Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de julio de 2011 Num: 853

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Francisco González León, modernista a solas
Leonel Alvarado

La inercia del lenguaje
Ricardo Venegas entrevista
con Evodio Escalante

Migración en Europa: ningún ser humano es ilegal
Matteo Dean

La dictadura de la transparencia
Fabrizio Andreella

El poder de la música
Julio Mendívil

Leer

Columnas:
Galería
Rodolfo Alonso

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Jorge Moch
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Al filo del Once

Jagger alguna vez dijo que hay que tener cuidado con lo que uno pide porque se lo pueden conceder. Abundancia puede ser calamidad. Eso es lo que podría estar a punto de sucederle al Canal Once del Instituto Politécnico Nacional, uno de los pocos ejercicios, junto con Canal 22 y TV UNAM, de genuina televisión en beneficio de la mayoría, con orientación al público y no a los patrocinios empresariales, con responsabilidad en cuanto a la calidad de sus contenidos y a la divulgación de materiales artísticos y culturales, sin dejar de lado programas de entretenimiento inteligente, no necesariamente lobotomizantes, como parece ser la tónica dominante en la mayor parte –por no decir francamente que en su totalidad– de la parrilla programática de las emisoras que en términos de cobertura geográfica dominan sin discusión el territorio nacional, las del duopolio nefasto Televisa-Azteca.

Ya las designaciones de sus anteriores directores, Julio Di Bella en tiempos de Vicente Fox y después el cineasta Fernando Sariñana, quien públicamente se asumía como amigo personal de Felipe Calderón, ponía en tela de juicio la independencia editorial del canal, y de hecho desde la posición del televidente pudimos ser testigos de cómo las manifestaciones críticas –y aun la objetividad periodística, por ejemplo, en sus noticieros– recibían, no desde fuera, desde Los Pinos o la Secretaría de Gobernación, sino desde dentro, desde la dirección del canal, aunque desde luego todo ello fuera por vía subterránea, embates de esmeril. Primer plano, ese estupendo programa de opinión en que dialogan historiadores, sociólogos, investigadores sociales y en fin, editorialistas de primer nivel, afortunadamente incómodo muchas veces para el régimen (sería un escándalo catastrófico que se impusiera la censura, aunque intentonas nunca faltan) ahí sigue, los lunes a las nueve y media de la noche. El sucesor de Sariñana, Rafael Lugo Sánchez, llegó a la estructura del canal durante la gestión de Di Bella, en el sexenio de Fox.

Una nota de Alfredo Méndez, publicada en La Jornada el miércoles 29 de junio, da cuenta de la autorización otorgada por la Secretaría de Hacienda –la del delfín Cordero– para implementar lo decretado por Felipe Calderón el año pasado, cuando creó el Organismo Promotor de los Medios Audiovisuales (OPMA), instrumento gubernamental de expansión mediática concretamente enfocado a la ampliación de cobertura televisiva del Once que, al menos en la muerta letra de su normativa orgánica, es todavía potestad del Instituto Politécnico Nacional y no de la Secretaría de Gobernación, a la que pertenece el OPMA. El gobierno calderonista dice encontrar motivos para la creación del organismo en “generar, producir y distribuir contenidos audiovisuales, por sí mismo o coadyuvando para tal efecto con las dependencias y demás entidades de la administración pública federal”, aunque básicamente queda adscrito a Once TV, quizá el canal cultural que goza de mayor independencia editorial y éxito de teleaudiencia. En la teoría, la partida presupuestal de que goza el opma sería destinada casi filantrópicamente a la ampliación de la cobertura de señal de Once TV hacia poco más del setenta y cinco por ciento del territorio nacional. Pero el gobierno de Calderón ha dado pruebas irrefutables durante cinco años de su irrecusable vocación por el juego sucio: estamos en vísperas de una de las coyunturas electorales más encarnizadas que habrán de verse en México. Aun si se trata del altruista impulso a una televisora pública para convertirla en la tercera opción de televisión nacional en competencia con Televisa y Azteca, con quienes Calderón ha mantenido desde su maculosa candidatura presidencial una turbia complicidad de privilegios a cambio de propaganda, no sería de extrañar que se busque reposicionar favorablemente al Once, como sucedió ya con la extinta Imevisión, para después, en coincidencia con posturas y postulados de gobiernos recientes, furiosamente neoliberales y enemigos de los instrumentos del propio Estado para regular la desmedida ambición de los particulares metidos al negocio de las telecomunicaciones, someterlo a un tramposo proceso de privatización con el que serían felizmente recompensados más de algún empresario voraz y más de algún ruin politicastro de derechas.

Basta recordar los entresijos cochambrosos del nacimiento de TV Azteca o cómo Telmex fue a parar a manos de quien hoy es el mexicano más rico del planeta. El éxito puede, en efecto, matar al Once TV.