jornada


letraese

Número 175
Jueves 3 de Febrero
de 2011



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

Días de guerra

Le digo al comandante que la estrategia oficial nos tiene en el vórtice de una guerra ya perdida. El comandante me mira con ojos lejanos, ausentes, nublados. No logro descifrar su desazón. Evidentemente no le interesa mi plática sobre un tema que quizás maneje con solvencia, o que quizás abomine hasta la náusea. ¿Qué podría yo abonar a la costra de este hombre curtido por los años y el plomo? Además no nos hemos reunido para conversar sobre política. A diferencia de cuando lo conocí en un curso de derechos humanos, su arrogante estampa ahora se ha difuminado, su palabra se ha encriptado conforme crecen las estadísticas de ejecutados. Su rostro se ha endurecido, una pena o vergüenza infinita lo agobian. ¿Cuántas veces ha levantado su arma para terminar con la vida de un inocente? De eso no habla el comandante.
Sé que el comandante es sensible a este baño de sangre inútil, sé que en el fondo está de acuerdo conmigo en que esta lucha ha alcanzado niveles insostenibles desde que inició el presente sexenio. Tiene hijos, como yo. Ha visto cómo esta calamidad arrasa con los más jóvenes. Él podría dar testimonio de cómo estos muchachos han sido ultrajados por policías, militares y miembros de cárteles. Las redadas han detenido, torturado, asesinado a una cantidad no contabilizada oficialmente de muchachitos; sembrando dolor y rencor, dejando heridas que tardarán varias generaciones en cicatrizar.
El comandante entra en la habitación, se quita la ropa despacio, la ordena metódicamente, coloca su arma debajo de la almohada y me abraza. Luego se queda nomás allí, sentado, inmóvil, exhausto. Habita en esa periferia del dolor que no puede llorarse. ¿Qué trae en su corazón este hombre que tanto sabe de amor y de muerte?
En una operación rutinaria, un escuadrón intentó sorprender a un grupo de muchachos cuyo único delito fue reunirse en una esquina a escuchar música y fumar sus porros en forma pacífica en la zona sur de Monterrey, un sector de casuchas donde las calles se pierden en veredas y escondrijos sin salida.
Cuenta que en esa maniobra cayó abatido M, su más leal amigo dentro de esta casta furtiva del amor sin nombre. Eso es lo que lo tiene abatido. Lo que más le duele es que el grupo sufrió una emboscada. Varios civiles, entre ellos algunos niños, murieron en aquella carnicería descomunal. La contraofensiva vino de parte de una banda de adolescentes armados con fusiles de alto calibre, apoyada a su vez por la policía local. Su amante quedó tendido al sol, cosido de esquirlas, entre los fuegos alimentados por el mismo gobierno.


S U B I R