Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de julio de 2011 Num: 852

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La cultura crítica y la izquierda
Jaimeduardo García
entrevista con Tony Wood

Breve repaso de lo bailado
Carlos Martín Briceño

Fragmentos de mi autobiografía
Mark Twain

Mis experiencias con los doctores
Mark Twain

Twain, el humorista de hierro
Ricardo Guzmán Wolffer

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


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Nueva ortografía española (I DE IV)

La ortografía es “algo” difícil de asir y ejercer para muchos usuarios de la lengua española, comenzando porque no existe algo parecido a un “sistema ortográfico” para hablantes. Si un niño en proceso de adquisición de su lenguaje dice: “el juguete está rompido”,  “tu mano mide cinco minutos”,  o “quiero comer pista”,  el adulto que lo escucha, de acuerdo con el contexto, entiende (sin necesidad de corregir a su hijo) que lo que se quiso expresar fue “el juguete está roto”, “tu mano mide cinco centímetros”,  “quiero comer pizza”. Es cierto que, en los ejemplos anteriores, sólo uno sería asunto ortográfico: en la expresión ‘rompido’ por ‘roto’ aparece un uso anómalo del participio del verbo romper, pero debe admitirse que el niño mantuvo su conjugación del verbo dentro de la forma de participio: empleó la desinencia -ido en lugar de -to; en la expresión “tu mano mide cinco minutos”, el niño reemplazó la palabra “centímetros” (que sirve para medir superficie) por “minutos” (que sirve para medir tiempo): aunque equivocado semánticamente, el niño eligió una palabra que se emplea como unidad de medida; sólo en el caso de “pizza” parece haber un problema “ortográfico” (¿ortofónico?): /písta/ > /pítsa/, donde lo apreciable es una metátesis, es decir, el cambio de posición de un fonema o una sílaba, como en “humadera” por “humareda”; “gabazo” por “bagazo”; “estauta” por “estatua”. En los tres casos, tanto el niño como el adulto mostraron su competencia lingüística: esos “conocimientos” intangibles que permiten al hablante de una lengua comprender y producir una cantidad potencialmente infinita de oraciones gramaticalmente correctas, con una cantidad infinita de elementos y, en su caso, de reponer los errores cometidos por el interlocutor (o de autocorregirse), de tal manera que el circuito del habla y la comunicación no queden interrumpidos.

Sin embargo, todo lo que he venido diciendo pertenece al ámbito de la lengua hablada y, estrictamente, la ortografía concierne a la lengua escrita. Así que, ¿qué es la ortografía? De entrada, algo muy parecido a la ortopedia. La palabra se compone de la unión de dos palabras griegas: orthós, que significa “recto, correcto”,y graphó, “signo, diseño, escritura”. Eso quiere decir algo como “escribir signos correctamente”, o “el arte de corregir o evitar las deformidades del lenguaje escrito, por medio de ciertos aparatos o ejercicios” (me he permitido adecuar la definición ofrecida por el Diccionario Espasa para la palabra ortopedia –perteneciente al campo de la medicina–, con la intención de acercarla a ortografía –perteneciente al campo de la lingüística–). Proseguiré con otra adecuación, esta vez de lo dicho por el Diccionario Larousse para la misma ortopedia: “rama de la gramática que trata de la corrección quirúrgica o mecánica de las deformaciones o desviaciones del lenguaje, en general, y más específicamente, del sistema escrito”.

Alrededor de ortopedia se han formado otros términos como ortosis (“enderezamiento de un miembro torcido”), ortopraxia (“corrección mecánica de las deformidades”) y ortodoncia (“la ortopedia mecánica aplicada para corregir la posición de los dientes”). Pido a quienes esto leen que hagan sus propias adecuaciones para la ortografía y tal vez encuentren fuertes dosis de ortosis, ortopraxia y ortoacentuación, con lo que eso supone de tiempo terapéutico, molestias y dolor corporal. Para evitar mayores sustos, la definición usual de esa palabra es “el arte de escribir correctamente”, pero faltaría definir qué es lo esperablemente correcto al escribir: ¿lo legible?, ¿lo comunicante?, ¿lo elegante?, ¿lo bello? (sin olvido de que la ortografía no tiene nada que ver con la estilística: es más un sistema de señales de tránsito para que el lector no se pierda en un embotellamiento de signos).

Y, ya metidos en esos berenjenales (que pienso eludir cuando concluya con este párrafo), ¿no es cierto que ya existe una quiropraxia ortográfica –enérgicos masajes y aplicación de ventosas a los textos de los alumnos y clientes– desarrollada por los profesores de español y redacción de todos los niveles escolares, y por los correctores de estilo manifestada en un tumulto de correcciones hechas con tinta roja?

He desplegado un cierto ímpetu inquisitorial al mostrar los instrumentos de tortura antes de proceder al interrogatorio, y eso me lleva a entender el éxito de Sandro Cohen, quien eligió el melifluo título de Redacción sin dolor para un libro suyo, cuya sedante promesa implícita ha servido para atraer a sus lectores.

(Continuará)