Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 5 de junio de 2011 Num: 848

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Lo que el vino se llevó
Vilma Fuentes

Diez años de minificción

Novísimos de Zapotlán

Voces del mundo en solidaridad y protesta
Marco Antonio Campos

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Ana García Bergua

En el balcón vacío

Mi hermana Ali y yo recibimos una invitación de los historiadores de la AEMIC (Asociación para el Estudio de los Exilios y Migraciones Ibéricos Contemporáneos) y el CEME (Centro de Estudios de Migraciones y Exilios) que coordina María Luisa Capella, para participar en un proyecto de rescate de la memoria alrededor de la película En el balcón vacío, la única película sobre el exilio español en México, realizada además por exiliados españoles. Dirigida por el cineasta, poeta y ensayista Jomí García Ascot, el guión fue escrito por él mismo, junto con la actriz y escritora María Luisa Elío y Emilio García Riera, nuestro padre, y fue fotografiada por José María Torre. Era una película de muy bajo presupuesto, deudora de la nouvelle vague y el nouveau roman, que se fue filmando los domingos a lo largo de 1961 y 1962, y que ganó dos premios internacionales. Ha sido exhibida principalmente en cineclubes y de tanto en tanto se puede ver por televisión.

La invitación consistía en ser entrevistadas y presenciar, junto con el resto de las personas que participaron en la película y que viven aún, una proyección de la cinta, después de la cual se grabaron las reacciones, los testimonios surgidos a raíz de esta nueva impresión. Fue así como volvimos a ver En el balcón vacío al lado de Nuri Pereña –aquella niña protagonista, de una presencia sobrecogedora–, José de la Colina, Tomás Segovia, Justiniano Somonte, Mercedes Oteyza, Cecilia Elío, Consuelo Oteyza, Elena Oteyza, Pilar Tapia, Conchita Genovés, Carlos Contreras, entre otros, en la nueva casa porfiriana del Ateneo Español de México.

Muchos comentarios se referían a la cantidad de ausentes, demasiados en una película en la que figuran escritores de primera línea: además de Tomás Segovia y José de la Colina, participaron en ella Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Álvaro Mutis. Ali y yo hicimos nuestro recuento familiar, pues para apoyar a la película actuaban en ella nuestros abuelos, nuestros padres y nuestro hermano, además de nosotras. De alguna manera, En el balcón vacío ha sido un álbum familiar que veíamos a lo largo de los años. José de la Colina me dijo:  “Tengo una copia de la película y hace muchos años que no la veo, pues me duele.” Y es que la película es también el álbum de la generación brillantísima a la que Pepe pertenece, aquella cuya infancia fue truncada por la Guerra civil española y que en los años sesenta se incorporó a la vida cultural mexicana con una fuerza impresionante. En suma, éramos sobrevivientes de una película de sobrevivientes.

“Sinopsis del argumento: En España, en la casa donde vive con su hermana mayor y sus padres, la niña Gabriela ve por una ventana cómo un republicano fugitivo es detenido en un tejado por dos guardias civiles y otro tipo; eso le indica que la guerra civil ha llegado. Como el padre de Gabriela está preso, su familia ha de huir a Valencia, del lado republicano. Ahí, en casa de unos parientes, la madre se entera de la muerte de su marido. La madre y sus hijas emigran a Francia y, de ahí, a la ciudad de México. Años después, muere la madre. La adolorida Gabriela vuelve a la casa de su niñez, no se sabe si en la realidad o en la imaginación.” (Emilio García Riera, Historia documental del cine mexicano, T. 11)

El paso del tiempo no quita a En el balcón vacío su gran poder de evocación: la presencia de Nuri Pereña, la calidad de la fotografía, la fluidez de la edición cinematográfica, que incorpora a su narrativa unas impresionantes tomas de archivo de Madrid bombardeado y la huida de los refugiados bajo el frío infame; aquel tapón de vidrio que se lleva la niña en el exilio a México y que será su magdalena mojada en té, el pie para el regreso –real o imaginario– a aquella casa de la infancia donde se cruza consigo misma de pequeña bajando la escalera repetidas veces, de manera surrealista. Incluso las escenas de Ciudad de México en los años sesenta, que Jomí García Ascot no quiso “turísticas” y de alguna manera resultaron serlo un poco, son una maravilla para el espectador actual.

Nuestra memoria es un extraño director de escena que suele acomodar las cosas a su modo; yo tenía otro recuerdo de En el balcón vacío y la película me sorprendió mucho. Pero también sorprendió a quienes actuaron en ella ya mayores y conscientes y se veían ahora, de nuevo, trasladados a aquella filmación. Memoria de cajas chinas, memoria de las memorias, la película de Jomí nos movió el piso a todos.