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¿La Fiesta en Paz?

David Liceaga, talento, maestría, amor propio y vergüenza

D

avid Liceaga Maciel (Romita, Guanajuato, 22 de junio de 1911-León, Guanajuato, 2 de noviembre de 1996), me dijo un día: Ser torero es muy bonito, pero más aún es respetar al toro, al público y a uno mismo. Nunca le falté a un compañero ni permití que nadie lo hiciera conmigo, pero es indudable que en el medio taurino la dignidad se vuelve un estorbo.

Tras su alternativa en El Toreo de la Condesa, el 11 de enero de 1931, de manos de Manuel Jiménez Chicuelo y como testigo Carmelo Pérez, con el toro Palillero de Zacatepec, el joven torero asombra al ganar la Oreja de Oro un mes después, alternando con Chicuelo, Lalanda, Pepe Ortiz, Heriberto García, Bienvenida, Carmelo Pérez y Alberto Balderas, en la lidia de un encierro de La Laguna.

En abril de ese año viaja a España, donde torea tres novilladas seguidas en la Maestranza de Sevilla, saliendo a hombros por la Puerta del Príncipe en la tercera de ellas, luego de matar toros de Miura. Tiene triunfos memorables en Madrid, Valencia y Barcelona, de cuyas plazas también sale a hombros. Con gran éxito toma la alternativa española el 21 de junio de 1931 en la capital catalana, alternando con Manuel Mejías Bienvenida y Domingo Ortega. El 21 de septiembre Nicanor Villalta le confirma en Madrid dicho doctorado, atestiguando Ortega. Esa tarde Liceaga vuelve a salir en hombros por la puerta grande.

En septiembre de 1931 mata las tres corridas de la feria de San Miguel, en Sevilla, alternando en las tres con Bienvenida y Ortega, siendo herido en la última. A su regreso a México borda a Hortelano de Zacatepec en El Toreo, y dos semanas después le corta el rabo a Consentido de La Laguna. Vuelve a la península ibérica, toreando en Madrid la Corrida Mexicana al lado de Armillita y Heriberto García, y toros de Alipio Pérez Tabernero. Su segundo astado le infiere una grave cornada en la femoral.

En 1933 y 34 realiza brillante gira por Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú, alternando con las máximas figuras del momento. A su regreso a México le esperan de nuevo los golpes bajos de la politiquería taurina y es relegado por la empresa de la capital. Por fin, el 5 de enero del 36 reaparece exitosamente en la plaza de la Condesa al cortarle el rabo a Risquero, de La Punta.

A partir de entonces sobresalen sus excepcionales faenas a Trianero y a Zamorano de San Mateo, a Bombonero de La Laguna, a Azafranero de Carlos Cuevas, a Badila de Zacatepec, a Florista de Torrecilla, un soberbio y quizá insuperable homenaje al toreo con la mano izquierda que coronó con una estocada recibiendo; a Bonfante de Xajay, a Afinador de Torrecilla y a Cirquero de Zotoluca, por la que obtiene los máximos trofeos que recibe en la enfermería, tras sufrir dramática cornada penetrante de vientre.

Tarde gloriosa para la insuperable tradición rehiletera mexicana fue la del domingo 3 de enero de 1943, cuando en El Toreo de la Condesa los maestros Liceaga, Arruza y Armillita banderillean, en un solo viaje, al toro Pichirichi, de Zacatepec. En plenitud de facultades, abatido por la muerte en España de su hermano Eduardo, exitoso novillero, Liceaga dice adiós a los ruedos el 2 de febrero de 1947 en la Plaza México, alternando con Silverio, Manolete y Domecq, cortando la oreja de Garcito de Coaxamaluca, siendo el primer diestro que se despidió en esa plaza.

Aparte de ser uno de los toreros más completos en la historia de la tauromaquia y probablemente el banderillero más extraordinario de todos los tiempos, Liceaga fue fundador de la Unión Mexicana de Matadores de Toros y Novillos y secretario general de la misma en dos ocasiones; en 1932 estoqueó en Barcelona el toro más pesado de que se tenga memoria, un ejemplar de Arranz, con 970 kilos; en 1935 fue a Bogotá por tres corridas y toreó ¡18 seguidas!, matando toda la camada de la ganadería de Mondoñedo; salió cuatro veces a hombros en Madrid; jamás conoció la comodidad ni dio tregua a sus alternantes, consagrados o modestos, y nunca dejó un toro vivo de los centenares que enfrentó en todas las plazas del mundo.

De David Liceaga, maestro incómodo si los ha habido, puede decirse con justicia: La gloria de los buenos está en su conciencia más que en la boca de los hombres.