Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de agosto de 2012 Num: 912

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Dos poetas

Actualidad poética centroamericana:
el legado de Darío

Xabier F. Coronado

Escribir todas las tardes
Marcela Salas Cassani entrevista con Rodolfo Naró

Antonioni: la dialéctica
de los sentimientos

Andrés Vela

Manuel Gamio y la antropología del siglo XXI
Eduardo Matos Moctezuma

Manuel Gamio: el amor
de un mexicano

Ángeles González Gamio

Permanencia de Paul Klee
Antoni Tàpies

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Actualidad poética centroamericana: el legado de Darío

Xabier F. Coronado

La forma poética no está llamada a desaparecer, antes bien a extenderse, a modificarse, a seguir su desenvolvimiento en el eterno ritmo de los siglos.
Rubén Darío

A lo largo de la historia de la literatura hispana encontramos escritores calificados con epítetos que definen su manera de escribir. Entre esos sobrenombres literarios hay uno que podría considerarse por encima de casi todos los demás: “Príncipe de las letras castellanas.” El escritor que fue investido con este título no era de nacionalidad española sino natural de un país centroamericano: Nicaragua.

Por supuesto nos referimos al relumbrante Rubén Darío (1867-1916). El “príncipe” es considerado un héroe nacional en su país natal –“Somos hijos de Sandino y de Darío”, declara el rótulo de una exposición permanente en el centro de Managua– e inspiración de la mayoría de los poetas centroamericanos, que tienen en él un mentor perpetuo y una fuente inagotable de estudios, simposios y congresos. Esta permanencia de su obra y del espíritu poético que transmite su figura sólo conserva tal viveza en esta zona de América, pues en el resto de países de habla hispana el legado de Darío se encuentra un tanto desvanecido.

Una vida de pasión y peregrinaje

Yo nunca aprendí a hacer versos,
ello fue en mí orgánico, natural, nacido.

Rubén Darío

Cualquiera que conozca la vida y obra de este genial y precoz escritor (“¿A qué edad escribí mis primeros versos? No lo recuerdo precisamente, pero ello fue harto temprano”), casi con seguridad convendría en la particularidad de su historia y en el epíteto principesco para calificar su producción literaria.

La infancia y adolescencia son etapas decisivas para la formación de la personalidad y, al repasar la biografía de Rubén Darío, sorprende la determinante transformación de su entorno familiar. El niño Félix Rubén nació en un pueblo llamado Metapa, hoy Ciudad Darío, hijo de un matrimonio acordado entre primos, Manuel García y Rosa Sarmiento. Al nacer, sus padres ya estaban separados y los primeros años de vida los pasa con su madre en un pueblo fronterizo de Honduras. Todavía muy niño fue apartado de ella y llevado a la ciudad de León. Allí lo adoptó una tía abuela, cuyo marido, el coronel Ramírez, se desempeñó hasta su muerte como padre de Rubén. Su padre biológico ejerció como tío ante su hijo, sin reclamar su despojada paternidad.

Acorde con los apellidos de sus progenitores, el niño se llamaba Félix Rubén García Sarmiento. ¿De dónde le llegó el Darío? En su autobiografía se explica en estos términos: “Según lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han referido, un mi tatarabuelo tenía por nombre Darío”, y el poeta decidió recuperarlo como apellido.

Precoz en lecturas y forjador de epitafios por encargo, el joven Darío fue criado en un ambiente familiar de religiosidad que rayaba en superstición. Educado por jesuitas, en su adolescencia evidenciaba un carácter melancólico e introvertido dado a la ensoñación y el enamoramiento. Con apenas trece años publicó sus primeros poemas en un periódico (El Termómetro) de la ciudad de Rivas y en una revista literaria de León (El Ensayo). A partir de entonces comenzó a ser conocido en Centroamérica como el “poeta niño”. En 1881, el congreso nicaragüense debatió sobre concederle una beca para estudiar en Europa; el joven Rubén declamó ante diputados y senadores unos versos anticlericales y el presidente de la asamblea, el conservador Pedro Joaquín Chamorro, optó por que el “poeta niño” se educase en Granada, Nicaragua. Esta ciudad, de marcado carácter conservador, mantenía una rivalidad ancestral con León, feudo tradicional de los liberales, que se manifestaba en un enfrentamiento entre “timbucos y calandracas”, como eran conocidos popularmente los dos bandos.

El joven poeta, decepcionado por el frustrado viaje a su ya admirada Europa, optó por quedarse en Managua; allí trabajó en la Biblioteca Nacional mientras colaboraba en dos periódicos (El Ferrocarril y El Porvenir). En 1882, con apenas quince años, viajó a El Salvador, donde el presidente Rafael Zaldívar lo tomó bajo su protección. Es el comienzo de un periplo que va a durar casi toda su vida.

Un viaje vital que le iba a llevar por América y Europa. Un subsistir incierto, entre protectores y detractores, que muchas veces se disipa entre el vaho del alcohol y el perfume de los salones donde discurría su intensa vida social. Una vida de pasión y peregrinaje, un viaje iniciático esférico que concluyó en el punto de partida.

La obra: fluencias e influencias

Nicaragua, donde se levantó
el más alto canto de la lengua

Pablo Neruda

Poco queda por decir de la interesante obra que publicó Rubén Darío, de una importancia capital, ya que influyó sobre toda la poesía hispanoamericana de su época. Las fuentes donde bebió el genial dipsómano están muy definidas en sus memorias. A los catorce años, cuando trabajaba en la Biblioteca Nacional, nos cuenta, leyó todos los ensayos introductorios de la Biblioteca de Autores Españoles, de Rivadeneira. Críticos y estudiosos coinciden en señalar a Juan Montalvo, Campoamor y Bécquer; a los franceses Gautier, Verlaine y Hugo, y a los anglosajones Poe, Emerson y Whitman, como influencias claras en su estilo. Románticos, parnasianos y simbolistas que gozaron de su admiración y que Darío reseñó en un libro de ensayos, Los raros (1896), publicado en Buenos Aires.

Sus contemporáneos, tanto los viejos del ʼ98 español –sí, don Ramón “el de las barbas de chivo” y Pérez de Ayala, pero no Baroja ni Unamuno– como los jóvenes poetas que sobresalieron en el nuevo siglo –sí, Juan Ramón, Lorca, Martí, Neruda o los Machado, pero no el gran Cernuda– reconocieron el brillo de su obra sin dudarlo. Sonetos, versos alejandrinos, estrofas de pie quebrado, el eneasílabo, la música y el ritmo; lo clásico en el modernismo; el tradicional yámbico y el dactílico, con ritmos binarios y ternarios, invaden sus poemas: “Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda.”

Nelumbos y dalias, rubíes y topacios, armiños y sedas, ataviaban a esas bellas canéforas que, rodeadas de cisnes y bulbules, enajenaron al gran liróforo de América, maestro en sinestesias y amigo de centauros, ninfas y faunos. Una “torre de Dios” sobre esta tierra, poeta de crónicas periodísticas y peregrinaciones, con una obra que marca el nacimiento y la evolución del modernismo, desde el incomparable Azul (1888), catapultado por la efectiva reseña de Juan Varela en El Imparcial, y el esplendor de Prosas profanas (1895), hasta la introspección contemplativa de Cantos de vida y esperanza (1905). Autor de himnos y loas a otras patrias, al final nos dejó escrita unas memorias de su vida, La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (1913), y de su obra, Historia de mis libros (1916).

Una producción definitiva y una vida arrebatada que ha dado lugar a innumerables análisis que cada año se ven incrementados por nuevos aportes. Un acervo exhaustivo en varios idiomas, a disposición de especialistas y lectores que quieran profundizar en el legado existencial y literario de un creador fundamental de las letras españolas.

Los herederos de Darío

La poesía es, hasta ahora, el único producto
nicaragüense de valor universal.

Coronel Urtecho

Cuando se viaja por Centroamérica y se tiene la oportunidad de conocer los círculos literarios de estos países, sorprende la gran cantidad de creadores que escriben poesía o se dedican a temas relacionados con la labor poética. Proliferan colectivos con una dinámica que se manifiesta en reuniones periódicas, lecturas abiertas y publicación de revistas y libros. En estos países es tangible la pujanza de grupos literarios con importante participación de jóvenes. Otro hecho constatable es la comunicación que existe entre ellos a través de encuentros anuales que trascienden las fronteras comunes. Esta coyuntura se hace más evidente cuando se recala en Nicaragua.

Este país, donde la poesía es uno de sus valores más exportables, se convierte los primeros meses de cada año en una república poética en que los versos se viven como un hecho natural, asumido y disfrutado por un amplio sector de la población. Durante el mes de enero, en la universitaria ciudad de León –donde escritores como Salomón de la Selva, Coronel Urtecho y Alfonso Cortés siguieron la estela de Rubén y nos dejaron una poesía personal y renovada–, se realiza desde hace diez años un simposio internacional dedicado a analizar la obra de Darío. Al encuentro anual acuden un buen número de especialistas que plasman en ponencias su respeto por el príncipe de las letras castellanas. Este año, el encuentro fue dedicado a la poesía más social del rapsoda nicaragüense, y entre las conferencias destacó la del poeta e investigador costarricense Adriano Corrales, “Rubén Darío: ¿Poeta intercultural o multicultural?”, tema que resultó controvertido.

El simposio reunió a poetas de todos los países centroamericanos que aprovecharon el evento para declamar, intercambiar poemarios y programar futuros contactos. Poetas ya formados como Rafael Vargarruiz y Carlos Perezalonso, o personajes emblemáticos como Fernando el Ronco Núñez, discípulo de Azarías H. Pallais, convivieron con jóvenes poetas como el costarricense Mainor González Calvo, el panameño David Robinson o el escritor Mauricio Rayo, director de la revista Cuadernos Universitarios (UNAN León) y fundador del grupo literario Fragua. Si León se convierte en enero en la capital de la poesía de tradición dariana, en el mes de febrero, desde hace ocho años, Granada es la capital internacional de la poesía.

En esta población, fundada en 1524 a las orillas del lago Cocibolca, un paraje excepcional por su belleza y singularidad, se reúnen cada año poetas de todo el mundo para hacer un festivo y auténtico homenaje a la poesía. Los versos se escuchan declamados en más de una veintena de idiomas por sus propios creadores. Las lecturas se suceden en diferentes foros, abarrotados de personas que llegan a la ciudad para vivir y sentir la poesía como algo propio. Los poemas se compaginan con música en las calles, desfiles y una feria del libro donde se puede adquirir la obra de los participantes.

Este año se celebró la viii edición de un festival que paulatinamente va ganando en concurrencia y calidad. Convocados por el alma del festejo, Chichí Fernández Arellano, se reunió una pléyade de poetas consagrados, como el antillano Derek Walcott, Premio Nobel de literatura 1992, los nicaragüenses Ernesto Cardenal y Gioconda Belli, los mexicanos Homero Ardjidis y Sergio Mondragón, el reconocido poeta egipcio Al-Shahawy y el estadunidense Robert Pinsky, para homenajear en esta edición al poeta nacional Carlos Martínez Rivas, otro de los herederos de Darío, un bardo contestatario cuya obra cumbre, La insurrección solitaria, fue lema del festival. Todos ellos rodeados por un centenar de poetas de los cinco continentes (cincuenta y cuatro países), la mayoría jóvenes, como Madeline Millán, Gorka Lasa, Regina J. Galindo, Jil Herrera y un largo etcétera de escritores, muestra significativa del momento telúrico de la poesía.

Todo gira alrededor de la Casa de los Tres Mundos, antigua Casa de los Leones, sede oficial del festival, un edificio colonial del siglo XVI donde cada día, por espacio de varias horas, cualquier poeta del mundo puede subir al estrado a recitar sus versos. Allí aparecen escritores que no están invitados oficialmente al festival, pero que dejan también su huella en las calles de Granada. Son decenas y decenas de poetas, sobre todo nicaragüenses, bardos de la soledad y la solidaridad, poetas jóvenes y vates malditos que la oficialidad no reconoce, como el inquietante Carlos Ribgy o el escatológico Pérez Obando. Muchos de ellos con un montón de poemas fotocopiados bajo el brazo en espera de una oportunidad para publicar, como los poetas sociales Armengol Acuña, Chester Flores o Fernando Reyes.

Para completar este panorama, cabe reseñar que en Managua florecen grupos de vanguardia donde autores como Ernesto Salmerón y Raúl Quintanilla, junto a un nutrido colectivo de escritores y artistas, se reúnen para editar una revista, Estrago, cuya validez dentro de la búsqueda de una expresión nueva para difundir arte y literatura es indiscutible.

Todos ellos son los verdaderos herederos de Darío, poetas urbanos, de los pueblos, de las comunidades, luces de un firmamento cuajado de estrellas que conforman lo que el crítico peruano José M. Oviedo calificó como “la tradición poética nacional más rica y trágica del continente”.