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 Portada 
Presentación 
Bazar de asombros 
      Hugo Gutiérrez Vega 
Bitácora bifronte 
  Ricardo Venegas 
Monólogos compartidos 
  Francisco Torres Córdova 
Un poeta nómada 
  Hugo Plascencia entrevista 
  con Michel Butor 
De Papeles mexicanos 
  Michel Butor 
Escritores por Ciudad Juárez 
Dialogar con Ivan Illich 
  Ramón Vera Herrera 
Actualidad de El Gatopardo 
  Marco Antonio Campos 
La fascinación por correr 
  Norma Ávila Jiménez 
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    IRA, heraldos negros del  corazón moderno 
    
    
    IRA, “suave lluvia para  heraldos negros”, una  creación de la compañía Teatrosinparedes, escrita por Javier Malpica y dirigida  por David Psalmón, es parte de una cadena liberadora de propuestas escénicas  sobre la producción colectiva,  el compromiso artístico, el papel del director/dramaturgo/demiurgo, el actor como eje de la  representación, la posibilidad integradora de lenguajes múltiples: la danza, lo audiovisual, lo musical,  la acrobacia y la palabra desnuda  como un cuerpo que prologa las apariciones y salidas de escena del oscuro a la  luz, como esta obra que ahora se arriesga todos los miércoles desde el primero  de agosto en el teatro Helénico, a las 20:30 horas, a las exigencias de un  público que acepta el rigor de la taquilla a cambio de calidad. 
    La sinopsis es inmejorable en el  estupendo dossier que han preparado en su página web (teatrosinparedes.com) como parte de una disciplina documental para dotar  de una esfericidad un trabajo que tiene presencia en distintos frentes y  lenguajes mediáticos: dicen que el texto   “está inspirado en un hecho real, la historia de la británica Jo Berry y  del norirlandés Patrick Magee”.  
    Su vida converge un 12 de octubre de  1984, cuando explota una bomba que mata a cinco personas  y hiere seriamente a treinta y cuatro en el  Grand Hotel de la ciudad de Brighton. Margaret Thatcher era el objetivo central  de ese atentado, al que sobrevivió. Anthony  Berry, miembro del parlamento británico, no corrió con la misma suerte. 
    
    Pocos días después, Patrick Magee,  militante del IRA (Irish  Republican Army, enemigo de la presencia británica en Irlanda del Norte) fue  arrestado y condenado a cadena perpetua como autor material. Quince años  después, los acuerdos de Paz en el Ulster permiten que el asesino sea liberado  y que Jo lo busque no para vengarse sino para “encontrar algo positivo en esta  tragedia”.  
    Empieza entonces una larga serie de  encuentros,  primero personales, luego públicos, que posibilitan preguntas: “¿Cómo se pueden relacionar la víctima  y el asesino? ¿Pueden comprenderse las razones que conducen a un individuo a tomar las armas? ¿Pueden superarse el dolor y el instinto de venganza para construir entre  todos una nueva sociedad?” 
    En las  antípodas, fluye la historia de un desencuentro entre  una madre y su hijo. El conservadurismo sin tregua los confrontará:  “Rebeca y Henry Rivera enfrentan la  desaparición de su hijo Dylan, misma que se ha dado en un momento de gran tensión familiar. La pareja deberá  enfrentar el hecho de que el odio, la incomprensión y el rencor” son las  causas de esa desaparición, de esa forma de lo inconciliable. 
    La compañía es también una editorial  que publica las obras que pone en escena, pero con elementos que no son sólo literarios, dado que incluye la memoria de la puesta  en escena y hace de sus libros objetos clarificadores de los procesos,  apegados al relato de lo que sucedió con prólogos y solapas informativos y  valiosos, además de incluir la ficha completa del montaje. Tal vez falten  fotos, referencias que podrían ser muy útiles, o bien fragmentos en video de la  puesta en algún canal como Youtube y redes sociales. 
    El planteamiento de IRA es un conjunto de riquezas que se nutren unas a otras: quien siga  el texto (en todas las funciones una mesa  discreta vende el fondo editorial de la compañía y nunca falta el de la  escenificación en turno) se encontrará con un  modo ejemplar de trenzarse entre el dramaturgo y el director.  
    Javier Malpica profundiza en los  personajes, los coloca en un contexto histórico y ético, desmonta el realismo  en una temporalidad sobre la que el actor  irrumpe con esa energía que se separa del realismo para encumbrarse en un dispositivo épico, donde el actor declara y al  mismo tiempo desdice la artificialidad  del intérprete para compartirnos con gran sinceridad unas certidumbres sobre  las historias que recuerda, vive y relata en primera y tercera persona. 
    Psalmón  no se conforma con la confianza que le demuestra ese gran reparto de creadores, a quienes  convierte en un material hecho de tiempo: la estructura fragmentada del relato,  el fluir de dos historias paralelas transcurre en una estructura fragmentada a  través de cortes a oscuros que marcan las entradas y salidas de historias que  se alternan magistralmente con el video y la ejecución de la música original (Daniel Hidalgo y Alexander Daniels) de  la mayor poesía, conjunciones sobre  las que indagaré en la próxima  entrega.  
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