Opinión
Ver día anteriorDomingo 22 de enero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Peso repartido, pesa menos
C

uando se me ocurrió la frase del título me sentí feliz. Pensé que era tan buena que podía venderla, y que las ganancias serían tan grandes que me resolverían los pagos que todo buen ciudadano debe cubrir precisamente en estos primeros días del año. (Tuve el sueño de la lechera, fue un homenaje a Esopo, a Don Juan Manuel, a Samaniego.)

El problema empezó cuando hice una pausa en mi felicidad y me pregunté, tanto qué podía significar la frase del título, como a quién se la podía vender. Pero cuando el asunto se volvió de veras grave fue cuando me acordé de que, si era cierto que se me había ocurrido una buena frase y que la idea de venderla también era un hecho beneficioso y conveniente, tuviera la frase mayor sentido o ninguno, visualizara yo a un cliente al que vendérsela o a ninguno, era igualmente un hecho cierto que yo, vendedora, no era.

Y entonces, ¿qué podía hacer? Tenía que hacer algo, lo que fuera salvo quedarme con la frase en la cabeza, y con la esperanza de venderla también anclada en la cabeza.

Aparte de suspirar y, admito, hasta llorar un poco, lo que hice fue llegar a la conclusión de que mis únicas dos perspectivas viables eran, ya fuera olvidarme del asunto y pasar a otra cosa, o, por otra parte, tratar de entender qué habría querido decir mi inconsciente a través de la magnífica frase que él mismo había puesto en mis labios, Peso repartido, pesa menos, que me sigue sonando bien, quizá porque fluye oralmente al pronunciarla, y quizá porque también fluye sin tropiezos al escucharla.

El proceso implicaba atravesar la superficie o las primeras impresiones y adentrarme hacia un nivel más profundo de sentido, si el tema lo tenía.

En un principio había pensado, si transporto mis instrumentos de trabajo (anteojos, un libro, un cuaderno, un lápiz, un sacapuntas y un borrador) en una bolsa, y lo demás que cargo (cartera, llaves, amuleto, pañuelo y perfume) en otra; y si luego cuelgo una de las bolsas de uno de mis hombros, y la segunda del otro, aparte de que caminaré de forma equilibrada, el cargamento que transporte me pesará menos.

Era cierto y obvio. Entonces, era lógico que de ahí hubiera pensado, ¿qué tal si vendiera la frase a un fabricante de bolsas, por ejemplo? Pero tras apenas un instante de ilusión, recapacité y recordé que yo, vendedora, no era.

De manera que el abandono de la superficialidad debía ser radical. Y el primer paso que di en busca de un sentido más profundo fue radical, aunque fue un paso en falso.

¿Qué significado intermedio podría tener la frase Peso repartido, pesa menos, que no se refiriera a nada material? Ciertamente, no expresa ni simboliza lo mismo que el refrán Mal de muchos, consuelo de tontos, aunque lo pareciera. No es ni siquiera su contrapropuesta, aunque sin embargo, y también engañosamente, asimismo lo pareciera. Si no repartir, compartir la pena, aligera la carga, sin duda. Y el que se descarga de una pena, aun cuando sólo fuera un poco, será uno de muchos, pero no será ningún tonto.

En algo mejoraba mi desprendimiento de lo material, pero mi entendimiento de lo otro, lo inmaterial, era igual de pobre que mi desempeño como vendedora. En este supuesto buceo en las profundidades me sentía más perdida que en mi observación de la superficie y sus bolsas con la carga repartida.

¿Y si mi frase carecía de otro sentido que el que se me ocurrió primero? Podía ofrecer la frase en general, abrir la posibilidad de que se le diera el sentido que despertara en quien se interesara en ella. Pero en este caso, ¿qué clase de estrategia seguir para alcanzar con la transacción alguna meta, material o inmaterial?

Me remonté al pasado antes y después de Cristo y releí a Esopo, a Don Juan Manuel y a Samaniego, y en los tres el asunto era material, y las conclusiones y las interpretaciones tampoco sobrepasaban el orden de la lógica, de atenerse a lo que se tiene, de condicionar la ambición a la capacidad.

Luego imaginé un sentido terrible, que debía callar si es que todavía pretendía sacarle jugo a mi frase. A ningún comerciante, de bolsas o de nada, a ningún financiero (otro tratante de bolsas), a ningún industrial, ¡a ningún político!, le gustaría la idea de repartir ni un peso ni, mucho menos, muchos pesos, pues su interés principal consiste en pesar, materialmente hablando, así su pesar se acumule tanto que lo convierta a él en un rematado tonto.