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Soporta el público 11 anovilladas reses en el 65 aniversario del coso de Insurgentes

Oreja al Zapata y a Enrique Ponce; dos a Sebastián Castella en tarde poco seria

Enésimo fiasco de la autorregulada empresa

Terciado y manso, el ganado para el festejo

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El matador Enrique Ponce durante su faena de ayer en la corrida por el 65 aniversario de la Plaza MéxicoFoto Ap
 
Periódico La Jornada
Domingo 6 de febrero de 2011, p. a35

¿Alguien tendrá los tamaños para demandar ante la Procuraduría Federal del Consumidor a la empresa de la Plaza México, ganaderos, apoderados, toreros, crítica taurina y autoridades por el enésimo fraude cometido en perjuicio de la fiesta brava?, preguntó Luis Armando Guerrero, aficionado que viajó desde Los Cabos a presenciar la bochornosa corrida del 65 aniversario del coso de Insurgentes, que ayer registró casi un lleno.

Se lidiaron seis ejemplares de la cotizada cuanto desprestigiada ganadería de Teófilo Gómez y sólo dos del no menos solicitado –por los figurines que importa la empresa– hierro de Julio Delgado, quesque porque los otros dos se pelearon en los corrales. Ante el descontento del público, luego de ocho reses de discreta presencia y escaso juego, el valenciano Enrique Ponce decidió regalar –¿o le regalaron?– un ejemplar de Campo Real y el francés Sebastián Castella uno de Garfias, que a la postre resultó el más emotivo. Por su parte, los mexicanos Eulalio López Zotoluco y Uriel Moreno El Zapata bastante hicieron con plegarse a las exigencias de la empresa y de los ases extranjeros, no por ventajistas menos habilidosos.

Una pregunta antes de detallar brevemente las incidencias del malogrado festejo: ¿por qué para esta corrida de aniversario –única aportación de la empresa a la mercadotecnia taurina en 18 años de autorregularse– nuevamente este ganado de escaso trapío y probada mansedumbre? Ni un antitaurino lo haría peor. Es el colmo que la empresa acate las exigencias de comodidad por parte de toreros europeos con 100 o más corridas toreadas el año pasado, mientras el público aplaude lo que sea con tal de desquitar lo que pagó.

Eulalio López pechó con el peor lote –uno de Julio Delgado y otro de Teófilo Gómez, a cual más de débiles y mansos– y su oficio, pundonor y tesón fueron insuficientes ante dos auténticos bueyes de arado. El momento cumbre fue cuando toro y torero congelaron la escena por… la mansedumbre.

La entrega torera estuvo a cargo de El Zapata, que con su primero realizó una completísima faena en los tres tercios, toreando bien con el capote, dejando dos lucidos pares consecutivos –uno, el monumental, y otro al violín– y al final un quiebro en tablas. Con la muleta imaginación y variedad ante uno mirón al que había que dominar. Dejó media trasera, escuchó un aviso y recibió merecida oreja. Con su segundo, que acabó soseando, volvió a desbordar entusiasmo y torería hasta la temeridad en busca de la segunda oreja pero falló con la espada.

Sebastián Castella enfrentó –es un decir– inicialmente a un novillejo que fue pitado de salida, luego a uno de Julio Delgado que se caía, por lo que regaló un sobrero de Garfias con transmisión y fijeza al que realizó solvente trasteo y despachó de media estocada, no sin antes intentar el indulto mirando al juez, quien otorgó dos orejas.

El inefable Enrique Ponce sigue riéndose del público y de la consentidora empresa al exigir basurita con cuernos e intentar hacer arte. Su primero se lo protestó media plaza y aun así obtuvo una oreja. Como el público rechazó airadamente el chivo que hizo sexto, el juez Jorge Ramos debió devolver lo que previamente había aprobado. Salió entonces un novillote acapachado con el que desplegó su solemnidad sin sustento. Anunció entonces uno de regalo de Campo Real, chico y sin cara, que le permitió vender cada suerte como nunca, ejecutar sus genuflexiones demagógicas, dejar una estocada entera y recibir otra orejita más en su abusivo paso por la Plaza México.