdo con Tzvetan Todorov, es que mientras en nuestra mente occidental (y aquí incluyo también a las y los indígenas contemporáneos) nos esforzamos por la aceptación y la tolerancia de las diferencias, las culturas indígenas originarias pensaban bajo el postulado de la igualdad, la no diferencia; dicho de otro modo, la indiferencia. Intentaron establecer una comunicación entre lo humano y el mundo, es decir, la naturaleza que ellos tenían por sagrada; la comunicación que nuestra cultura intenta establecer es entre humanos; hemos perdido el vínculo con lo sagrado. No es nada nuevo, lo sé, sin embargo, esta es una diferencia enorme que puede explicar por qué a los ojos de los escritores de nuestro tiempo la literatura indígena les parece tan ajena y sólo alcanzan a entenderla a través de la condescendencia. El lazo de la comunicación está, si no roto, por lo menos puesto en entredicho. ¿Qué se escucha cuando habla un(a) escritor(a) indígena? ¿La emancipación de un discurso sagrado que se subsume en el discurso occidental, o lo contrario: la emancipación del discurso occidental para volver a nombrar lo sagrado? En todo caso, ¿es posible reconocer esas huellas del pasado bajo el ruido ensordecedor de lo inmediato?

Como sabemos, nuestra cultura ha legitimado, sobre cualquier otro saber, el saber científico. El sólo hecho de añadir esa palabra a cualquier enunciado lo hace válido; muy al contrario, las palabras “sagrado” o “ancestral” despiertan sospechas. ¿Y qué decir de la palabra “indígena”? Genera confusión, indiferencia, si acaso, curiosidad; se ha convertido en parte de un saber o de un relato, para decirlo en términos de Lyotard, incomprensible y, por tanto, prescindible; sin embargo, son esos los relatos que constituyen a los pueblos. Es en sus relatos, y en el lenguaje de sus relatos, donde los pueblos se construyen. Valdría la pena preguntarse entonces, ¿cuál es el cuento que se están contando estas mujeres indígenas, estas recreadoras de la tradición o las inventoras de una identidad movediza, cambiante, híbrida, escribiendo en sus lenguas originarias? Por supuesto que cuando hablo de lo sagrado y la necesidad de vinculación a través de ello, no estoy refiriéndome a lo eclesiástico, sino al sentido original de lo religioso: re ligare, volver a unirse, pues ha sido el desconocimiento entre los unos y los otros lo que nos ha llevado al pasmo egoísta de que sólo existe y tiene validez aquello que podemos comprobar, medir y usar en términos cuantitativos y estadísticos.

Si la literatura no ha desaparecido pese a todos los esfuerzos de la racionalidad pragmática, es por la necesidad humana, intrínseca, de contarnos cuentos y de cantar, de hablar por el puro gusto del lenguaje, de inventar realidades que se posibilitan cuando las nombramos; por ello es absolutamente necesario escuchar esas colectividades indígenas y todas las particularidades que cada voz personal va añadiendo, para poder integrarnos, no sólo a los pueblos que hemos sido, sino al que estamos siendo, al que estamos construyendo en versos de denuncia, de nostalgia, de amor o de juego. Y que en el concierto de las voces, los cantos sagrados, el rico saber del lenguaje que juega, suene más claro y más alto que las órdenes, las cifras y la perversa mercadotecnia que busca imponer la estupidez a la poesía.



Barbarie,
Carlos Martínez Rentería,
Moho,
México, 2011.

Sin recato, inclemente y turbio como las noches en las que lo escribió, este es el más reciente poemario de Martínez Rentería. Incluye prólogo de Heriberto Yépez y epílogo de Leonardo Da Jandra.