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Necesitábamos regalarle la medalla de oro a México, dice el jugador santista

Ya no le tememos a nadie; podemos vencer a cualquiera: Oribe Peralta

Aún no asimila el triunfo olímpico

El autor de los dos goles ante Brasil considera la hazaña un acontecimiento colectivo

Comenzó su carrera en la cancha polvorienta de un ejido de Torreón

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Oribe Peralta (9) festeja con el Tri olímpico tras vencer a Brasil y conquistar la presea dorada en LondresFoto Ap
 
Periódico La Jornada
Jueves 23 de agosto de 2012, p. a13

La selección mexicana perdía por primera vez ante Estados Unidos en el estadio Azteca el pasado 15 de agosto. La tribuna de aquella noche de miércoles no ocultó la frustración de una derrota ante el rival más enconado del Tricolor; la censura por ese resultado fue espontánea y cruel: empezaron a corear Oribe, Oribe, Oribe.

Al entonar el nombre de Oribe Peralta –delantero de la Sub-23 que anotó los dos goles contra Brasil para dar a México su primera medalla de oro olímpica en futbol– la afición manifestó su repudio por los jugadores que no pudieron salir con la victoria del coloso de Santa Úrsula.

Lejos de ahí, en Torreón, el apodado Cepillo no pudo evitar sentir un placer culposo al escuchar que la afición lo invocaba como a un héroe.

La verdad es muy bonito que la gente haya gritado mi nombre en el Azteca, reconoce en conversación con La Jornada; pero por respeto hacia los que estaban ahí jugando, por el esfuerzo que hicieron por tratar de ganar, no me parece, dice el delantero, quien todavía no asimila el papel que desempeñó en aquella victoria en el estadio de Wembley ante la verdeamarela.

No le gusta que lo vean como un héroe. No quiere cargar él solo con todo el peso del triunfo y prefiere ver la medalla histórica de Londres 2012 como un acontecimiento colectivo.

Claro que uno siempre sueña con meter goles decisivos, pero si Javier Aquino no se roba la pelota en el primer gol contra Brasil, no me habría quedado para meterla, dice en un esfuerzo por mantener la sencillez.

“Y si Chuy no ataja todas las que paró nos habrían metido más goles y el resultado pudo ser otro. Es el trabajo de todos lo que consiguió esa medalla”, insiste.

Fue trabajo de equipo

“Estoy de acuerdo con que yo anoté los goles, que siempre soñé estar en una situación así, que, como digo, es trabajo de equipo… pero es algo que aún no asimilo y estoy tratando de digerir”, titubea.

Las respuestas parecen una muralla contra el aluvión de entusiasmo que se ha volcado sobre Peralta. Todo un país que celebra un triunfo inédito es demasiado para un joven que empezó jugando en una cancha polvorienta, en medio del árido paisaje del ejido La Partida, a media hora de Torreón.

Hay dos extremos en contraste unidos por un relato de sacrificio y paciencia en su historia. Desde que nació su vocación por el balón en aquel paraje sobre una carretera a varios kilómetros de Torreón, en una familia pobre que hizo toda tipo de esfuerzos por ayudar a un chico con su ilusión de ser futbolista. Hasta que desembocó con ese mismo muchacho que a los 28 años subió al podio en el verano londinense.

Ese primer momento de su historia empieza con su padre, Miguel Peralta, quien intentó ser profesional en la tercera división, pero la vida y la responsabilidad de sostener a una esposa y cuatro hijos terminaron con sus pretensiones de futbolista.

Dejó las canchas para hacerse operador en el Sistema Intermunicipal de Aguas y Saneamiento rural. Otra vocación, sin embargo, permitió a don Miguel tener más ingresos para mantener a la familia: junto con sus hermanos integró el grupo musical La Quinta Clave de los Hermanos Peralta, en el que hasta hoy toca el saxofón.

Oribe recuerda que solía acompañar a su padre a las fiestas en las que era contratado para tocar; ayudaba incluso a montar el escenario y a instalar el equipo.

Mi papá tocaba el piano y el saxofón; yo también intenté aprender alguna vez pero la verdad que no me entraba. No saqué nada de músico, dice en medio de una carcajada.

Y como su vocación no estaba en los instrumentos musicales, decidió tomarse en serio la carrera del futbol con el total apoyo de su familia. A los 18 años fue a probarse con el Morelia. Durante dos meses estuvo en una casa club apoyado con los sacrificios familiares.

Aunque estaba en ese lugar tenía gastos para ir a entrenar, a hacer mis cosas, y mis papás y mis tíos juntaban lo que podían. No sé, 500 pesos que me mandaban cada semana para que pudiera estar allá, refiere.

Debutó con Morelia

Ahí empezó su recorrido en la primera división en el torneo Clausura 2003, donde debutó con la camiseta de Monarcas. Jugó apenas tres minutos en un partido que el equipo michoacano perdió ante el América.

Aquella derrota en ningún sentido significó un debut glorioso para Peralta porque en su paso por Monterrey, Jaguares y Santos tuvo que soportar la larga espera en la banca de suplentes.

Para un delantero mexicano es difícil ganarse una plaza en esa posición por la abundancia de jugadores extranjeros, cuyos costosos contratos obligan a los directivos a ponerlos como titulares. Tan sólo en Santos, Oribe fue desplazado por Matías Vuoso y por Christian Benítez.

“Fue muy complicado porque había jugadores extranjeros delante de mí y no me tenían tanta confianza porque era mexicano, o porque estaba chavo.

Claro que eso me afectó porque no me daban la oportunidad. Hoy ya hay jugadores que han sobresalido porque les han dado confianza y también ayudó la regla que obligaba a que los equipos alinearan jugadores novatos. De ahí es de donde se dieron a conocer muchos chavos que hoy están jugando, recuerda.

Antes de la medalla olímpica, la consagración de Peralta fue el título que consiguió con Santos en el Clausura 2012, en una serie final en la que pese al maltrato de la defensa rival le anotó un gol a Monterrey.

Fue otra meta cumplida que había añorado desde los 12 años, cuando festejó en las calles el campeonato de Santos en el Invierno 96: Desde ese entonces ya soñaba con lograr cosas importantes y sabía que tenía que luchar para cumplirlas.

Pero el mayor logro de su carrera es el que consiguió este año con la selección Sub-23, triunfo que da sustancia al argumento de que ha ocurrido un cambio en el futbol mexicano, uno que, aseguran, se inició con la conquista de la Copa del Mundo Sub-17 en Perú 2005, y que se refrendó con el bicampeonato mundial de la categoría en 2011. Peralta no duda un instante sobre ese giro en una nueva generación de jugadores.

Tenemos buen futbol

Hoy ya no le tenemos miedo a nadie. Sabemos que tenemos futbol y un buen equipo. Con eso le podemos ganar a cualquiera, porque al final de cuentas se juega con la pelota y no importa la estatura o la fuerza sino lo bien que actúes y nosotros hicimos eso. Por más grandes que sean los rivales nosotros nunca nos sentimos menos que ellos, afirma.

Más que demostrar que el equipo mexicano ya está en condiciones de conseguir triunfos importantes, también había en Oribe un deseo profundo por regalar una medalla a todo un país.

Jugar en una ciudad como Torreón –ahí donde un tiroteo afuera del estadio Territorio Santos Modelo interrumpió un partido, y cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo– lo hizo sensible sobre la necesidad de regalar remansos ante una realidad poco amable.

Peralta ha vivido en primera persona los problemas de una ciudad que padece la violencia del narcotráfico: “Por eso nosotros necesitábamos regalarle esa medalla a México.

Es difícil vivir así, no poder salir a la calle a divertirte, a cenar con tu familia, a disfrutar lo que hay  en la ciudad, es muy frustrante, pero hemos tenido que tratar de acostumbrarnos.

Por eso, cuando anotó el segundo gol contra Brasil, lo único que atravesaba por su mente era una ansiedad por que el tiempo corriera más rápido y decretara una victoria inédita en la historia deportiva de México. Para él esa medalla era un premio al esfuerzo y un regalo para su gente.

Cuando pitó el árbitro entonces ahí sí sentí que había cumplido la meta por la que habíamos llegado a Londres. Es una recompensa al trabajo, a todo el esfuerzo, al haber dejado a mi familia tanto tiempo, a que mis hijos se quedaran sin mí, a sacrificar vacaciones, muchas cosas vinieron a mi mente en ese momento, pero sobre todo estaba agradecido por haber estado ahí y cumplir uno de mis sueños, añade.

Peralta no rehúye mirar hacia atrás. Desde los días polvosos en La Partida, las carencias en el recorrido, la interminable espera en la banca de suplentes y el éxito posterior: un camino que recuerda lleno de altibajos, pero pienso que así se disfruta más. Cuando tienes muchos obstáculos para conseguir lo que quieres lo disfrutas más, dice.

Un relato con principio difícil pero sin final feliz, porque para este joven delantero apenas empieza otro capítulo en su historia.