Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de marzo de 2012 Num: 888

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Atelier Bramsen,
museo vivo

Vilma Fuentes

Tomóchic o la victoria
de la realidad

Ignacio Padilla

¡Qué darían por se
tan sólo un árbol!

José Pascual Buxó

El abecedario Mafalda
Ricardo Bada

Casi medio siglo
de Mafalda

Antonio Soria

Pistorius y el sprint vital
Norma Ávila Jiménez

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Orlando Ortiz

Cuestión de género

No es mi intención discurrir y reflexionar sobre eso que desde hace unos años denominan cuestiones de género, cuando su propósito es abordar la confrontación existente entre –según ellos– hombres y mujeres. Mi inquietud es más modesta y prosaica. No va más allá de lo literario.

Quienes por una razón u otra debemos ubicarnos frente a un grupo de estudiantes ávidos de averiguar los misterios de la literatura –para pasar la materia, aunque sea de panzazo– o jóvenes empeñados en averiguar los secretos de la creación literaria para aplicarlos en la elaboración de sus textos; repito, quienes pasamos por esos trances, sabemos que una constante es la exigencia de definiciones, conceptos, reglas o “características” que faciliten la identificación del objeto de estudio.

De unos años a la fecha la idea de géneros literarios ha sido cuestionada por académicos de alto nivel, por lo tanto, a un estudiante común y corriente esos temas no han llegado ni le quita el sueño. Es más fácil saber que hay géneros, mismos que responden a características definidas y específicas. De ahí que en numerosas ocasiones, y tal vez por ser también más fácil hacerlo, cuando se me pregunta qué diferencia hay entre un cuento y una novela, doy una explicación preceptista que, por así decirlo, elaboro con base en planteamientos académicos. Pero al salir del salón y sentarme a escribir me olvido de las ataduras académicas. O mejor dicho, las ignoro, o en ocasiones, para divertirme, me pongo a confrontar las diversas definiciones que existen al respecto y soslayo en el salón de clases porque considero que presentárselas a los alumnos o talleristas los haría pelotas. Y la confusión es lo peor que puede haber si lo que uno busca es que avancen, ya sea en el ejercicio de la lectura o la escritura de textos. Siempre es bueno, cuando se empieza, tener un horizonte. Ya más adelante ellos mismos sentirán la necesidad de cuestionar, de poner en tela de juicio, de sentir que lo “aprendido” les queda corto, que las reglas y características asfixian su creatividad... en fin, los obligará a investigar por su cuenta si la tierra es plana o si hay otros horizontes.


Azorín

Reduzcamos el tema a las diferencias entre cuento y novela. Por lo general se define al primero como una “narración breve en prosa”.  La definición es tan amplia, tan general, que cabrían en ella muchas otras cosas, no solamente el cuento. A partir de ahí encontramos una multitud de definiciones, algunas de ellas tan complejas y ambiguas como la primera. Los extremos se tocan. Los estudios más avanzados y recientes sobre este género hacen hincapié en las diferencias estructurales definitivas y definitorias, al grado de que es un pecado confundir el cuento con la novela o cualquier otro tipo de relato.

Sin embargo hay dos ideas sobre el cuento que siempre me han llamado poderosamente la atención, pues fueron emitidas por dos autoridades en el género: Azorín y Horacio Quiroga. La primera está en “La estética del cuento” que escribió Azorín en una edición de sus cuentos que publicó Afrodisio Aguado editores en 1956. La otra aparece en el tan denigrado “Decálogo del perfecto cuentista” de Quiroga. Lo de tan denigrado es porque recordemos que lo han descalificado desde Silvina Bullrich hasta Julio Cortázar, pasando por otros muchos autores. Cortázar, si mal no recuerdo, califica de válido sólo uno de estos “mandamientos”.

Azorín escribió: “todo verdadero cuento se puede convertir en novela, puesto que, en realidad, es un embrión de novela”. Esa afirmación haría respingar a muchos, pues en la academia y entre algunos cuentistas, se subraya que el cuento nada tiene que ver con la novela, y como ejemplo ponen el caso de Maupassant, de quien aseguran que como cuentista era genial pero como novelista era pésimo. (Al respecto, el mismo Maupassant, en el prólogo a su novela Pedro y Juan escribió:  (el crítico) que osa aún escribir: esto es una novela y aquello no lo es, me parece dotado de una especie de perspicacia que se aproxima sobremanera a la ineptitud”.)

La otra idea, la de Quiroga, es: “Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.” La última parte de este enunciado nunca la he comprendido.

Por eso, cuando tengo la fortuna de hallarme frente a un grupo de talleristas excelentes, y me hacen la pregunta de qué diferencia hay entre una novela y un cuento, les respondo que se olviden de eso, que lo importante es escribir un buen texto, eficaz de cabo a rabo, sin preguntarse a qué género pertenece.