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Su autor, Paul Simon, próximo cumplir siete décadas, se adelantó a los mash-ups

25 años de Graceland, “el álbum foráneo más grande sobre África”

El estadunindense grabó con músicos negros al tiempo que se formaba el movimiento contra el apartheid; marcó una época, dice biógrafo; el disco suena como si se hubiera hecho ayer, agrega

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El cantante de Nueva Jersey, durante una presentación cerca de Tel Aviv, en julio pasadoFoto Reuters
 
Periódico La Jornada
Martes 23 de agosto de 2011, p. 8

Washington, 22 de agosto. Si en cada generación hay un rey del auditorio, Paul Simon fue coronado dos veces. Primero como icono del folk-rock en 1960, y luego como iniciador de la world music en 1986, con Graceland, su álbum emblemático que este mes cumple 25 años.

Todo empezó con la cinta del género musical sudafricano township jive que un amigo le hizo llegar cuando estaba encerrado en su casa de Long Island, deprimido por un segundo fracaso matrimonial, y pensaba dar un nuevo giro a su carrera.

La cinta llevó a Simon a Sudáfrica, donde pasó semanas grabando con músicos locales, mientras se formaba un movimiento mundial contra el sistema de segregación racial conocido como apartheid.

En agosto de 1986, Simon impactó al mundo con lo que universalmente se considera su obra maestra como solista, Graceland. El disco, que incluye 11 eclécticos temas de pop autobiográfico, marcados por el r&b clásico, el zydeco de Luisiana y el rock chicano, aunado a los magníficos ritmos de África, catapultó al compositor nuevamente.

El disco se volvió la banda sonora de la vida de muchos en Estados Unidos, Europa y América Latina. Vendió 14 millones de copias, ganó premios Grammy como mejor álbum y mejor canción del año. Y no solo convirtió en superestrellas a los miembros del grupo a capella sudafricano Ladysmith Black Mambazo, sino que dio a la música africana en general una dimensión mundial.

Rayos láser en la selva

Graceland se anticipó a los mash-ups actuales, que combinan dos o más temas en una suerte de mezcla. Al aparecer en los albores de los discos compactos y la revolución de Internet, el videoclip de su primera canción, The Boy in the Bubble, adelantó el futuro con sus imágenes de alta tecnología.

Estos son los días de láseres en la selva, cantaba Simon.

Y en cierto modo, Graceland fue el primer álbum del siglo XXI.

Suena como si se hubiera hecho ayer, dijo el escritor Mar Eliot, cuya biografía sobre Simon se publicó el año pasado. Si no hubiera hecho otra cosa que ese álbum, también estaría en el panteón de los grandes.

Pero Simon, quien cumplirá 70 años en octubre, se encuentra entre los pocos artistas que tienen discos de éxito en varias décadas: desde finales de los años 50 con su amigo Art Garfunkel, hasta el aplaudido álbum de 2011, So Beatiful or So What.

En la década de los 70, Simon hizo un rock conmovedor y sentimental, e incursionó en ritmos latinos y reggae. En los 80, cuando su nuevo trabajo era ampliamente ignorado, se arriesgó como pocos artistas lo hubieran hecho en un viaje en búsqueda de las raíces del rock en África, dijo Eliot.

Simon, sin embargo, no consideraba a África como fuente de influencia musical, a la cual mirar con nostalgia. Se plegó a la creatividad que se vivía a mediados de los años 80 en el continente y al mismo tiempo se sumó al difícil proceso de desafío del sistema político imperante, cinco años antes de que Nelson Mandela fuera liberado.

“Para mí, Graceland sigue siendo el álbum más grande jamás producido por un compositor foráneo que representa la música de Sudáfrica”, dijo Mabuse Hotstix Sipho, el sudafricano que llevó a Simon al municipio de Soweto, Johannesburgo, en 1985, y sugirió a los músicos que podría trabajar con ellos.

Graceland no sólo impactó por sus canciones, a pesar de la exuberancia del timbre de tenor de Simon entrelazado con las ricas y húmedas voces de los cantantes de Ladysmith en canciones como Diamonds on the Soles of her Shoes y Homeless. El icónico disco también marcó una época porque puso el foco en Sudáfrica cuando el apartheid estaba en la cúspide.

Simon fue criticado como un estadunidense blanco que caía en paracaídas para explotar el talento de músicos menos conocidos; manifestantes dentro y fuera de Sudáfrica decían que violaba un boicot cultural de la ONU en el país.

La gente estaba dividida, recordó el profesor sudafricano Sean Jacobs, de la New School de Nueva York, quien también escribe un blog sobre África.

Algunos pensaban que iba a dar legitimidad a un régimen que estaba en graves problemas. En cambio, dijo Jacobs, lo que el disco hizo fue poner en el centro de atención a la África negra.

Al final, Graceland tuvo buena recepción en Sudáfrica. Les encantó, dijo Eliot.

Según Jacobs, Simon definitivamente creó el espacio para la world music. Hizo aceptable (el concepto de) que era posible vender discos con sonidos que no eran bien conocidos y predecibles.

Simon volvió a Sudáfrica hace tres semanas para actuar con los músicos que tocaron en el álbum, en un espectáculo que se emitirá en un documental.

Me sentí como si estuviera regresando a casa, dijo Simon, según la revista Billboard.

Simon se rencontró con el fundador de Ladysmith Black Mambazo, Joseph Shabalala, quien a los 72 años todavía se sorprende de que su banda siga convocando seguidores.

No esperábamos dar la vuelta al mundo con Simon, pero hubo invitaciones de todas partes, dijo Shabalala.

Para él, Graceland –disco llamado así por la casa de Elvis Presley, artista que abrazó la música afroestadunidense como influencia directa del rocanrol– hizo posible una conversación interracial en Sudáfrica que llevó al derrumbe del apartheid.

Ese fue el comienzo, dijo Shabalala.