Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 5 de agosto de 2012 Num: 909

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Un poeta nómada
Hugo Plascencia entrevista
con Michel Butor

De Papeles mexicanos
Michel Butor

Escritores por Ciudad Juárez

Dialogar con Ivan Illich
Ramón Vera Herrera

Actualidad de El Gatopardo
Marco Antonio Campos

La fascinación por correr
Norma Ávila Jiménez

Leer

Columnas:
Galería
María Bárcenas

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Perfiles
Alejandro Michelena

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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IRA, heraldos negros del corazón moderno

IRA, “suave lluvia para heraldos negros”, una creación de la compañía Teatrosinparedes, escrita por Javier Malpica y dirigida por David Psalmón, es parte de una cadena liberadora de propuestas escénicas sobre la producción colectiva, el compromiso artístico, el papel del director/dramaturgo/demiurgo, el actor como eje de la representación, la posibilidad integradora de lenguajes múltiples: la danza, lo audiovisual, lo musical, la acrobacia y la palabra desnuda como un cuerpo que prologa las apariciones y salidas de escena del oscuro a la luz, como esta obra que ahora se arriesga todos los miércoles desde el primero de agosto en el teatro Helénico, a las 20:30 horas, a las exigencias de un público que acepta el rigor de la taquilla a cambio de calidad.

La sinopsis es inmejorable en el estupendo dossier que han preparado en su página web (teatrosinparedes.com) como parte de una disciplina documental para dotar de una esfericidad un trabajo que tiene presencia en distintos frentes y lenguajes mediáticos: dicen que el texto  “está inspirado en un hecho real, la historia de la británica Jo Berry y del norirlandés Patrick Magee”.

Su vida converge un 12 de octubre de 1984, cuando explota una bomba que mata a cinco personas  y hiere seriamente a treinta y cuatro en el Grand Hotel de la ciudad de Brighton. Margaret Thatcher era el objetivo central de ese atentado, al que sobrevivió. Anthony Berry, miembro del parlamento británico, no corrió con la misma suerte.

Pocos días después, Patrick Magee, militante del IRA (Irish Republican Army, enemigo de la presencia británica en Irlanda del Norte) fue arrestado y condenado a cadena perpetua como autor material. Quince años después, los acuerdos de Paz en el Ulster permiten que el asesino sea liberado y que Jo lo busque no para vengarse sino para “encontrar algo positivo en esta tragedia”.

Empieza entonces una larga serie de encuentros,  primero personales, luego públicos, que posibilitan preguntas: “¿Cómo se pueden relacionar la víctima y el asesino? ¿Pueden comprenderse las razones que conducen a un individuo a tomar las armas? ¿Pueden superarse el dolor y el instinto de venganza para construir entre todos una nueva sociedad?”

En las antípodas, fluye la historia de un desencuentro entre una madre y su hijo. El conservadurismo sin tregua los confrontará:  “Rebeca y Henry Rivera enfrentan la desaparición de su hijo Dylan, misma que se ha dado en un momento de gran tensión familiar. La pareja deberá enfrentar el hecho de que el odio, la incomprensión y el rencor” son las causas de esa desaparición, de esa forma de lo inconciliable.

La compañía es también una editorial que publica las obras que pone en escena, pero con elementos que no son sólo literarios, dado que incluye la memoria de la puesta en escena y hace de sus libros objetos clarificadores de los procesos, apegados al relato de lo que sucedió con prólogos y solapas informativos y valiosos, además de incluir la ficha completa del montaje. Tal vez falten fotos, referencias que podrían ser muy útiles, o bien fragmentos en video de la puesta en algún canal como Youtube y redes sociales.

El planteamiento de IRA es un conjunto de riquezas que se nutren unas a otras: quien siga el texto (en todas las funciones una mesa discreta vende el fondo editorial de la compañía y nunca falta el de la escenificación en turno) se encontrará con un modo ejemplar de trenzarse entre el dramaturgo y el director.

Javier Malpica profundiza en los personajes, los coloca en un contexto histórico y ético, desmonta el realismo en una temporalidad sobre la que el actor irrumpe con esa energía que se separa del realismo para encumbrarse en un dispositivo épico, donde el actor declara y al mismo tiempo desdice la artificialidad del intérprete para compartirnos con gran sinceridad unas certidumbres sobre las historias que recuerda, vive y relata en primera y tercera persona.

Psalmón no se conforma con la confianza que le demuestra ese gran reparto de creadores, a quienes convierte en un material hecho de tiempo: la estructura fragmentada del relato, el fluir de dos historias paralelas transcurre en una estructura fragmentada a través de cortes a oscuros que marcan las entradas y salidas de historias que se alternan magistralmente con el video y la ejecución de la música original (Daniel Hidalgo y Alexander Daniels) de la mayor poesía, conjunciones sobre las que indagaré en la próxima entrega.