Opinión
Ver día anteriorMartes 23 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Daniel Lezama Variantes
P

or unos días más está vigente la exposición Cartas de viaje, de Daniel Lezama, en la galería Hilario Galguera (Francisco Pimentel 3, colonia San Rafael), en la cual, mediante procedimientos metafóricos siempre plasmados a través de figuración realista, rinde homenaje, entre otros, a personajes viajeros: pintores, fotógrafos y escritores que dejaron imborrables testimonios acerca de nuestro país, entre ellos Moritz Rugendas, Malcom Lowry y Thomas Egerton (1797-1842), quien, como se recordará, fue asesinado en Tacubaya junto con su pareja. Excepto una de las piezas, Viaje a las ruinas, las 15 restantes son de formato amplio, igualmente con una excepción, Vincent y Paul en América (2004), las demás son de fecha reciente.

Lezama no ha desdeñado participar en certámenes nacionales, como la Bienal Tamayo, y no sólo eso, también es proclive a sostener diálogos y a participar en paneles de discusión.

Uno de sus más acendrados críticos es Francesco Pellizzi. Hará un par de años sostuvimos un diálogo en San Ildefonso a propósito de la exposición de Julio Galán. Lezama asistió y puede afirmarse que su idiosincrasia como artista de las alegorías, aunque en tónica radicalmente diferente a la del prematuramente fallecido coahuilense, es análoga a la de éste. Pellizzi afirmó en aquella ocasión que el recurso de Lezama referido a la dimensión alegórica no es del todo ajeno a la tradición de los muralistas mexicanos, y tiene razón, siempre y cuando se tenga en cuenta que es proclive a referencias y a frecuentes glosas que son siempre indirectas. Se trata de transposiciones de ciertas figuras y gestos, como si orquestara una nueva coreografía basándose en una partitura ya existente, modificada, sobre todo, en cuanto a técnica pictórica. Recurre a detalles particularizados más que a atmósferas escénicas. Sus ambientes suelen ser truculentos, sea que se refieran a ritos de iniciación que al mito de los orígenes o a ambientes de vecindad.

Los detalles de sus fuentes son bien detectables, como sucede en la pintura exhibida en el Museo de Arte Contemporáneo de Zapopan: Alegoría de Tlaxcalantongo, que está basada no en Carranza, sino en una fotografía de don Manuel Álvarez Bravo, tomada en la casa del también fotógrafo Antonio Reynoso.

Filis y Aristóteles criollos deriva de un grabado de Hans Bandung Grien, mismo que a principios del siglo pasado Julio Ruelas retomó casi textualmente, adjudicándolo a Sócrates.

En la pintura titulada La siembra, el niño dormido entrelazado con su madre es una réplica libre del Cupido durmiente, de Caravaggio, que se encuentra en la galería Pitti, y en la ya mencionada Vincent y Paul en América –Paul ¿encarnando a Gaugin?– es el Pablo de Tarso, también de Caravaggio, en la Capilla Cerasi de Santa Maria del Popolo. Se trata pues de transposiciones semánticas con las que crea contextos a partir de ciertas imágenes consagradas de la historia del arte.

En El origen de la pintura mexicana la referencia es a la famosa pintura de Courbet El origen del mundo, aquel cuadro que poseyó Jacques Lacan, en el cual quedó captada la parte inferior de un torso femenino con los genitales bien visibles, dotada de estupendo tratamiento pictórico, tanto, que su obvia sensualidad está en eso. Los mensajes de Lezama no siempre son descifrables, pero en este caso se antoja que el mestizaje en la pintura mexicana guarda una inevitable condición edípica, cosa mayormente evidente en otra referencia a esa obra en la que el título refiere a Guadalupe-Tonantzin.

Es posible que buena parte de su producción esté destinada a alojarse en museos (el de Arte Moderno posee su versión de la captura del Goyo Cárdenas) o en acervos empresariales o particulares especializados, y hay obras suyas en varias colecciones europeas y norteamericanas, igual que sucede con piezas de Julio Galán.

Esta nota es recuerdo de la visita que hice a su exposición de 2008, en el ya mencionado Museo de Arte Contemporáneo de Zapopan, y a la de la galería Galguera, misma que ha auspiciado un bien ilustrado libro acompañado de ensayos de varios especialistas. Por conducto de los anfitriones de dicha galería me enteré tanto del libro como de que buena parte de las pinturas que integran la muestra vigente fue adquirida por Demian Hirst; ojalá las ofrende en donación a museos tanto mexicanos como extranjeros. No se trata de pinturas llamémosles ornamentales, en el sentido de que la vista se detiene en ellas, sin duda para apreciarlas como pinturas que son, pero igual para auscultarlas en el intento de captar lo que cuentan.