Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de enero de 2012 Num: 882

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El caballo de Turín: más allá del bien y el mal
Antonio Valle

Café y revolución
Montserrat Hawayek

Peña Nieto y el Golem
Eduardo Hurtado

La maldición de Babel: Pacheco, Borges, Reyes
y el Tuca Ferreti

José María Espinasa

Eros, Afrodita y el sentimiento amoroso
Xabier F. Coronado

EL SIGLO XIX, inicio
de la era mediática

Jaimeduardo García

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Luis Tovar
[email protected]

Las ruedas de mi abuelita

Hay en México una expresión popular que se usa para ironizar respecto de algo considerado a tal punto imposible, que se le compara con esa otra imposibilidad, de suyo jocunda, consistente en que la abuela de uno tuviese ruedas. “Claro, y si mi abuelita tuviera ruedas, sería bicicleta…”, se dice al escuchar alguna cosa que –un mexicanismo más– claramente sea un auténtico sueño guajiro.

La enllantada abuela cinematográfica de estos días ha echado a rodar su entusiasmo a consecuencia de que la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Estados Unidos decidió nominar, para la próxima entrega de sus bien conocidos premios a dos mexicanos en diferentes categorías. Como a estas alturas lo sabe Todomundo, se trata de Emmanuel el Chivo Lubezki por su labor cinefotográfica para The Tree of LifeEl árbol de la vida–, filme dirigido por Terrence Malick, y de Demián Bichir por su actuación protagónica en la cinta titulada A Better LifeUna vida mejor–, cuya dirección corrió a cargo de Chris Weitz.

Más contento que un quinceañero enamorado y bien correspondido, Unosyotros ha dado y seguirá dando, en medios impresos y electrónicos, y de aquí hasta el 26 de febrero, día de la ceremonia de premiación en Hollywood, muchas y superlativas muestras del placer inefable que le provoca esta nueva palmadita del amo fílmico en la cerviz del más cercano –geográficamente hablando– de sus mercadotécnicos esclavos.

Por si alguna falta hiciera aclararlo, es obvio que nada de lo anterior se dice en contra de los merecimientos de Lubezki y Bichir para aspirar a este o a cualquier otro galardón; se dice en contra, eso sí, de quienes nomás con escuchar juntas las palabras “Oscar” y “mexicano”, salivan tan pavloviana como chovinistamente porque, según ellos, no hay trofeo cinematográfico más importante y, en consecuencia, consideran “un honor” que un paisano se haya ganado algo que sería ni más ni menos que el derecho a la existencia, profesionalmente hablando, siempre que se den por plausibles los condicionamientos de ese número creciente de simplones que, siempre por estas fechas, al hacer el panegírico de una simple nominación a un premio cuya verdadera importancia es exclusivamente monetaria, le hacen la chamba –y de a gratis, para acabarla de amolar– a la mpaa y demás organismos fílmicos estadunidenses.

Puesto que al Chivo es la quinta vez que lo meten a esta guerra de suspiros, –lo cual hace que, en su caso, el asunto se reduzca “a ver si ora sí va la buena”–, la nominación más explotable para todo aquel que no se llame Demián ni se apellide Bichir es, precisamente, la de quien a ese nombre responde.

La sutileza de una paradoja casual

Mera casualidad, clara paradoja o ironía poco sutil, tanto el tema de fondo como el personaje principal de A Better Life pueden ser vistos como una suerte de traslación fenoménica de doble sentido: en el filme, Bichir encarna a un inmigrante ilegal mexicano que se busca la vida en California, con todas las dificultades que ello implica, más la adicional de ser el padre soltero de un adolescente cuya cotidianidad luce plagada de riesgos y amenazas. En la trama, las relaciones de Carlos –que así se llama el personaje, un jardinero menos viejo que avejentado– con los ciudadanos legales se reduce al ámbito laboral, dejando los vínculos de naturaleza afectiva exclusivamente para los connacionales que, como él, habitan un suelo que, diría la canción, está lejos de donde han nacido.

Pero hete aquí que no nada más la solidaridad, el apoyo y la compañía para Carlos provienen, como parecería obvio, de esos paisanos: son ellos también el principal, y en A Better Life, incluso el único manantial de problemas, angustias, traiciones y chingaderas varias. Es como si la película dijera, en el fondo, algo así como que las broncas de los mexicanos ilegales en Estados Unidos son su bronca, en lo cual no piensa meterse ningún american citizen que se respete; salvo, claro está, cuando el trabajo de algún frijolero –Molotov dixit–pueda reportar algún beneficio material. Exactamente lo que, burla burlando, sucede con los desempeños fílmicos hoy nominados, para más felicidad de Unosyotros, en categorías distintas a la de “película extranjera”.

Amén del espíritu de buen salvaje que ojalá el mencionado Unosyotros no sacara a pasear con tanto desempacho, otra cosa sería si al Oscar no se le sobredimensionara de ese modo obsceno, y si A Better Life no fuese para los migrantes mexicanos una especie de autopatada; y, claro, si mi abuelita tuviera ruedas, también sería otra cosa.