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El antiestrella pop vuelve con Destroyed, resultado de horas de insomnio y jetlag perpetuos

Veinte años como icono dance y no tengo pista de lo que hago: Moby

Define la tónica de su carrera como arbitraria y extraña

Veía su fama como experimento antropológico y exploró las manidas profundidades del alcohol y las drogas

Ahora alberga la esperanza de salir de mi miedo paralizante a la intimidad y tener una relación sana y duradera

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Destroyed, dice Moby, se concibió en habitaciones de hotel alrededor del mundo. Aquí, el artista en un autorretrato
The Independent
Periódico La Jornada
Sábado 28 de mayo de 2011, p. 9

Hace 20 años el músico dance Moby tuvo su primer éxito con Go. En ese tiempo imaginaba que su carrera musical duraría un año y que luego perdería interés y conseguiría un empleo de verdad. “Buscaría empleo en una librería y la música se convertiría en un hobby”, asegura.

Dos décadas y 10 álbumes después, a los 45 años de edad, sigue usando las mismas camisetas holgadas, tenis gastados y lentes a la Woody Allen de la década de 1990. Quitando las hebras grises en el cabello, poco lo distingue visualmente del aspecto que tenía a los 25.

Pero todo ha cambiado. En ese tiempo se le conocía como militante del abstencionismo, cristiano, marxista, neoyorquino. Ahora ha abandonado el cristianismo, luchó con la dependencia del alcohol y con frecuencia se arrepiente de haber hecho tragar el socialismo a la gente (¿Qué puedo decir? En esencia era un estudiante que predicaba obviedades para lograr efectos dramáticos). Luego de 20 años de vivir en el mismo departamento espartano en Nueva York, acaba de mudarse a Los Ángeles, donde ha comprado y renovado un pequeño castillo de la década de 1920 que según es fama albergó brevemente a los Rolling Stones.

Al preguntar a Moby cómo se desarrolló esta carrera extraordinaria, una nota de confusión entra en su voz.

“Las palabras que mejor describen la tónica de mi carrera son ‘arbitraria’ y ‘extraña’ –reflexiona–. Estoy perpetuamente apabullado por todo esto. He hecho discos que todos odian y a mí me encantan, y otros que a todos les encantan y que para mí son cuando mucho mediocres. No sé cómo pasó todo; en serio, nunca he tenido una pista de lo que hago.”

Icono subterráneo

Luego de Go vino una serie de éxitos igualmente eufóricos, entre ellos Feel So Real y Thousand, canción que aparece en el libro de récords Guinness por tener el mayor número de beats por minuto. Sin embargo, Moby siguió siendo una figura underground, amado por los asiduos a clubes e invisible para las masas.

Pero entonces vino Play, en 1999, álbum que abrevó en las grabaciones de blues desenterradas en la década de 1930 por los activistas de la música folk John y Alan Lomax en su gira por el sur de Estados Unidos. Moby juraba que ese disco, el cual incluye entre sus productos mediocres, pondría fin a su carrera. En un principio las ventas fueron modestas, apenas 10 mil copias en seis meses, pero luego de dos años se habían ubicado alrededor de la marca de 10 millones.

Con el éxito vino la inevitable resaca, cuando Moby pasó de creíble héroe dance semiclandestino a ubicuo rey del pop de café. Recibió interminables críticas en la prensa por conceder licencia a anunciantes de televisión para usar las canciones del álbum.

“Aún no entiendo por qué fue todo aquello –comenta sin rencor–. En lo que a mí concierne, el único propósito de la música es que la escuche cuanta gente sea posible. Fue interesante que todos los que criticaron la decisión escribían en periódicos y revistas que llevan publicidad en sus páginas.”

En todo ese periodo Moby fue el antiestrella pop, un hombre que, pese a su riqueza, se negó a cambiar su estilo de vida y parecía ver su fama como una especie de experimento antropológico. Corrieron rumores de fiestas sexuales y citas con supermodelos, aunque muchos fueron propalados por el propio Moby para probar la credulidad de los entrevistadores (¿He salido con alguna supermodelo? Claro que no. Me vería ridículo).

Pese a los cuentos chinos, uno siente que Moby estaba desesperado por ser visto como una persona normal, la antítesis de esos músico mimados que llenan estadios, aunque ahora reconoce que en silencio exploraba las manidas profundidades del alcohol y las drogas. Dice haber tomado suficiente éxtasis en el curso de los años para convertir su cerebro en queso suizo, y hace unos años buscó ayuda profesional para contener su consumo de alcohol.

“No me malinterpreten. Por un tiempo fue divertido –prosigue–, pero cuando pasa la novedad uno queda con una intensa sensación de soledad y la creciente sospecha de que se ha convertido en un idiota. En ese tiempo encontré que la mejor forma de enfrentarlo era bebiendo.

Ahora vivo de hacer música, lo cual obviamente es una buena posición. Pero ha habido veces en que me siento tan distante, tan retirado del resto de la humanidad, que he olvidado lo que es ser normal.

Calcula haber pasado casi la mitad de su vida en giras, entre maletas, cuartos de hotel y autobuses, en un estado permanente de privación de sueño y jetlag. Ahora ha encauzado ese sentido de dislocación en un álbum. Destroyed es su décimo elepé en estudio y fue escrito a altas horas de la noche en cuartos de hotel alrededor del mundo.

Música desvencijada

“El título no tiene connotación violenta –explica–. Más bien es aplicar entropía a la condición humana, mirando lo que queda de una persona cuando le quitan todo lo que es familiar, como ocurre cuando está de gira mucho tiempo. Esa experiencia siempre se intensifica para mí y también tengo problemas para dormir, en especial cuando viajo. Con el tiempo he llegado a términos con el insomnio. He llegado a una etapa en la que la rareza de la mitad de la noche en una ciudad extraña es peculiarmente confortante. Es casi decepcionante cuando sale el sol y el misterio y la magia de la noche desaparecen.”

Ese misterio y esa magia caracterizan a Destroyed, álbum de números instrumentales atmosféricos, melodías fantasmales y voces incorpóreas, que captura a la perfección la calma particular de las horas avanzadas. Como describe Moby, es música electrónica desvencijada para ciudades vacías a las dos de la mañana.

Junto con el álbum, Moby publica un libro de fotografías que ofrece una visión alternativa de la vida del músico en gira. Con imágenes de habitaciones anónimas, lúgubres salas de espera en aeropuertos y carreteras desiertas de noche, presenta una forma de vida inusitadamente desprovista de glamur.

“Cuando uno es músico existe esta curiosa yuxtaposicion –explica–. En un minuto está uno solo en un camerino con un sofá mugroso, luz mortecina y comida que no le apetece, y al rato sube al escenario y enfrenta a 40 mil personas enfocadas en uno. En un nivel neuroquímico, eso puede producir cosas extrañas.” Aun así, dice que ha hecho las paces con las peculiaridades de su forma de vida.

Mudarse a Los Ángeles ha sido otro paso importante. Su idilio con Nueva York terminó cuando se volvió un campo de juego para personas que trabajan en Wall Street. Es un lugar para gente acomodada, que se ha vuelto demasiado caro para los artistas, músicos y escritores que luchan por sobrevivir. Siento mi nuevo hogar en el este de Los Ángeles como Nueva York en otros tiempos. Un lugar venido a menos, donde artistas y músicos viven lado a lado, y tiene una atmósfera muy creativa.

Ser una persona común

Su mayor esperanza para los próximos años, dice con dulzura, es salir de mi miedo paralizante a la intimidad y tener una relación sana y duradera.

Le pregunto qué ocurrió con su última novia, una chica inglesa con la que estaba la vez anterior que lo vi, hace dos años. “Oh –suspira–. Está comprometida y vive en Portugal. Andar de gira es como unirse a la Legión Extranjera. Más que construir una relación, tiendo a desaparecer un año; es algo en lo que necesito trabajar. Estoy por emprender una gira de seis meses, pero después tengo la mira de construir una especie de existencia normal y hacer lo que otras personas: lavar trastos, cuidar el jardín, ir a la tienda, todo eso.”

Por un momento pareciera estar al borde del retiro. Qué hay de hacer música, le pregunto. “Ah, eso lo haré siempre –responde–. Lo hago desde los 10 años y, por suerte, nunca ha dependido de validación externa. La música es el aspecto favorito de mi vida y seguiré haciéndola sea que la gente la escuche o no. Lo haré hasta que me muera.”

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya