Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de diciembre de 2010 Num: 824

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Dos para Sampedro

Pavese a 60 años de su muerte
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Miguel Hernández, perito en penas
RICARDO BADA

Si en Ferragosto una viajera...
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Si en Ferragosto una viajera...

Esther Andradi

Fue en septiembre de 1985, después de un ataque cerebral mientras escribía sus Seis propuestas para el próximo milenio, que Italo Calvino cayó en coma irreversible. Falleció dos semanas más tarde, el día 14, y en Siena, esa ciudad que él había elegido para vivir y que desde entonces yo quería visitar para respirar el aire que alguna vez había inspirado al autor de Ciudades invisibles. Casi veinticinco años más tarde, es decir, en este agosto que acaba de pasar, tenía previsto pasar por Siena. Pero como el calor siempre hace lo suyo, nos demoramos viajando por la costa y llegamos primero a una población llamada Castiglione della Pescaia. Pleno mediodía de verano, ni un alma en la calle. Todas las puertas cerradas. Una silla vacía frente a una pensión. Ni un soplo de brisa movía las cortinas, ni una persiana abierta. Nos sentamos en un café de la plaza Garibaldi, posiblemente el único lugar abierto en todo el pueblo, con sus mesas desafiando la canícula. Enfrente el ufficio turistico, cerrado con siete llaves hasta que afloje el sol.

Di unas vueltas por la plaza vacía para ver si algún hotel disponía de una habitación para nosotros, los viajeros en ferragosto. Resultó que en una esquina estaba la Biblioteca de Castiglione. ¿Su nombre? Italo Calvino. Edificio moderno, bien cuidado, parecía un lugar muy frecuentado. Me gustó. Entretanto encontramos alojamiento sólo por esa noche y nos fuimos a la playa. Mañana veríamos. Maravilloso el mar, la luz, el contorno que dibujaban las montañas, los edificios de colores brillantes, creciendo a las faldas del castillo. Luego del baño retornamos al pueblo. Caía la tarde y ahora sí no había un solo lugar libre en ningún restaurante o café, las calles estaban repletas de gente que iba y venía en una masa compacta de jóvenes con helados, niños con globos, familias enteras desplazándose sin premura, con placer. Increíble. Este lugar se había transformado. Era el día y la noche. El vizconde demediado parecía haberse criado aquí, en esta absoluta amplitud de contrastes, esta apabullante contradicción de sol y luna, completamente definida. Arriba, el castillo iluminado, los cantos, la intensidad de las formas. Abajo, la algarabía de veraneantes y locales gozando el frescor de la noche. Los pescadores llegaron de madrugada con su carga de gambas, los turistas en el puerto observaron cómo se cargaban en una furgoneta las cajas con precioso contenido hurtado al mar, mientras los crustáceos dejaban una línea roja en la cubierta de la lancha pesquera.

Al día siguiente fui a la biblioteca. Una exposición de fotos me abrazó desde los muros de ingreso: Calvino con su esposa, Calvino solo, con hija, joven, en su estudio, escribiendo; Calvino en la biblioteca de Castiglione.

Decidí consultar mi correspondencia aprovechando el servicio gratuito de internet que se ofrecía a los viajeros. En el mostrador interrumpí la conversación de dos empleados quienes me dieron la contraseña para ingresar a la web: Qfwfq. No... pero si así se llama el hombre más viejo del universo, protagonista de las Cosmicósmicas, pensé. Sumergida en el origen del mundo, miro mis mensajes. ¿Es verdad o estoy soñando?

Por las dudas pregunté. Los empleados me cuentan que el escritor pasaba sus veranos en Castiglione, que su viuda aún conserva una casa en las afueras en Roccamare.

Calvino e morto qui, me dicen. Los miro con asombro. ¿No era que había muerto en Siena? “Sí, pero está enterrado aquí. En el único cementerio de Castiglione. Allá arriba, en la montaña, cerca del castillo.”

El castillo data de 1312, y en su entorno creció un poblado medieval. Casas de piedra y callejuelas estrechas que desembocan en la Plazoleta de los caídos, ahora convertida en un parque de estacionamiento. Castiglione está lleno de estacionamientos. Las bicicletas son gratis, hay que abandonar el auto y partir, en bicicleta o a pie. Está bueno esto. Seguramente en Castiglione se leyó muy pronto La nube de smog, de Calvino, dando origen a la resistencia urbana contra las inmobiliarias que destruirían el pino marítimo en casi toda la costa del territorio italiano, menos en la Toscana.

El cementerio de Castiglione es bien barroco, mucho angelito y sufrimiento en la cruz, y me pregunto donde habrá ido a descansar Calvino, agnóstico y comunista. Alguien nos dice dónde encontrarlo. Ascendemos entre tumbas de mármol y flores, guirnaldas y coronas. Finalmente llegamos a un espacio bastante amplio lindante con el muro donde acaba el cementerio. Es un refugio rodeado de pequeños pinos y algunos lirios en flor. En medio, en una austera plancha de mármol, se lee el nombre del escritor. Es un momento mágico. Sobrecogedor. Como impelida por un resorte, me doy vuelta: desde este preciso rincón se ve el mar, se pueden adivinar las olas golpeando la playa, se dibuja el horizonte en el fuego de la tarde.

El tercer día llovió en Castiglione y partimos hacia Vetulonia, una población enclavada en la cumbre de una colina, y que comenzó a hablarse de ella a mediados del siglo pasado cuando se descubrió que había sido edificada sobre ruinas etruscas. Vetulonia estaba cubierta de niebla. La recorrimos paso a paso y ya de regreso decidimos comer algo en la única taberna antes de partir a Castiglione. Parada frente al mínimo restaurante divisé desde afuera una vitrina luminosa con licores, y en el centro ese retrato en blanco y negro del argentino más famoso. El Che. La joven que nos atendió parecía nieta del guerrillero. “¿Cubana?”, le pregunté. Sí, me dijo. Hace nueve años que llegó aquí. Por amor. En la última colina del mundo. Desde donde se ve el mar. Como en la tumba de Calvino, otro cubano que amó la Toscana.

Una vez en Castiglione ya no quise entrar al Castillo de los caminos cruzados. Preferí la playa donde encontré las ciudades imaginarias en los bordes de la arena, increíbles mensajes escritos el día después de la destrucción. Restos de árboles caídos, blanqueados por la sal, entre el bosque y el mar. Aquí donde todas las mañanas el vizconde demediado y el barón rampante vienen a remojarse los pies y a soñar que escriben. A Siena llegaré más tarde.