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Ver día anteriorJueves 27 de enero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Papá está en la Atlántida
Y

a Carlos Paul dio cuenta en estas páginas de la iniciativa que el teatro El Milagro promueve por segunda ocasión para que conozcamos algunas de las escenificaciones que se dan en los estados, dialogando con diversos colectivos en torno a teoría y práctica escénica. El necesario intercambio de experiencias y formas de producción entre los grupos estables de los estados y de la capital que cuentan con su propio foro es algo que no se ha cuidado lo suficiente –ni siquiera, y por diversas razones, a lo largo de las diferentes Muestras nacionales– y por ello la aportación de El Milagro resulta significativa y un paso hacia la red de foros independientes que los convocantes pretenden.

Para iniciar esta segunda serie se eligió al reconocido grupo de San Luis Potosí El rinoceronte enamorado con una interesante mirada a Papá está en la Atlántida de Javier Malpica, la obra ganadora del Premio Nacional de Dramaturgia 2005 Víctor Hugo Rascón Banda. El texto, escenificado ya en la capital por Sandra Félix como teatro para niños, puede ser visto también –como ocurrió en su montaje neoyorquino– como teatro para adultos y esta es la línea que eligió Jesús Coronado, director de la actual escenificación. La soledad y la sensación de abandono que sufren dos niños cuyo padre cruzó la frontera en busca de trabajo y los dejó a cargo de una abuela dura y autoritaria, a cuya muerte pasan a estar a cargo de unos tíos que los hacen trabajar en su comercio es apenas una de las lí-neas de la excelente obra. El desarraigo de dos chilanguitos en una provincia que les es hostil –y que es una parte desagradable de nuestra realidad– y el desamparo en que quedan ante la emigración del padre, ese triste problema aquí visto desde el punto de vista infantil son otras de las aristas del tema, aunque los hermanitos juegan, pelean e incluso el mayor se enamorisca de una niña, como cualesquiera otros en diversas circunstancias, lo que los hace totalmente verosímiles y por esto su historia más triste y entrañable.

La obra de Malpica se puede trabajar con dos niños, como en Estados Unidos o ante las dificultades de toda índole que esto entraña, con dos actores jóvenes que incorporen a los infantes, como las representaciones de Monterrey o las dos actrices que dirigió Sandra Félix en la capital. Jesús Coronado fue más lejos y eligió a dos viejos actores y músicos de larga trayectoria iconoclasta para representar a los hermanitos. Enrique Ballesté, también dramaturgo premiado en sus inicios, fundador del grupo Zumbón, encarna al hermano mayor y el teatrista y músico Eduardo López, conocido como El Guajolote en su natal San Luis Potosí, fundador de los grupos Zero y Los guajolotes, para representar al hermano menor. La elección puede parecer –y lo es– extraña, pero la solvencia actoral de ambos, por una parte y la falta de intenciones infantiloides por la otra, hacen que la atención del espectador se centre en lo que ocurre y lo que se dice. Desde un principio, con Eduardo López entonando con toda la potencia de su voz una canción de Cri-Cri esto se marca y la convención resulta definida.

La variedad de espacios queda subsanada por lo que se dice en los diálogos y por la acción escénica, con lo que los escasos elementos con que se cuenta (escasez necesaria por los recorridos en diferentes localidades potosinas que el grupo lleva a cabo) para la escenografía diseñada por el director –una alfombra rodeada de piedras movibles que es suelo, campo, desierto, unas esculturas traseras diseñadas por Rosa Luz Marroquín en forma de troncos o formaciones rocosas, dos bancas y dos maletas– cobran diferentes dimensiones. El trazo de Coronado es ágil y congruente con cada situación, inicia con la colocación de piedras y ladrillos alrededor de la alfombra, que son quitados al final y llevados a lo que será un montículo trasero en el desierto. Los dos actores bailan con la música debida, a Armando Corado y tocada al acordeón por Eduardo López, en cada cambio de tiempo y de lugar, como simbólicas rupturas. Las otras canciones se deben a los mismos actores, el vestuario es de Angustias Lucio y la iluminación de Caín Coronado.