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Fonoteca: Semana del Sonido
¿Cuál es tu sonido favorito, lector? ¿Existe un eco difuso que emerja de los recuerdos de tu infancia y que no haya vuelto a manifestarse alrededor? ¿Es aquella ventana de tu habitación una bocina por la que diariamente se cuelan insospechados bisbiseos que arrullan o despiertan? ¿Últimamente has atendido al refrigerador nocturno, al vendedor callejero, a la conversación entre dos que discuten en un café? Tal vez ha pasado algún tiempo en que sólo “prestas oído” al esencial funcionamiento de lo cotidiano (juntas, reuniones, clases, negociaciones, diagnósticos, cláxones, telefonemas, radio…), o a momentos específicos de arte y entretenimiento (cine, conciertos, teatro, televisión…)
Reflexiones simples que evidencian que no podemos cerrar los oídos ni consciente ni inconscientemente, y que ello no significa que estemos “escuchando” todo el tiempo. Controlamos ambientes para recibir o no el sonido; usamos tapones o audífonos para minimizarlo o aumentarlo; nos enclaustramos en un estudio o nos sumergimos en el agua de la tina mientras los tímpanos se mantienen a la espera de algo que mueva sus milimétricas vellosidades. Como pasa con el olfato, los oídos no tienen párpados, ni labios, ni guantes para evadirse. Reciben, más que cualquier otro sentido, aquello que no somos, el ambiente que nos contiene. Empero, lo que perciben no deja huella o nos afecta obligadamente. Para que un eco deje su marca debemos estar dispuestos a “mirar” lo que resuena, debemos desbloquearnos.
Sabedora del carácter indómito, generoso y definitorio del sonido en la vida de cualquier comunidad, la Fonoteca Nacional del DF concluyó el 29 de mayo su segunda Semana del Sonido, un conjunto de actividades en torno al fenómeno auditivo que este año vio ampliada su influencia a Baja California, Chiapas, Puebla, Veracruz, Yucatán, Michoacán y Tamaulipas. Conferencias, talleres, debates y conciertos sirvieron para llamar la atención hacia un acervo que nos pertenece a todos y que puede conocerse físicamente visitando sus instalaciones de Coyoacán (la otrora casa de Octavio Paz en Francisco Sosa No. 383), o virtualmente en www.fonotecanacional.gob.mx, ahí donde se lee: “preservamos la memoria sonora para el futuro”.
Así las cosas, entre los eventos que destacaron este año sucedió la conferencia El sonido y la literatura, de Nicolás Alvarado quien, con el conocimiento, inteligencia y claridad que lo animan en diversos espacios televisivos, relacionó virtuosamente la obra de Cortázar, Cabrera Infante, Ionesco, Nabokov y varios autores más (no poetas, deliberadamente) con fenómenos como la aliteración, la cacofonía, la rima, la puntuación, la traducción y demás aspectos de la lengua, fundamentales para lograr el ritmo, la musicalidad y las particularidades sónicas en grandes obras literarias. A sala llena y como pasó con otros conferencistas, el diálogo con quienes asistieron en forma gratuita fue nutritivo y alentador.
Además de especialistas independientes, algunas instituciones que participaron presentando ponentes fueron la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas, la unam, la Semana del Sonido de Francia, Bellas Artes, la Universidad de París Pierre y Marie Curie, la Escuela Nacional de Música, el Instituto Mexicano de Musicoterapia y, para los temas relacionados con la ecología acústica y los paisajes sonoros, la conabio, la Universidad de Cornell, el Instituto de Ecología de Xalapa y la Universidad de Castilla-La Mancha.
Los conciertos, instalaciones y “actividades de sensibilización sonora” corrieron a cargo de los artistas españoles Francisco López, Pilar Gadea y el colectivo Escoitar, del pintor Pujol Baladas, así como de personal de la Fonoteca que, sea en sus jardines, en las calles del Centro Histórico o andando en bicicleta por el Barrio de Santa Catarina, acercaron a niños y jóvenes a una apreciación distinta del entorno sonoro de la ciudad. Pese a su éxito, sin embargo, esperamos que en futuras ediciones la Semana del Sonido presente un perfil que, además de dirigirse a profesionales y académicos, atraiga a un público más amplio pues, finalmente y como dijimos en un inicio, el acervo sonoro es de todos porque todos ayudamos a producirlo día a día, refinada o salvajemente.
Quede este colofón cortazariano para que el lector se anime hoy domingo a cerrar columna en voz alta, dándole un regalo sónico a quienes lo acompañan: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sústalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia”.
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