Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de enero de 2012 Num: 879

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

En la uña de la gata
Kostas Sterguiópoulos

Los daños
Juan Tovar

Lo breve de los siglos, lo profundo del momento
Ricardo Yáñez entrevista con Juan Manuel Ramírez Palomares

La palabra clara de Gabriela Mistral
Ximena Ortúzar

Años
Cesare Pavese

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Esther Andradi

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Verónica Murguía

Los impostores silvestres

Yo padezco, como dirían los moralistas medievales, el vicio abominable de la curiosidad. Hay en nuestra tradición muchas historias que nos advierten acerca de este rasgo del carácter, tan humano y gatuno. La expulsión del Paraíso, ni más ni menos, se debe a la curiosidad de Adán y Eva –aunque yo también responsabilizaría a Dios. Digo, si ya los conocía, no los hubiera dejado solos. Y con esa advertencia… Ya lo escribió Michel Tournier: esa advertencia es la misma que hizo Barbazul a su esposa:  “Me voy preciosa. Te quedas con las llaves de todas las habitaciones. Incluso de la prohibida. No entres, ¿eh? Luego vengo.” Ese es el otro barbudo que se sentó a mirar cómo el objeto de sus desvelos, el séptimo, para ser precisos, iba y desobedecía.

Mi curiosidad me ha llevado a leer un montón de correos electrónicos, de aquellos que llegan cotidianamente al apartado de correo no deseado. Debo aclarar que ni loca leo esos que invitan a los incautos a mirar cómo amas de casa le hacen cosas indescriptibles a un caballo en La granjita del amor;  los que avisan que el lector ha sido admitido en las animadas orgías del grupo que lo envía; o aquellos en el que el remitente se autorretrata con insultos. Soy demasiado pudibunda. Tampoco abro los que ofrecen Viagra a precios de mayoreo, Rolex de imitación, o remedios herbolarios para la vida sexual.

En cambio leo, con auténtica fruición, los que rezan: “su paquete está aquí”, con remitente en el aeropuerto de Heathrow, en Londres. Firmado por el señor Signorino, quien gentilmente informa que mi paquete me está esperando. Es mío por obra del caos y del señor Signorino, de quien debo pensar que tiene aire en lugar de cerebro. Mi paquete está lleno de documentos bancarios que equivalen a millones de dólares. Sólo debo contestar con todos mis datos, no vaya a ser que mi fortuna se pierda.

También leí una carta en la que se me hace acreedora a la hacienda del difunto señor Masamichi Kazama, quien murió en el tsunami de este año –ya ni la amuelan– y que dejó intestados más de 22 millones de dólares. ¿Por qué llega esta “delicada información” a mi dirección electrónica y a la de todos ustedes? Porque la señorita Emiko Akihiro, quien firma la carta, es, debo creer, muy inocente: se equivocó, pobrecita y ahora está a punto de darle los montones de dólares del infortunado señor Kazama a una mexicana que fruta vendía, misma que –oh, suerte, hados misteriosos– encontró todo esto en el correo no deseado.

El señor Mahamadi Inoussa escribe desde el Banco Internacional para el Comercio, la Industria y la Agricultura de Burkina Fasso, de parte de Safia Farkash al-Baarasi, la viuda de ¡Muammar Gaddafi! Con muchas zalemas y promesas de que el asunto no es fraudulento, el señor Inoussa pide al éter, a la red, al hado padrino, el número de cuenta de un banco cualquiera en un país seguro para depositar allí siete millones de dólares, con el fin de que la viuda pueda irse a un lugar decente cuando termine el lío en el que está metida. ¿Qué se ofrece al cuentahabiente, al que en mexicano llamaríamos prestanombres? El porcentaje que él quiera del dinero de Safia, dólares que pertenecían a su hijo Saif-al-Arab, muerto por un bombardeo de la otan. Un país seguro, dice la carta. ¿México? Esta gente no sólo es mentirosa, tampoco lee el periódico.

Con negritas y todas en altas llega un mail del FBI. Sí, FBI. Firmado por el señor Robert S. Mueller III. Como los ejemplos que he consignado en este artículo no son los más fantasiosos, pero sí los mejor escritos, me permití una risita socarrona al ver el nombre del remitente. Me pareció extraño. ¿Tercero? Ni que fuera Napoleón. Mal hecho. El fbi sí es dirigido por el señor Robert S. Mueller, desde el 4 de septiembre de 2001. Y puedo jurar que él no me escribió la carta en la que me felicita por el éxito de mi transacción bancaria hecha en Nigeria, que me hace la dichosa dueña de 65 millones de dólares. Para recibir la tarjeta bancaria –aquí se sofistica un poco el asunto– con la que puedo transferirlos a mi cuenta, sólo tengo que pagar el Fedex. 450.00 dólares. Aunque debo contestar como rayo, para saber adónde depositar el pago del Fedex. Esa bicoca.

Qué bueno que soy mexicana. Entrenada rigurosamente para oír falsarios, embelecadores y quimeristas, como dice el Quijote, y contestar con un escéptico yaaa.