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A ver al cine
Como bien sabe Lamayoría, el cine es una actividad que requiere, además de muchas otras cosas materiales e inmateriales, cantidades ingentes de persistencia y entusiasmo por parte de quienes a él se dedican, ya sea que lo produzcan o que lo difundan. Se usa aquí el verbo “difundir” para evitar la simplificación/distorsión hoy inherente al otro verbo, muchísimo más utilizado, “exhibir”, por cuanto tal acción suele referirse a la exhibición comercial cinematográfica, y sólo en casos muy específicos –verbigracia la Cineteca Nacional o el circuito cinematográfico de la unam– a exhibiciones públicas que si bien reportan un ingreso monetario, no es éste su principal cometido.
Esa condición híbrida, la de difundir cine teniendo en mente cometidos que, desde luego, no excluyen la mínima e indispensable sustentación económica, pero tampoco privilegian el demasiado socorrido de llenarse con dinero los bolsillos, ha sido y sigue siendo la principal característica de los cineclubes, si bien éstos vivieron su mejor época en tiempos ya idos. Empero, el retorno de esos buenos tiempos de cinefilia un tanto marginal hoy en día resulta no sólo deseable sino, por lo que puede juzgarse en materia de distribución y exhibición, útil y hasta necesario si lo que queremos es romper inercias perniciosas como las que hace una semana, en este mismo espacio, fueron referidas desde la dureza del dato.
Dicho con sencillez: si las poco menos de cinco mil pantallas de cine en México están y seguirán estando copadas, por ejemplo y redondeando cifras, con mil copias de Piratas del Caribe cuarta parte, quinientas de esa secuela apantallaimberbes que se llama Rápidos y furiosos sin control, otro medio millar con la segunda parte de esa imbecilidad supina titulada ¿Qué pasó ayer?, y otras quinientas con la mamarrachada insufrible, y también segunda parte, nombrada Buza caperuza, abarcando las cuatro la mitad del espacio disponible –se insiste, a nivel nacional–; y si quienes con derecho o sin él, con razón o sin ella, con mucha o muchísima ambición, seguirán porfiando en tanta pobreza de contenido a la hora de distribuir y exhibir “porque así es el mercado”, entonces lo que procede es crear espacios nuevos y diferentes, que de verdad merezcan el epíteto “alternativos”, en los que se difunda, con persistencia y entusiasmo –y claro está, sin suicidios financieros ni apelando nomás al “amor al arte”–, todo ese otro cine que a cuentagotas, en migajas y siempre fugazmente, logra colarse junto a los Thores, los Gárfieles y los Jackesparrous.
La Casa del Cine
Algo así es lo que inspiró la creación y nutre la propuesta de La Casa del Cine, espacio físico y virtual que se propone como “punto de encuentro para la cinefagia”, es decir, para la costumbre de comer cine, actividad a la que se dedican, como se documentó aquí, siete de cada diez mexicanos.
En la red se encuentra en www.lacasadelcine.mx y físicamente en la calle de Uruguay número 52, segundo piso, entre Bolívar e Isabel la Católica en el Centro Histórico de Ciudad de México. Además de cuatro funciones de martes a domingo –veinte pesos cuesta el boleto, quince para estudiantes y personas de la tercera edad, y presenta dos filmes que no sufren el maltrato ése de sacarlas de inmediato si no llenan la sala–, ofrece una diversidad de servicios, actividades, talleres y cursos. Entre los primeros, cuente usted la renta de películas de un acervo de cine nacional, latinoamericano y mundial, por mínimos cinco pesos, así como el préstamo de películas a otros cineclubes. Añádale que los lunes no hay función pero que la sala de proyección, de manera gratuita, está disponible para quienes hacen cine y audiovisuales, ya sea que deseen organizar una premier, ver en grande su primer corte, recibir asesorías de edición y postproducción, o simplemente compartir su trabajo con invitados. Asimismo, ese día también se emplea la sala para revisar los resultados de los talleres, así como para los concursos de cine digital y de audiovisuales en general a los que convoca la propia Casa.
Un botón de muestra de lo que se hace en La Casa del Cine: noventa y siete autores enviaron más de un centenar de videos a la primera convocatoria/certamen, con el tema “personajes del Centro Histórico”, y el resultado es un mosaico enorme, vital y sugerente, de sus personales maneras de mirar un tiempo y un entorno urbanos. Puede ver los videos en la página web. Si vive en el DF, puede ir a Uruguay 52 y contribuir, con su importantísimo grano de arena, a que las cosas vayan cambiando en materia de qué y cómo se ve cuando se ve cine.
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