Opinión
Ver día anteriorDomingo 22 de enero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Museo desentonado
C

omo todo rincón del Centro Histórico, la ahora llamada Plaza Garibaldi tiene añeja historia. En la época prehispánica era el centro del barrio de Texcatzoncátl, habitado pincipalmente por alfareros y cultivadores de maguey. Tras la conquista conservó su espacio de plaza y se le conoció como El Jardín. Hasta 1890 alojaba tianguis semanales, lo que llevó a que también fuera conocida como El Baratillo.

Su origen como sede de los mariachis en la ciudad de México se vincula con el coculense Cirilo Marmolejo, quien en 1920 introdujo en la capital el primer conjunto musical de este género. Se inició en el Tenampa, que aún existe, y su popularidad llevó a que se fueran integrando otros grupos que se instalaron en la plaza, y restaurantes y cantinas fueron surgiendo a su alrededor. Una diminuta plazuela adjunta nombrada Santa Cecilia convirtió a la imagen en patrona de los músicos.

El apelativo de Garibaldi data de 1921 y se dice que fue en homenaje al coronel José Garibaldi, quien se enroló en las filas maderistas en 1911 y participó valerosamente en el ataque a Casas Grandes, Chihuahua.

Muchos arreglos y remodelaciones ha tenido la Plaza Garibaldi a lo largo de los años. En la más reciente que realizó el gobierno capitalino, en 2011, edificó el Museo del Tequila y el Mezcal (MUTEM) en el espacio que ocupaba El Parián, espacio techado donde los mariachis se resguardaban del clima mientras esperaban clientes.

La idea es buena, pero el resultado es poco afortunado. Los edificios decimonónicos que rodean la plaza guardan una grata armonía estilística; de repente, en el costado poniente aparece un cajón de cristal traslucido decorado con motivos de pencas de maguey en tonos azul aqua (cualquier semejanza con un agave es pura coincidencia), así como oscuras siluetas de mariachis. Sobra decir que el efecto con la arquitectura de la plaza es el de un cristo con pistolas.

En la planta baja del MUTEM se encuentra la taquilla y una tienda donde se pueden comprar distintos tipos de tequilas y mezcales de todo el país. En el nivel intermedio están las salas de exhibición, que enseñan el proceso de produción del tequila de una manera atractiva, reproduciendo espacios con objetos como un molino de piedra, un alambique y un horno. Otra sala muestra el origen del mariachi e instrumentos musicales como la vihuela, el guitarrón, la guitarra, violines y trompetas.

En la planta alta hay una amplia terraza con una barra, mesas y un espacio tipo lounge, desde la cual se puede apreciar la plaza. Aquí le dan una probadita de tequila y de mezcal que va incluida en el precio del boleto de entrada. Si se queda picado, por su cuenta puede realizar la cata y degustación de distintos tipos de tequilas, mezcales y productos de maguey. Se supone que ofrece más de 400 tequilas que se destilan en diferentes lugares de la República Mexicana. El museo va a ofrecer exposiciones temporales, recorridos a los alrededores, tertulias musicales y conferencias, y va a albergar el Centro Cultural del Mariachi, donde estará la Escuela del Mariachi.

Para la comida o cena, alrededor de la plaza están los restaurantes-bares de tradición como Tenampa, Tlaquepaque y Salón Tropicana. Pero para comer bien le sugiero el mercado de comida de San Camilito, que se encuentra ahí mismo. Una tras otra se suceden las fondas limpísimas, con sus largas mesas cubiertas de manteles rojos, en donde le sirven pozole, birria, carnes asadas, ricos tacos y de compañía un tepache, sabrosa bebida que ya casi no hay en ningún lado.

Mi fonda preferida es El Gordo, que se distigue por ser la única con manteles amarillos. Su robusto dueño, que hace honor al nombre del lugar, está pendiente de todo. Su pollo pibil es incomparable y para el almuerzo tiene ricos tamales con atole o chocolate. Enfrente de las fondas hay locales que venden cualquier postre que se le ocurra: jericayas, chongos, flanes, frutas en almíbar, arroz con leche y mucho más.