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Efervescencia de la novela policiaca
Periódico La Jornada
Domingo 16 de octubre de 2011, p. a20

Si bien la novela policiaca sigue conservando su atractivo en el solución de un crimen, en la búsqueda de pistas y en la persecución de culpables, los escritores mexicanos le han añadido algunos ingredientes que la mantienen no sólo viva, sino en plena efervescencia.

El género, considerado por algunos literatura de entretenimiento, tiene la ventaja de haber heredado la esencia de la narrativa clásica: una trama cuyo desarrollo tiene el objetivo de develar una verdad. Pero lo que antes fue el motor único de estas historias, ahora es sólo un hilo conductor que se pierde en un entramado mucho más complejo.

Incluso el final, el tan antes esperado desenlace en este tipo de obras, queda por completo renegado ante relatos mucho más complejos y una abigarrada colección de personajes que retratan, y en ocasiones caricaturizan, a todos los actores de la sociedad involucrados en asesinatos, corrupción y narcotráfico.

Bernardo Fernández, Bef, reciente ganador del primer Premio Grijalbo de Novela con Hielo negro (Grijalbo, 243 pp.)

Precio de lista: 269 pesos, va y viene entre la realidad y la caricatura al enfrentar a una agente judicial del DF con una mujer pelirroja líder de un cártel, que para robar toneladas de seudoefedrina de un laboratorio envía a un grupo de sujetos disfrazados de gorilas montados en patines.

Convertir el asalto en espectáculo no es fortuito. Será filmado para que lideresa del grupo criminal los presente ante los artistas y galeristas más renombrados del mundo como video-instalación.

Pero no temblemos, decía Alfonso Reyes al hablar de las novelas policiacas de Chesterton, la exageración es el análisis, la exageración es el microscopio. El fisiólogo, para mejorar el curso de una vena, la inyecta, la hincha.

Arthur Conan Doyle, creador del detective más famoso del mundo, Sherlock Holmes, también parecía rayar en la exageración con sus relatos, sin embargo, dejaba entrever al lector la crítica a la sociedad de su época: “acontecimientos tan macabros como aquel… surgían de la inquietud que provocaba en las masas el debilitamiento del espíritu de autoridad” (Estudio en escarlata, El valle del terror, Las novelas 1, Alianza Editorial, 416 pp).

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El sinaloense Élmer Mendoza, por su parte, con su saga del detective Édgar El Zurdo Mendieta (Balas de plata, 254 pp. y La prueba del ácido, ambas publicadas por Tusquets, 243 pp.), logra trasladar la violencia y el caos de la realidad mexicana al lenguaje. Su ingrediente es literario. Los diálogos y el ritmo de las palabras son impulsivos, vertiginosos; su capacidad expresiva, absorbente.

Además, más allá del enredo policiaco y del latente riesgo al que se expone un agente judicial en Sinaloa, El Zurdo Mendieta es un ciudadano de clase media atormentado por cuestionamientos existenciales, frustrado por sus relaciones amorosas y dominado por una sensación constante de fracaso.

Héctor Belascoarán Shayne, protagonista de la primera saga policiaca de Paco Ignacio Taibo II (Todo Belascoarán, Planeta, 822 pp.), comparte el desgano y la depresión del personaje de Élmer Mendoza.

Incluso no sabe a ciencia cierta qué lo motivo a convertirse en detective privado; parece buscar el sentido de su vida en la solución de crímenes, a manera de redención.

Los contextos de ambos detectives son distintos. Belascoarán se desenvuelve en un México en el que partidos y gobierno aún mantienen un poder casi absoluto del país. Mendieta, por su parte, se enfrenta a la corrupción y la violencia encarnadas en un enemigo que tiene alcance en todos los niveles y estratos de la sociedad: el narcotráfico.

La novela policiaca es, en efecto, misterio, suspenso y personajes épicos, pero también ha permitido, y ahora con mayor impacto y verosimilitud, observar a detalle, con lupa, la compleja urdimbre del ser humano y su aterradora actualidad.

Texto: Eduardo Gálvez

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