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Bajo la Lupa

Bahrein y Kuwait: ¿efecto dominó chiíta y choque petrolero en Arabia Saudita?

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Manifestantes antigubernamentales reaccionan al discurso de un orador, ayer en la plaza Perla en Manama, BahreinFoto Reuters
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l aroma de la revolución del jazmín del paradigma tunecino penetró los cuatro rincones del mundo árabe con diferente intensidad.

Su aroma se ha expandido a todo el Magreb, ha defenestrado a dos dictadores del norte de África (Ben Alí y Mubarak), y ha prácticamente fracturado a Libia en dos entidades, en una de las cuales, Tripolitania (capital, Trípoli), se encuentra agazapado el nepotismo de los Kadafi, frente a la Cirenaica liberada (capital, Bengazi).

El jazmín ha reavivado los rescoldos balcanizadores y vulcanizadores en el Cuerno de África (Somalia, Yemen y Yibuti), mientras estremece al Creciente Fértil (Jordania e Irak) y penetra ominosamente al superestratégico golfo Pérsico, donde ha puesto en jaque a sus jeques.

Bahrein –monarquía sunita de una dinastía de más de 228 años que gobierna a la mayoría chiíta (75 por ciento de la población, según el portal iraní Press TV)–, cuyo efecto dominó chiíta a la parte oriental de Arabia Saudita puede disparar a la nubes (entre 200 y 300 dólares el barril) el de por sí elevado precio del crudo (como consecuencia del efecto Bernanke: impresión masiva de dólares-chatarra por la Reserva Federal que provocó la hiperinflación de las materias primas).

Alá ha deseado que en la parte oriental de Arabia Saudita, el mayor productor mundial de petróleo, predominen los chiítas (30 por ciento de la población mayoritariamente sunita, según Stratfor).

El efecto dominó chiíta puede impactar a Kuwait (30 por ciento de chiítas) y es susceptible de afectar la producción petrolera del CCG (Consejo de Cooperación del Golfo, integrado por seis petromonarquías aliadas a Estados Unidos y a Gran Bretaña: Arabia Saudita, Kuwait, Bahrein, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Omán).

El choque petrolero por el efecto dominó chiíta en el golfo Pérsico hundiría al mundo en una recesión.

La isla de Bahrein (un poco mayor que Cozumel) –con un PIB de casi 30 mil millones de dólares y un ingreso per cápita impresionante de 40 mil dólares (muy por debajo de Qatar: ¡azorante primer lugar global con 145 mil 300 dólares)– está conectada a Arabia Saudita con un puente de 24 kilómetros que expone metafóricamente su cordón umbilical con la matriz chiíta en la parte oriental del reino wahabita.

Sin menospreciar lo que sucede con los alcances libertarios en Libia, una potencia petrolera mediana, menos de 2 millones de barriles al día –que ha impactado entre 10 y 20 por ciento el reciente disparo del crudo–, la relevancia estratégica de Bahrein, sede de la quinta flota de Estados Unidos, es mucho mayor: ni por la exigüidad de su tamaño (760 kilómetros cuadrados) y su población (738 mil 4) ni por su producción petrolera declinante (238 mil 300 barriles al día, cifras de la CIA para 2007, lo cual es prácticamente insignificante), ni por ser asiento de múltiples trasnacionales (primordialmente anglosajonas), ni por representar una de las principales bancas del mundo árabe, en particular, y del mundo islámico, en general (en competencia con Malasia), sino por su demografía juvenil mayoritariamente chiíta y discriminadamente desempleada (alrededor de 25 por ciento), cuya revuelta puede sensibilizar, por el efecto dominó chiíta, a sus correligionarios en la parte oriental de Arabia Saudita.

La prensa británica (un poco menos la estadunidense) ha expuesto sádicamente el peligro del choque petrolero por la desestabilización de Arabia Saudita y aporta escenarios de balcanización en tres entidades: 1) el Hejaz, en la costa occidental del mar Rojo (de donde provienen los hashemitas reinantes de Jordania, instalados por los británicos); 2) el “Chiistán” oriental, y 3) el restante wahabita.

Geoestrategy-Direct.com (2/3/11), portal vinculado al Pentágono, define que la mayor parte de la región está amenazada por carencia de agua y alimentos, lo cual puede desencadenar otra guerra árabe-israelí. ¿Contra quién?

Fuera de la exitosa guerra asimétrica de Hezbolá y Hamas, no se ve ningún ejército convencional en el mundo árabe que en esta fase sea capaz de confrontar a Israel (superdotado clandestinamente con un máximo de 400 bombas nucleares). Irán, que no es árabe, es otro tema.

Más allá de la producción, la inestabilidad de los países del CCG puede amenazar sus reservas de energía, asegura el portal estadunidense, que da vuelo a las declaraciones apocalípticas de Salman Sheik, director de Brookings Doha Center, durante un reciente simposio celebrado en Qatar.

A la agónica OTAN, en búsqueda de una nueva misión para el siglo XXI, no le inmuta tanto Libia como la seguridad energética del CCG, como lo ha definido su vicesecretario general Claudio Bisogniero.

No se necesita ser estratega para percatarse que las cuantiosas reservas del CCG (muy débil militarmente, todavía más después de la defenestración de su aliado Hosni Mubarak) requieren un paraguas militar para contener a Irán en el golfo Pérsico y el cual, al unísono de la sunita Turquía, ha emergido como uno de los triunfadores de la revuelta en el mundo árabe (sin ser, paradójicamente, ambos árabes).

El portal estadunidense afirma que las fuerzas de seguridad en Arabia Saudita se encuentran en alerta en las áreas chiítas, cerca de la frontera con Bahrein, después de protestas de baja intensidad en su provincia oriental, en la ciudad costera de Qatif (reportadas por el sitio chiíta Rasid.com).

Por cierto, el portal iraní Press TV (19/2/11) denunció que los británicos, entre ellos Ian Henderson (a cargo de las fuerzas de seguridad de Bahrein), han sido culpados del aplastamiento de los jóvenes manifestantes pro democracia.

¿Buscan los británicos el alza del petróleo para compensar las pérdidas de BP en el Golfo de México?

El portal estadunidense anuncia que EU está preocupado por la vulnerabilidad de su presencia militar debido a los disturbios en Kuwait, donde los indocumentados (los bidoons) y los antimonarquistas han salido a protestar.

El PIB de Kuwait es de 144 mil 300 millones de dólares, con un ingreso per cápita de 51 mil 700 dólares (octavo lugar mundial) y una producción petrolera de 2.5 millones de barriles al día, cuya interrupción puede elevar entre 20 y 40 por ciento el precio y beneficiar a las petroleras anglosajonas, que especulan frenéticamente en la City y Wall Street.

El emirato de Kuwait, una dinastía de 118 años –17 mil 818 kilómetros cuadrados con una población de 2.8 millones (de los cuales solamente 45 por ciento son kuwaitíes y 35 por ciento son árabes de otras latitudes) y 1.3 millones de trabajadores foráneos– cuenta con un ejército muy débil de 15 mil efectivos y representa una de las principales encrucijadas militares de Estados Unidos, que sirve como escala al retiro de tropas de Irak, así como ruta de abastecimiento aéreo para Afganistán.

Un peligro que casi nadie analiza radica en una nada improbable revuelta de los numerosos indocumentados y trabajadores foráneos en Kuwait y Bahrein.

Otra cosa que tampoco se analiza radica en las consecuencias financieras inesperadas de las revueltas en los países árabes, bajo la coartada hipócrita de sanciones a favor de la democracia: Estados Unidos, Gran Bretaña y Suiza están embargando las colosales riquezas depositadas en sus bancos por los sátrapas defenestrados (sus anteriores aliados). Este sórdido asunto de saqueo financiero suizo-anglosajón merece un escrutinio especial.

No hay que comer ansias, ya que el presidente ruso Medvedev ha advertido que las revueltas en el mundo árabe durarán varias décadas (AP, 22/2/11), vaticinio al que se ha sumado el premier israelí Netanyahu. Esto apenas comienza.