Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de julio de 2012 Num: 906

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La fe de Gide
Ignacio Padilla

Para releer a Gide
Annunziata Rossi

Apuntes para la historia.
Mi primera prisión

Ricardo Flores Magón

Mafalda y la prensa
Ricardo Bada

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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A la memoria del maestro Josko

Víctima de la leucemia, el pasado jueves 5 de julio murió Alfredo Joskowicz, a la edad de setenta y cuatro años. No debe haber una sola persona que, involucrada de un modo u otro en los múltiples aspectos que conforman la cinematografía mexicana, ignore quién fue y lo mucho que ha representado quien desde siempre fuera conocido como el maestro Josko. No debe haberla pero, para el remoto caso de alguien que lo desconozca, las presentes líneas –homenaje menos que mínimo– intentarán un apretadísimo resumen:

En 1960 se titula como ingeniero en Comunicaciones y Electrónica por la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica del Instituto Politécnico Nacional. Hacia 1962, habiendo estudiado ingeniería en microondas en Francia, regresa a México y da clases en la Escuela de Operadores de la Secretaría de Comunicaciones. Entre 1963 y 1966 es socio del Instituto de Cultura Superior, donde imparte, entre otras, materias como Teoría del Arte.

Fascinado por el cine, particularmente por el de Alan Resnais, en 1966 ingresa al Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM. Dos años más tarde forma parte fundamental del equipo de producción responsable de la mítica El grito (1968-1971), de su compañero y amigo Leobardo López Aretche. Sus primeros filmes son sendos cortometrajes documentales:  La manda (1968) y La Pasión (1969), en los que ya se manifiesta una de las constantes de su vertiente creativa:  la mirada analítica sobre el fenómeno de la religiosidad. En paralelo y durante un breve lapso, hace crítica sobre artes plásticas en un suplemento cultural.

En 1970 rueda su primer largometraje de ficción,  Crates,  basado en un texto de Marcel Schwob, bajo el más puro estilo del cine de autor. Solamente haría cinco filmes más de este género: El cambio (1971), idea original de López Aretche que Josko, tras el suicidio de aquél, sentía como “una deuda moral”;  Meridiano 100 (1974), que a Héctor Bonilla le valió su primer Ariel y a Josko la incomprensión de no pocos de sus coetáneos, puesto que la cinta planteaba una crítica fuerte a ciertas posturas políticas en aquel entonces bastante maniqueas;  Constelaciones (1979), que versa sobre las figuras de Sor Juana Inés de la Cruz y Carlos de Sigüenza y Góngora, y que le ganó la ojeriza de la entonces todopoderosa e inefable Margarita López Portillo; El caballito volador (1981), definitivamente fallido ejercicio de cine infantil, estrenado ni más ni menos que el mismo año de et el extraterrestre, y finalmente Playa Azul (1991), una muy congruente y temprana alegoría del anquilosamiento, luego bien manifiesto, de algunas estructuras sociopolíticas que por estos días andan volviendo por sus funestos fueros.

Pero si el opus joskowiczeano en largo de ficción es breve, no lo es su producción documental, tanto cinematográfica como televisiva: lo confirman varias decenas de títulos, sobre todo de divulgación científica, histórica y cultural, esparcidos a lo largo de tres décadas.

Queda todavía por mencionar siquiera lo mucho, tangible e intangible, que Josko entregó a la docencia:  profesor y director tanto del CUEC como del Centro de Capacitación Cinematográfica, deben ser realmente pocos los cineastas contemporáneos que no hayan sido alguna vez alumnos suyos, directa o indirectamente. En otras palabras, la impronta del maestro ha quedado, sutil o crasa, reconocida o inconsciente, en una porción más que considerable del cine mexicano contemporáneo, a lo que debe añadirse un elemento innegable: los modelos académicos y educativos más consistentes de éstas, que se cuentan entre las escuelas de cine más prestigiosas no sólo de México, tienen una deuda impagable con este profesor de tiempo completo.

Al final, pero no menos importante, consígnese otro dato bien sabido:  Josko dirigió, en diversos momentos, varias de las entidades que le dan cuerpo a la cinematografía institucional mexicana: los Estudios Churubusco, los ya extintos América, de tristísima memoria, así como el Instituto Mexicano de Cinematografía, donde le tocó vivir, entre otras peripecias, el affaire de El crimen del padre Amaro.

Recientemente reconocido con el Ariel de Oro y el Premio Universidad Nacional en Docencia en Artes,  Josko es un referente ineludible a la hora de entender muchos de los cómos y los porqués de la cinematografía mexicana contemporánea. A propósito, y con el apoyo tanto del Imcine como de Conaculta, el CUEC editó recientemente el libro Alfredo Joskowicz, una vida para el cine, cuyos autores son Orlando Merino y Jaime García Estrada.

Aquí se le brinda, con afecto, una pipa eterna al inolvidable Josko.