Opinión
Ver día anteriorMartes 28 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Efectos del trasplante de ovario
U

n pequeño fragmento del ovario, mantenido a bajas temperaturas, conserva sus funciones esenciales por tiempo prolongado, por lo que puede ser restituido al organismo del que fue obtenido después de varios meses o años. Este tejido mantiene sus células sexuales intactas, así como su capacidad para la producción de hormonas, al grado que es capaz de restaurar la función reproductiva cuando ésta se ha perdido.

Esta tecnología surgió y se ha desarrollado para enfrentar la infertilidad cuando hay razones médicas que la justifican, como las consecuencias de los tratamientos contra el cáncer. Pero como un efecto inesperado ha abierto una posibilidad hacia el futuro reproductivo en nuestra especie para su empleo por razones no médicas, por ejemplo, cuando las mujeres deciden postergar su maternidad.

No se trata de una simple especulación, pues es un tema de nuestro tiempo que ha provocado ya importantes debates en los que concurren tanto especialistas en temas médicos y científicos, como expertos en los campos de las ciencias sociales y humanas.

Uno de los temas centrales es, sin duda, la modificación del tiempo reproductivo. Las tecnologías de reproducción asistida han roto, desde hace varias décadas, los límites temporales –que podríamos llamar naturales– en las funciones reproductivas. Así, en un extremo, se ha podido inducir la maduración de células sexuales en el laboratorio y se ha logrado la participación de componentes pre-embrionarios en esta función. En el otro extremo, la donación y preservación de células sexuales a bajas temperaturas permiten que los sujetos reproductivos puedan trascender incluso los límites de la muerte.

En el debate sobre la preservación de tejido ovárico y su trasplante hay una corriente que parece inamovible y que busca limitar su empleo sólo a fines médicos. Si bien no es el único, uno de sus argumentos principales consiste en que se trata de una técnica que se encuentra en una etapa muy primaria, que es por ahora de tipo experimental. Esta postura, que es muy válida, es en sí misma transitoria, pues además de que los experimentos ya toman la forma de tratamientos en humanos, tendría que ser ajustada al momento en que su empleo con fines médicos se convirtiera, si no en algo rutinario, sí en un recurso de uso extendido –sin abandonar una justificación de tipo médico–, lo que parece ser la tendencia.

La técnica tuvo su origen en la preservación de la fertilidad en mujeres jóvenes que reciben tratamientos contra el cáncer, pero desde hace algunos años su utilización se ha ampliado hacia condiciones no malignas, como el riesgo de menopausia prematura, algunas mutaciones genéticas y ciertos padecimientos autoinmunes o de la sangre. También en el síndrome de Turner, en el que no se forman los ovarios o éstos presentan escaso desarrollo. El espectro de condiciones médicas en las que se justifica esta intervención va en aumento, lo que permite prever que su carácter de procedimiento experimental concluirá en un futuro no muy lejano. Aunque esto no garantiza que se libere su empleo hacia fines no médicos, al menos permitirá la emergencia de las verdaderas razones que guían los actuales impedimentos.

En este debate han surgido argumentos en favor del empleo de esta tecnología con fines no médicos. Entre éstos destacan los que se relacionan con la equidad de género en la reproducción. A juicio de quienes sostienen esta postura, el incremento de la esperanza de vida en las sociedades modernas, se traduce en una pérdida temprana de la fecundidad en las mujeres. Algunos autores se han referido a este fenómeno como una inequidad biológica, de este modo la preservación de tejido ovárico constituye –junto con otras técnicas como la congelación de óvulos– una forma de escapar de ella.

Los hombres pueden congelar su semen para su utilización futura, no sólo por razones médicas, pues los bancos de esperma son un medio permitido para preservar la capacidad reproductiva masculina por riesgos laborales, por ejemplo, en quienes trabajan en un medioambiente tóxico, o que realizan actividades deportivas de riego (como hockey, futbol o ciclismo). Estas razones son consideradas válidas en las sociedades occidentales modernas para preservar la fertilidad masculina. Sin embargo, esta posibilidad está vedada para las mujeres.

Uno de los argumentos más importantes de la postura que se examina es el de la autonomía reproductiva, pues implica la libertad de decidir sobre tener hijos o no, cuándo tenerlos, con quién, o a través de qué medios. A juicio de algunas autoras como Rachel Nowak, estas razones pueden incluir la incompatibilidad entre la edad para la procreación y los planes de vida, o el desarrollo de una carrera, e incluso que simplemente no se ha encontrado aún una pareja conveniente para formar una familia.