jornada


letraese

Número 179
Jueves 2 de Junio
de 2011



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

Mi lipo

Hace muchos años la lipodistrofia empezó a desfigurarme de manera despiadada. En su arbitrario proceder abrió surcos, resecó valles, erosionó lomas y levantó mesetas por todo el territorio corporal. No respetó mi legendaria estética de voluptuoso esqueleto. La familia hizo una colecta y mis amigos facilitaron un cirujano plástico para tratar de revertir el estigma de mi cadavérico perfil. La intervención resultó exitosa en el esfuerzo de rellenar oquedades y emparejar los baches ocasionados por tantos siglos de ingerir antivíricos y mundanidad sidítica. Una sustancia europea prometía regresarme al círculo de los simples feos y abandonar la órbita de los monstruos. Mi alma feliz por banal y vanidosa.
Comentario aparte merece aquel esfuerzo colectivo que se solidarizó conmigo más por horror que por compasión. Agradecí comentarios de esta calaña: “¡Qué bien quedaste, ya te ves como persona normal!” Mi vida cambió y la lente de la cámara jotográfica ya no se rompió. El espejo me regresó una imagen más bien compuesta por una paleta cubista que por un Leonardo. Aquello era un avance formidable para quienes me querían cerca sin padecer desarreglo estomacal.
Pasaron los años y los cachetes de mentira fueron migrando como placas tectónicas, flotando en la deriva caprichosa de mi beldad postiza. Inútil fue cualquier intento por reacomodarlos manualmente. El tormento se me clavaba en los intersticios pellejudos. Punzadas de vidrios afilados, avispas amarillas, hormigas guerreras me coloreteaban de rabioso rubor. Abandoné el proyecto de modelar mi desmejorada efigie. La ley de la gravedad esmirrió la silicona. Hay que meter más material plástico bajo los pómulos, opinó alguien. Rellenar las sienes y el mentón, sugirió este otro. Yo negado, porque no es tan fácil olvidar el procedimiento que sin anestesia me bombeó toneles de lodo transparente.
El flanco derecho se chupó más que el zurdo. Como nunca me descubrió el Almodóvar que eternizó a Rosy de Palma, perdí mis esperanzas de convertirme en su fetiche. Una jota cinéfila me consoló: “¡Guau!, tu rostro ha adquirido cierto aire gótico, te pareces mucho al Klaus Kinski que retrató Herzog en Nosferatu”. Eso me levantó la moral devastada por la mirada que furtiva y perpleja me sigue de lejos.
Hace días sentí un piquetín subcutáneo en el moflete izquierdo. Una vulgar espinilla quiere nacer a la luz, pensé, y dejé al tiempo que hiciera por sí solo el trabajo de parto. Después un aguijón purulento me sumió en la negra noche de mi pasión. Un absceso rojo y brillante ocupa ahora la mitad de mi máscara inhumana, ha estropeado mi craquelada corteza. El zepelín facial no deja de crecer y arremanga con ganglios y papilas, el doctor me ha atiborrado de antibióticos. Los diablos me trinchetean, el amor nefando me escatima su fervor. Estoy agorzomado. La culpa es de la terca vida que aún me tiene resollando en este lupanar.


S U B I R