Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de marzo de 2012 Num: 888

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Atelier Bramsen,
museo vivo

Vilma Fuentes

Tomóchic o la victoria
de la realidad

Ignacio Padilla

¡Qué darían por se
tan sólo un árbol!

José Pascual Buxó

El abecedario Mafalda
Ricardo Bada

Casi medio siglo
de Mafalda

Antonio Soria

Pistorius y el sprint vital
Norma Ávila Jiménez

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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Algunos (de)pendientes (II Y ÚLTIMA)

La dependencia del discurso

Pocas naciones hay como ésta llamada México, tan dadas a la improvisación, a la innecesaria y en el fondo siempre simulada reinvención –cada seis años, al arribo de un tlatoani más– y, en paralelo, al olvido nocivo de viejas problemáticas, antiguos errores y soslayamientos varios, así como al escamoteo culposo de las taras propias y el tramposo enmascaramiento de las mismas.

Por alguna (sin)razón diríase atávica y, para que la generalidad suprascrita toque tierra en la materia específica de estas líneas, dicha tendencia a resolver las cosas siempre alvapor/sobrelasrodillas/alcuartoparalasdoce, suele beneficiarse de la fertilidad que es ley en el anchísimo campo del desconocimiento puntual de ciertos cómos y ciertos porqués, sin los cuales se está condenado a llevar a cuestas al menos tres imposibilidades, pesadas como grilletes: la imposibilidad de entender, la imposibilidad de explicar y, finalmente, la imposibilidad de transformar.

Póngase por caso el recurrente, irresuelto, gordiano y –sólo en apariencia– irresoluble problema de la exhibición de cine mexicano. Para el desaprensivo Lugarcomún, la cosa es bien sencilla: el cine mexicano no se exhibe porque, según esto, “nadie” o “casi nadie” quiere o se interesa en verlo –con un “casi” proveniente de Liliput–, y su triste condición al respecto viene a ser culpa suya y sólo suya, porque, de nuevo según Lugarcomún, ha sido incapaz de despertar el interés, la curiosidad y ni siquiera el morbo del público, en función de todo lo cual ha sido incapaz de “conectar” con éste, como sí lo ha hecho el cine producido en otras latitudes.

Innumerables veces se ha hablado aquí de las varias causas de que se reincida en la anterior falacia, pero convendría, ahora, enfocarse en una de ellas: la que tiene que ver con el mencionado desconocimiento de los cómos y los porqués, sin los cuales resulta imposible entender/explicar que las cosas sean como son, para luego estar en posibilidades de transformarlas.

A quién le toca qué

La sensatez mínima exigible impide imaginar que cada uno de los 190 millones de cineespectadores anuales promedio en México, tendrá tiempo y ganas de allegarse la documentación necesaria para desentrañar las causas por las cuales nueve de cada diez filmes que le son ofrecidos no son mexicanos. Pero si ese cineespectador promedio claramente no está obligado a tanta especialización, en esa misma medida y en sentido inversamente proporcional, tal obligación recae –por la simple fuerza del oficio que afirma estar ejerciendo– en aquello conocido como “prensa especializada”.

Empero, la realidad verificable en el día-a-día del periodismo sobre cine –impreso, radiado, televisado, blogueado, feisbuqueado y tuiteado– hace suponer que a una mayoría aplastante de quienes lo ejercen le da por creer que, para hablar pública y mediáticamente sobre cine, basta y sobra con haber ido al cine a ver cine, dicho así para que se aprecie mejor la redundancia tautológica del uroboro. En otras palabras, puede constatarse que, para el grueso de quienes cotidianamente viven el privilegio de que su voz y su pluma sean atendidas por un público, pareciera que no hace ninguna falta tener –o incrementar, si alguno se tenía– sus conocimientos, ya no se diga teóricos e históricos, sino cuando menos estadísticos, para discurrir, entre muchos otros temas y variantes, en torno a la presencia, o mejor dicho a la ausencia casi perfecta del cine mexicano en las pantallas comerciales mexicanas.

Expresado en forma de preguntas el asunto luce cuan triste es: ¿cómo podría cambiar la percepción que de tal problemática tienen esos 190 millones de cineespectadores, si aquellos responsables de hacerla visible y comprensible tampoco la entienden y hasta parece que la desconocen, a pesar de que su oficio los obliga a carecer de tal inopia? ¿Cómo, si además de desconocerla –como no sea en los términos dictados por el renunciamiento a la lectura investigativo-reflexiva, sumado a la pseudoagrafía tan propios de Lugarcomún–, además de distorsionarla con dichos y comentarios sin más sustento que el  “yo creo que…”, tampoco dan muestra de querer abandonar la comodidad patética que dicha ignorancia les concede? ¿Cómo si, reactivos a más no poder, son felices limitándose a regurgitar aquello de lo que sus pares están hablando, todos al unísono?

¿Cómo, en fin, si el discurso colectivo sobre cine en México, y salvo naturales excepciones, se apoya casi de manera preponderante sobre los pilares fofos de algo demasiado cercano al analfabetismo funcional?.