Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de julio de 2012 Num: 906

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La fe de Gide
Ignacio Padilla

Para releer a Gide
Annunziata Rossi

Apuntes para la historia.
Mi primera prisión

Ricardo Flores Magón

Mafalda y la prensa
Ricardo Bada

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Juan Domingo Argüelles

La poesía en la escuela

Cuando hablamos de la práctica de leer y de la promoción y el fomento de la lectura, la mayor parte de las personas mediadoras (padres de familia, profesores, promotores, bibliotecarios, etcétera) piensa en el uso de la narrativa, especialmente en los cuentos, pues resultan muy accesibles y amenos para los niños. Pero casi nadie piensa en la poesía, a pesar de ser éste uno de los géneros más ricos y más atractivos para convencer a cualquiera (más allá de su edad) de que leer es estupendo.

La poesía (casi toda ella) posee también una narrativa (en los poemas hay historias, conflictos y personajes), tiene sonoridad, ritmo, música, imágenes (visuales, táctiles, auditivas, olfativas, del gusto), metáforas, comparaciones, etcétera, y se presta extraordinariamente para la lectura en voz alta con buena dicción, entonación, inflexiones y una maravillosa fluidez para entrar por los sentidos y quedarse en la memoria.

Por ejemplo, el poema “Del trópico”, de Rubén Darío, cuyos primeros versos son los siguientes:  “¡Qué alegre y fresca la mañanita!/ Me agarra el aire por la nariz./ Los perros ladran, un chico grita,/ y una muchacha gorda y bonita,/ junto a una piedra, muele maíz. ” He ahí una historia desde la primera estrofa.


Rubén Darío

Lo malo, claro está, es que no todo el mundo sabe leer en voz alta, y hay casos extremos en que los propios poetas destruyen sus creaciones al leerlas. (Pablo Neruda, por ejemplo.) Sin embargo, es necesario que la poesía entre a la escuela y a los demás ámbitos de la promoción del libro y la lectura. La poesía en la escuela es una de las mejores opciones para que los niños aprecien a la vez el idioma, la música verbal y el significado que resulta de la comprensión de un texto bien leído.

Hace poco, en un diplomado de la Universidad Veracruzana, organizado por Carolina Cruz Morales, muchos profesores (de Xalapa, Poza Rica, Orizaba, Coatzacoalcos y la capital del estado), con los que trabajé el módulo “Comenzando por saber leer: el proceso de hacerse lector”, pudieron percatarse de que la lectura de poesía en voz alta, con buena dicción y modulaciones, amplía los horizontes de comprensión de un texto, sea éste de Sor Juana o de García Lorca, de Bécquer o de Sabines; del poeta que sea.

Gabriel Zaid ha dicho que “ningún maestro debería dar clases si no es capaz de leer en voz alta con claridad, comunicando la comprensión del texto”. No es exigir demasiado; es plantear lo básico, pues como él mismo afirma, “no llegarán muy lejos los programas destinados a que lean los alumnos de un maestro que no lee”.  Esta verdad tiene su constatación precisamente en los programas sexenales de lectura y en el inamovible sistema educativo mexicano. Como este sistema no deja entrar aire fresco en las aulas, maestros y alumnos sufren las consecuencias.

Los programas de lectura y de formación de públicos de las diversas disciplinas deberían poner en práctica algo que Alessandro Baricco expuso en su artículo “Escuela y televisión: las claves de la cultura” (2009, traducción de Sergio González):  “Que el dinero público sea utilizado para algo fundamental, algo que el mercado no sabe y no quiere hacer: formar un público consciente, culto y moderno. Y hacerlo allá donde el público es todavía todo, sin discriminación de clase ni de biografía personal:  en la escuela, en primer lugar, y después delante de la televisión. La administración pública debe volver a su vocación original:  alfabetizar.”

“Acostumbrémonos –precisa Baricco– a dar nuestro dinero [los impuestos] a alguien que lo utilice para producir cultura y sus beneficios. Basta de la hipocresía de asociaciones o fundaciones que no puedan obtener un beneficio: como si no fueran útiles los sueldos y privilegios, los regalos, la autopromoción y los pequeños poderes derivados.” Para Baricco, lo fundamental es alfabetizar, alfabetizar y alfabetizar porque todo, absolutamente todo, es educable.

Quizá la propuesta de Baricco sea tan absurda en México (sobre todo por la deseducación del duopolio televisivo comercial) como inviable en Italia (en su momento suscitó muchas controversias). Pero yo la refrendo porque en su tesis principal (“la intervención pública ha producido un estancamiento en la cultura”) veo también mi hipótesis (para México) de que el esquema de una educación anquilosada, que no se quiere mover de su zona de control (ni siquiera de su zona de confort, porque los maestros padecen ese mismo sistema educativo), es la que ha producido todo el desastre colateral que hoy padecemos. Para decirlo pronto, si la escuela no sirve, no habrá programa de lectura que tenga éxito.