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Ver día anteriorMartes 30 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Andanzas

Guillermo Arriaga y su Zapata

E

s inolvidable el homenaje que Guillermo Arriaga, creador de la obra Zapata, recibió el pasado 24 de agosto en el teatro Julio Castillo de esta capital, de las más altas autoridades culturales, artistas y amigos del queridísimo coreógrafo y bailarín mexicano.

El acto, ampliamente comentado en la prensa, amerita un nuevo enfoque. Guillermo Arriaga, multipremiado, recibió una vez más y como nunca las glorias del reconocimiento y el premio, que representa el afecto de la multitud de amistades y poderosos que lo han acompañado a lo largo de más de 60 años en la danza mexicana y los ramales de sus diversas actividades en el medio.

Su inolvidable obra Zapata lo reitera como personaje definitivo en la historia dancística de nuestro país. La pieza se insertó en la vida artística del país en 1953, en que fue estrenada por Guillermo durante una gira por Europa del este con la Compañía de Danza Contemporánea, entonces patrocinada ampliamente por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). El coreógrafo fue ovacionado, premiado y reconocido en una delirante Bucarest, que se rindió ante el mayor logro del mexicano, que interpretó él mismo con la extraordinaria Rocío Sagaón, remontando cada nota de la genial partitura de José Pablo Moncayo, autor de Tierra de temporal. Ambas imposibles de olvidar.

Más allá de modas, retórica demagógica, estilos y técnicas de entra y sale en la periferia de lo esencial, el Zapata de Guillermo Arriaga aún palpita y subsiste gozando de vida y plena salud, que, como su autor, clama por un optimismo tan lejano como el horizonte de las utopías, siempre al frente, aunque inalcanzable; porque un equipo de extraordinarios talentos, como el propio Guillermo, Moncayo, Miguel Covarrubias y Rocío Sagaón, en aquellos años se conjuntó en la ruta de lo genuino para realizar una obra redonda, exacta y precisa, sin artificios ni demagogia, que aún hoy conmueve al público porque toca la herida latente en la conciencia de todos los mexicanos… el campo, la tierra y los campesinos, cuyo drama aún no pasa de moda, y sin duda llevamos en la sangre.

Indudablemente la obra emblemática del tema revolucionario de la legendaria Waldeen, un tanto olvidada y su obra, La coronela con la música de Revueltas, es sin duda, con las danzas masivas de rebozo y canana de Nelly Campobello en el Estadio durante los años treinta y cuarenta, el detonador de una danza mexicana de raíz que Guillermo Arriaga resume y sintetiza de manera extraordinaria e impactante en su ballet Zapata.

Esta obra, esta semilla persistente, como el maíz criollo que brota aquí y allá de manera inesperada, continúa luchando por crecer, y SER, ante los vendavales de un mundo globalizada, (odiosa y falsa palabra), por intereses, idiosincrasias y oportunismos diversos que encantan a las juventudes, presa fácil, como Pinocho, llevado a la feria luminosa y apabullante por el vendedor de sueños, Stromboli, para finalmente acabar convertidos en burros.

De ahí la importancia de, en lo actual, que es nuestra realidad, no perder el rumbo, aunque todas las sirenas del Egeo, el circo, maroma y teatro de la tele, la violencia de la guerra y la necesidad de los jodidos, como un día dijera míster Azcárraga grande, el original, se conserven en el rumbo, el punto final, categórico e irrefutable del arte convertido en verdades que nos cimbran y enchinan la piel.

Eso no lo ha dejado de hacer Arriaga con sus muchachos y su Zapata de aquí para allá, durante años, tal vez una herencia para quienes aún son sensibles y conscientes de una lucha y un horizonte que aquí está, como dijo Memo: a pesar de todo, aquí estamos. Y no sólo eso, la danza del cuerpo es una búsqueda minuciosa de verdades y realidades ancestrales, en cada época, en cada tiempo, pero hace falta la capacidad de transformar, modernizar, crear y recrear las verdades que nos gritan en la piel.

Hoy, el juego de talentos, vanidades, caprichos e intereses busca ansiosamente sustentarse en el colorido nacional, que parece esfumarse cada vez más, pues las influencias externas propias de la vida que hoy vivimos son verdaderamente arrolladoras, casi insalvables, pues nos aturden todo el tiempo en todas partes, y el it o el aquello, así como el know how, o saber cómo, parecen herramientas indispensables para una expresión acabada y pulida, clara y definitiva que pueda hablarnos de nuestra esencia y mexicanidad, la cápsula sincrética de nuestro pasado, el presente y el futuro en la síntesis de lo perfecto.

Por eso Guillermo Arriaga es talento, simpatía y encanto, porque nadie puede negar que es encantador, ha salvado todas las mediocridades y ha sabido colocarse en el lugar que merece. Otras personalidades también lo merecen, pero esperamos que algún día rebasen la infamia de la grilla y obtengan el reconocimiento que les corresponde, ya que están de moda los homenajes.

Así, en el apoteósico final del homenaje a Guillermo Arriaga, rodeado de gente feliz en el foro, lo miraba y recordaba cuando una mañana de sábado llegó con su esposa Graciela Moreno, también adorada, al teatro del SME donde Magda Montoya tenía su Ballet Infantil, del cual yo formaba parte, para echarnos un verbo sobre la danza moderna mexicana… y decía que el ballet clásico estaba en los museos petrificado... y lo recordé también cuando montábamos El sueño y la presencia, para el cual me seleccionó, así como el explosivo Cuahnáhuac, con mis compañeras Alma Rosa Martínez y Roseira Marenco, en la Compañía de Bellas Artes. Los recuerdos se nublan en el gentío; me acerqué a Memo para despedirme y felicitarlo, y me dijo –como entonces– Moyita… mientras nos damos las manos con un hasta siempre.

Fue una noche de triunfo, de sabor agradable en la boca y de satisfacción por haber estado en una reunión única e irrepetible. Felicidades, Guillermo; lo mejor para ti y tu grupo.