Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de enero de 2012 Num: 882

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El caballo de Turín: más allá del bien y el mal
Antonio Valle

Café y revolución
Montserrat Hawayek

Peña Nieto y el Golem
Eduardo Hurtado

La maldición de Babel: Pacheco, Borges, Reyes
y el Tuca Ferreti

José María Espinasa

Eros, Afrodita y el sentimiento amoroso
Xabier F. Coronado

EL SIGLO XIX, inicio
de la era mediática

Jaimeduardo García

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Germaine Gómez Haro

Diego Rivera en Nueva York (II Y ÚLTIMA)

Como se adelantó en la entrega pasada (La Jornada Semanal, 15 de enero de 2012), se presenta en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (moma) la espléndida muestra Diego Rivera: murales para el Museo de Arte Moderno, que rememora la emblemática exposición retrospectiva del artista que tuvo lugar en 1931 en ese recinto apenas inaugurado dos años atrás. El objetivo central de dicha exposición fue mostrar al público estadunidense, de una manera didáctica y promocional, algunos ejemplos del trabajo mural que se estaba llevando a cabo en nuestro país desde hacía una década, trabajo que contaba ya con un amplio reconocimiento y admiración a nivel internacional.

Diego Rivera llega a Nueva York en noviembre de ese año y en sólo seis semanas se da a la tarea de realizar cinco murales transportables, cuyas medidas aproximadas oscilan entre 1m/1.80m × 1.30m/2.40m, formatos medianos que facilitaron tanto la ejecución como la movilidad de las piezas, teniendo en cuenta el gran desafío técnico que supone la creación de pinturas al fresco exentas del soporte mural, es decir, construidas a partir de bastidores metálicos creados especialmente para contener la base de cemento que sustenta las numerosas capas de yeso que se requieren para recibir en su superficie esta sofisticada pintura de origen milenario. Y en cuanto al desafío técnico para lograr esta adaptación moderna de la versión tradicional, resulta un gran acierto en la muestra la presentación pormenorizada de cómo se solucionó la ejecución de dichos soportes, inclusive se presentan imágenes radiográficas que dan cuenta de la audacia técnica que yace detrás de las impecables superficies bellamente pintadas.


Frozen assets (Activos congelados

Entre el centenar y medio de pinturas de caballete que integraron esa gran muestra, cinco fueron los frescos que se presentaron el día de la inauguración en 1931, inspirados en comentarios sobre la reciente Revolución mexicana y los conflictos sociales derivados de ésta. Un mes más tarde, en enero de 1932, Rivera incorporó a la muestra inaugural tres piezas más, basadas en uno de los temas que marcarían de manera indeleble su discurso temático de esos años, y que fue su experiencia vivencial y estética en la luminosa, contradictoria y paradigmática ciudad de los rascacielos.

La llegada de Rivera a Nueva York coincide con el nadir de la Gran Depresión, que, paradójicamente, propicia la coyuntura en la que surge el boom de la construcción de los rascacielos. El artista es testigo directo del megaproceso de industrialización del país, experiencia que lo fascina y estimula al grado de dedicar la mayor parte de su tiempo a recorrer la ciudad en busca de los más diversos escenarios en construcción, mismos que quedan plasmados en innumerables bocetos en tinta y acuarela que se exhiben en la muestra. “A diferencia de México –señaló Rivera– [EU] era el país verdaderamente industrial que había imaginado como el sitio ideal para el arte mural moderno.” Así, pues, los tres murales adicionales inspirados en la epopeya constructiva neoyorquina que tanto embelesó al artista son: Martillo neumático, cuya obra original está desaparecida y se muestra en la exposición el boceto al carbón, en el que queda plasmado el dinamismo de la ardua labor de los obreros captados por Rivera precisamente durante la construcción del Rockefeller Center; Activos congelados es una pieza enigmática y fascinante que pertenece al Museo Dolores Olmedo, en la que Rivera pinta un paisaje urbano lóbrego y sombrío en el que se hace patente el comentario del artista en cuanto a las consecuencias del capitalismo pujante en la sociedad moderna, tema que será llevado a sus últimas consecuencias y a gran escala más adelante en sus proyectos murales. Éste es, sin duda, el más controversial de los murales expuestos, cuyo trasfondo irritó a quienes se negaban a ver lo que estaba ocurriendo detrás del gran proyecto modernizador en el que la gran mayoría de desposeídos que Rivera logró detectar no tenía cabida. El tercer fresco se titula Energía eléctrica y es un homenaje personal del artista tanto a la invaluable labor de la mano obrera como a las igualmente valiosas aportaciones de la tecnología industrial.

Es de celebrar la valiosa aportación que ha hecho el moma, con esta magnífica muestra, a la relectura de este crucial capítulo de la producción de Diego Rivera, que marcó un hito en su portentosa participación en el arte mural en Estados Unidos.