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Integrantes de la marcha y deudos son compañeros en el dolor

Hemos construido humanidad

La movilización es catarsis, desahogo y despertar colectivo, definen

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Los integrantes de la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad llevaron su reclamo más allá de la frontera norteFoto Víctor Camacho
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Periódico La Jornada
Domingo 12 de junio de 2011, p. 7

Ciudad Juárez, Chihuahua, 11 de junio. La Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad obró como aquellos reactivos fotográficos, hoy casi en desuso, que al contacto con el papel sensible revelaban la imagen previamente capturada.

Al recorrer por su centro el norte de nuestro país logró despertar en una semana lo que cuatro años de indigestión informativa, siempre incompleta, habían terminado por adormecer: la conciencia de que cada una de las víctimas sigue siendo alguien con nombre y dignidad.

Los dos protagonistas colectivos de la marcha terminaron por fundirse en uno sólo, literalmente a fuerza de tanto abrazo. Los integrantes de la caravana por un lado, y por el otro los miles de deudos que salieron a su paso, no sólo en las ciudades visitadas, sino de manera aún más dramática en las carreteras de Durango, Coahuila, Nuevo León y Chi-huahua. Y quizás forzando el símil fotográfico, fue de lágrimas el líquido que logró la transformación química.

Diálogo sí, pactos no

Un primer resultado concreto es el pacto firmado anoche por centenares de personas en el Parque Juárez, a la sombra del Benemérito en su alta columna, en el centro de esta ciudad fronteriza. Y como precisó Javier Sicilia, convocante de la caravana, los seis puntos principales del documento son el piso mínimo para salvar nuestra democracia.

Ante la polémica causada por ciertos aspectos del acuerdo ciudadano (como los términos para demandar la desmilitarización del territorio nacional y las posibilidades de una negociación con el gobierno de Felipe Calderón), el propio Sicilia dejó claro que un eventual diálogo no tiene que ver con pactos con el gobierno, sino con las exigencias de una sociedad agraviada.

Fue pues una revelación de la memoria, sin la cual perdemos la condición de seres humanos, como anoche expresó el mascarón de proa de la caravana. No porque los muertos y desaparecidos estén olvidados –vaya que no lo están–, sino porque las cifras abrumadoras (la inflación de números de que hablaban Hannah Arendt y Elías Canetti sobre la barbarie nazi) amenazaban ya con adormecer la sensibilidad del público que consume noticias.

Los jóvenes, los activistas de derechos humanos, y de manera inusual los propios periodistas que cubrieron el recorrido, quedaron tocados, profundamente conmovidos. Sus testimonios off the record son unánimes al respecto. Quizá ellos no dormían, como tampoco las familias y amistades de las víctimas, pero ni unos ni otros estaban tan despiertos hace ocho días al salir de Cuernavaca.

Fotógrafos y reporteros confiesan haber llorado al teléfono más de una ocasión cuando se reportaban con sus jefes de redacción para comentar sus informaciones. Los jóvenes, muchos de los cuales no tenían experiencias previas de acción social, coincidían en lo que expresó esta mañana uno de ellos: No soy el mismo. Ya no me puedo hacer el tonto. Hoy siento que todos los muertos de la gente que vimos y escuchamos son también míos.

Los compañeros en el dolor que saludó el propio Sicilia. O como expresó también anoche Luz María Dávila, una de las madres de Villas de Salvárcar, la que interpeló al Presidente de la República, la que recibió a los caravaneros a su arribo: Sus víctimas y las nuestras ahora son de todos.

Los testimonios coinciden: el punto de quiebre del recorrido fue en Durango. Pocos conocían la profundidad y el número de horrores en esa entidad cuyas fosas de cadáveres apenas ahora aparecen en los medios. A partir de allí, las revelaciones no sólo afloraban en los actos públicos, sino en los caminos donde pueblos enteros salieron al paso de la columna de vehículos con pancartas, fotografías y gritos de sufrimiento, demandando existir. No importaba la hora del día o de la noche, ofrecían alimentos, bebida y testimonios a cambio de un abrazo, de unos minutos de atención, de esa simpatía que de manera unánime todos echan de menos en las autoridades.

Ya tocamos todas las puertas, fue el leit motiv. Éstas no se abrieron nunca, o lo hicieron para exhibir indiferencia, desprecio, engaño clientelar. ¿Cuánta gente más necesita ser insultada para que algo cambie? Como reconoció el menonita Julián LeBarón al recordar el asesinato de su hermano meses atrás: El error que cometimos entonces fue no salir a marchar, y celebró anoche el primer resultado tangible de la caravana: Hemos construido humanidad.

La poeta local Arminé Arjona expresaría, con el mismo aliento de los héroes absurdos de Albert Camus: “Juaritos, yo te quiero a pesar del matadero”. La movilización no fue sólo catarsis o desahogo, fue un despertar colectivo, la confirmación de que el aislamiento, el miedo y la tristeza impotente también son armas para su borroso pero contundente enemigo en esta guerra que nadie quiso.

En la conciencia de que el camino fue la experiencia, y que esta ciudad tan destrozada y humillada resultó la Ítaca de los héroes homéricos, el poeta, el padre, el convocante Sicilia leyó el gran poema Ítaca, de Constantino Cavafis, al cierre de la caravana, ante las más de mil personas en el parque para exorcizar el miedo:

No temas a los lestrigones ni a los cíclopes / ni al colérico Poseidón, / seres tales jamás hallarás en tu camino, / si tu pensar es elevado, si exquisita / es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.